domingo, 31 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 31 Domingo


El nuevo día abre sus puertas y el sol entra gozoso y resuelto por ellas. Sobre las aguas de la bahía sigue soplando como ayer el viento norte, llevando de un lado a otro los fútiles estremecimientos que dibuja sobre la superficie, los plateados reflejos del cielo, sobre un mar sombrío, casi metalizado, de intenso azul dramático. Nadie en la playa solitaria que se ilumina lentamente, que se va caldeando con suavidad y calma. El firmamento recibe el paso de algún nimbo que se desliza orgulloso mostrando su nívea y oronda conformación. La calle ausente, indecisa, vacía.

Sin apenas nada que hacer en este día festivo, espero que poco a poco el calor solar vaya entibiando la mañana. Soleándose con los oblicuos rayos de luz que le llegan escondida, bajo los sillones de mimbre de la terraza de un bar aledaño me espera Vicky. Aunque no la veo sé que está ahí, es su lugar habitual para aguardarme. Le doy un silbido, y al instante aparece.

Una vez en marcha todo se hace distinto, el ligero ejercicio es agradable y la luminosidad del camino ofrece una plena y tenaz alegría. Paso tras otro, no hay noticia ni desánimos que resistan el insistente júbilo de las palmeras, despiertas y parlanchinas, mecidas por la intrépida brisa. A la puerta de su refugio, aprovechando la cálida radiación solar, Piratilla sentada y tranquila, mientras pasan delante suya, de un lado a otro, los habituales corredores de la playa. El horizonte pletórico nunca conoce un final para su ilimitada dicha. La mar se llena de azules diversos, de verdes turquesas, mientras dos inmóviles navíos, anclados en la ensenada, parecen filosofar sumidos en la más serena paciencia.

Pese al viento el mediodía es templado y radiante. La calle se llena de pausada animación ciudadana, todo el mundo sale un rato al sol a estirar las piernas. Sobre la superficie marina las gaviotas reproducen su concurrida reunión de comadres mironas y un poco mal avenidas.

La tarde lentamente con un largo bostezo se despereza. El tiempo se desmadeja en su dorada luz sin prisa. ¡ Que admirable el matizado y sutil vuelo de tus palabras !

Con el cielo medio cubierto por una ligera nubosidad alta, el crepúsculo llena de dos colores la bahía, cobaltos oscureciéndose a un lado, en el otro los suaves cremas violetas que las nubes sobre la superficie del mar reflejan.

El frío de la noche deja prontamente vacía y abandonada a la playa. Sólo un leve reflujo de inexistentes olas, calladas, que apenas apagadamente rumorean. Las estrellas disponen de toda la densa inmensidad aérea, negra y profunda, del cielo nocturno. La luna traviesa, se oculta.




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sábado, 30 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 30 Sábado


Al oscuro cobalto de las aguas la noche intenta aferrarse, pero lentamente la iluminada plata del amanecer inunda de celeste magia la superficie de las aguas. Sólo un destino que nunca se acaba, el horizonte no es nada, una ligera y leve línea apenas. El sol se proclama detrás suya, con el impulso de un deliro interminable y naranja, mientras silenciosos clarines de fuego anuncian su llegada. El viento norte trae tus registros ocultos, tus inabarcables palabras apenas murmuradas, que se añaden al jubiloso cántico de los humildes gorriones, a su inatendida y diaria salutación al universo y a la vida.

Como hoy tengo parte de la jornada ocupada, me he levantado temprano. Y es preciso llamar con un silbido a Vicky aún dormida, pero al pronto acude a su desayuno saliendo por la gatera del taller del fontanero, que aún espera recuperarse. El fresco ambiente de las calles todavía es más frío si como hoy el viento enfila por ellas.

Pero soleándome en breve estoy ya, mientras me adueño de la soledad del camino en la playa. El mar tranquilo va perdiendo oscura densidad y ganando azul evanescencia, en tanto que alguna ola susurra quiméricas consejas en la orilla. El cielo abre su más espléndido vacío sobre la ciudad, mientras mis pasos me llevan, siempre otros y quizá también los mismos.

No hay añoranzas, ningún pasado muestran las sombras de las palmeras, mecidas por el septentrión y rumorosas de dicha. En ti piensan, me dice mi pensamiento. El día es un manatial de luz infinita.

Según avanzan las horas el paseo se anima. Los chavales juegan en la playa, la gente toma con avidez el sol, inundándose de su generosidad, levitando casi en su calor y su arrebatada alegría. La tarde comienza en ilimitada pausa.

Sobre las aguas, los miles, no exagero, puntos blancos de las gaviotas posadas. De vez en cuando las movidas aguas acercan a algunas en exceso hacia otras, y la cuestión acaba en azarosa disputa que obliga a las beligerantes a levantar el vuelo y recomponer de nuevo el grupo sobre otro lado de la bahía pero con una prudencial distancia entre ellas. La intensidad del silencio, el protagonismo de la calma, el invisible fluir detenido del tiempo ignorante de todo. ¿Como narrar este espacio sin término que es la tarde?

El crepúsculo ofrece al cielo pálidas rosas, escondidas violetas. El firmamento se despliega en toda su dimensión observado por el negro ojo de la noche. El frío comienza a vaciar de paseantes la calle.

La luna se retrasa, pero las estrellas la esperan. No ha de tardar, dicen calladamente las leves olas.



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viernes, 29 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 29 Viernes


Mientras el horizonte estalla en la busqueda infinita de su propio artificio, el sol ya no dispone de más dilaciones. El firmamento vacío no puede habitar en su propio silencio y deslumbrado por tanta iridiscencia ha rendido ya sus celestes banderas.

