jueves, 3 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 5 Miércoles



El abigarrado concierto de los mirlos, escondidos con su negro plumaje, entre las sombras, bajo las palmeras, cierra la tarde. Están siempre decididos y dispuestos a demostrar su dominio de los tonos más diversos, de mantener las más complejas armonías, escalas y quiebros. Todo ello con una interminable gama de silbos y largos pitidos en animados recitales tanto vespertinos, como también al clarear la alborada.

A duras penas he calculado su número sobre los doscientos en ocasiones. Acuden desde el parque vecino, en bandadas. Se asientan enmascarados entre la vegetación del paseo, ocultos sabiamente, apenas se logran percibir sus siluetas entre la oscuridad que ellos buscan para protegerse. Y desde sus emplazamientos, resguardados, pareciera que comentan la viva actividad peatonal que discurre bajo sus amarillos y melódicos picos canoros.

El mar entretanto muge rezongando. Va olvidando su azul prestancia diurna y revistiéndose de un gris creciente, sobre el que rueda ya, quieta e inmóvil sobre las aguas, una enorme y completa luna sanguina y crema.

A estas horas cede y decae la enorme humedad que acompañó al dia en su decurso.

La tarde, rumorosa, de brisa constante, dejó la atmósfera menos cargada. La calima ensoñada y ciega, arrastrada a su pesar, llevada a empuje del poniente, se fué haciendo menos densa.

Con la huída del sol, terminó por derrumbarse y claudicar, el saturado ambiente que acometía a la ciudad. El viento continuaba aportando cierto alivio.

Al menos, la noche comenzaba humanizada y amable.

Y en ésta, en sus alas ocultas, el sueño iluminado renace. El encuentro de la vida consigo misma, el destino de las inesperadas luces que se derraman, en innumerables reflejos sobre las aguas vibrantes de oscuridad. El abrazo insólito de la nocturna opacidad con el horizonte esclarecido por una generosa, entera luna llena.

Sobre la línea última de la mar adormecida, donde el cielo comienza, es tal la dimensión y plenitud del fulgor que la celeste diosa de la nocturnidad derrama, que pareciera asoma, a media noche, la mañana con su naciente alba.

Sin que nada le importe, el faro sigue buscando con su penetrante ojo de luz, el infinito perdido en las sombras.



© Acuario 2009

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