Con su frio revoloteo el aire norte abraza gélido a la ciudad, y sobre las aguas de nuevo turquesas, con sus incesantes ráfagas escribe evocadoras endechas que, soplando continuamente, oculta y aleja.

La mañana iluminada y al mismo tiempo fresca es alegre, estimulante y llena de vida.

He dejado atrás las retrecherías nocturnas, y a cada paso un soplo de brisa. La secreta ausencia que emana de ti abre todas las distancias. Un ignorado sosiego ofrendas en el manantial de la luz esencial y perfecta.

Camino, arenas, palmeras, es en la magnificencia de estas matinales horas una simple excusa. La mente se ha situado fuera. Si ha de buscarte será en algún lugar detrás del tiempo, ha edificado sus batientes y contrafuertes en arcana dimensión, sus arbotantes se han elevado en impreciso vuelo. Sus sinapsis ya no se expresan en uncidos dramas de desdicha.

Pero el encuentro diario con el recuperado organigrama del colorido de la mañana es jubiloso y cierto. Las aguas retoman decididas una pureza insólita, el azul diáfano del cielo se hace tan irreal que parece haber enloquecido.

Hacia el mediodía la bahía comienza a llenarse de una inmensa e incontable bandada de gaviotas, posadas sobre las aguas. El tesoro del sol ha deshecho los fríos perfiles del aire, una cálida atmósfera se ha instalado en la playa. El espacio es otro, la ciudad la misma.

La tarde encuentra a las palmeras cargadas de razón, en su vida de inmóvil prisa. Mientras se desdoblan y olvidan uno a uno los personajes que alguna vez encontraron dentro lugar y presencia, voy también en la vespertina pausa de sus horas camino de mis tareas.

Cuando éstas terminan el crepúsculo baña de pálida claridad la atmósfera. Oculta en suave lividez, poco a poco la luna se asoma, rodando por la línea de los montes que cierran la ensenada. Alguien explosiona un petardo en la playa, y la enorme reunión de gaviotas huye asustada volando en perplejos circulos entrecruzados, sobre un horizonte de oscuro amarillo desvaneciéndose.

La noche pretende ser indescriptible y lo consigue. La luna abre un torrente de viejo y líquido estaño que cae sobre las negras aguas, y el viento lleva, a un lado y otro de la superficie marina en sombras, los apagados reflejos temblororosos que palpitan con enigmática vida. Las ocultas luces de África clarean sobre el confín del negro mar, mientras las estrellas titilan en la eternidad indescifrable del infinito.

Unas olas reducidas y tímidas, en la orilla murmuran apenas. El silogismo del viento, confuso, nada expresa.



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jueves, 28 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 28 Jueves


Moneda de oro rojo, el sol abre hoy la otra cara, diferente a la de ayer, completa y distinta de un nuevo día. Ni una nube, nada de viento. Nada queda de la tormenta pasada, salvo la queja persistente del mar, líquido ambar terroso, con olas extenuadas, rezongando torpemente en la orilla. Las espumas ya remitiendo, se tranquilizan y se dejan mecer al desgaire en la superficie marina.

La mañana es fresca, sobre los montes un azul eléctrico proclama con su magnetismo el alado vuelo de su inacabable pensamiento. Manzana de oro el astro rey se eleva libre y único sobre la bahía, derramando incontenible su volcánico frenesí de reflejos. Las palmeras tocadas por una anticipada primavera, quizá venida de una viajera mano siempre joven, despliegan sus palmas al calor matinal con evidente deleite.

El camino de arenas descansa sereno y renovado, único. Hoy parece haberse ensanchado la sonrisa del horizonte. Extiende de un lado a otro sobre sus brazos un celeste pálido, que levemente amarillea. Un navío de generosa eslora permanece anclado en el centro de la ensenada. Ha resistido tormentas y vendavales, pero parece disolverse y fundirse sobre el metálico espejeo de fluidos destellos que la luz solar sobre las aguas irradia.

El mediodía es cálido, abierta dicha es su tiempo, la bóveda celeste se ha descubierto, inmensa y vacía sobre la ciudad asombrada.

Por la tarde las aguas han perdido el color agitado y convulso que conservaban, y comienzan a recuperar una calma de denso cobalto, de profundo e inexplorado deseo. Nada agita al cielo, es todo espacio sin memoria. En los chiringuitos abiertos, las mesas se han llenado. La luz se derrama sobre la espuma, pero aquí es de rubia cerveza.

Cuando termino mi tarea, veo a una impaciente luna pálida, intentado sin conseguirlo, camuflarse entre el blanquecino azul de un cielo abierto y resuelto. En la rada del puerto el sol se despide dibujando al contraluz en sombras los edificios que en su camino encuentra. Los pinos de los montes cercanos aún no han vestido con sombras su pletórico verde lleno de vida.

La noche es estrellada, infinita, inmensa. Redonda y completa, la luna se ha situado en su centro. El océano de su locura sin límites es sobrehumano. Sin palabras, sin evocación ni huellas del tiempo, la luna, blanca manzana de plata, transmuta incesante en oro y juventud eterna el jubiloso y oculto regocijo de las traviesas estrellas.

En su universo de candor y alquimia, la noche sempiterna se ilumina con sus risas.



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miércoles, 27 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 27 Miércoles


El leve murmullo de las gotas de lluvia preludian con suave cantilena las iniciales horas de la mañana. Apagada y oscura, bien cargada de nubes, ha ensombrecido con un renegrido y plomizo gris las agitadas aguas de la bahía. Las olas se despliegan irascibles y espumosas, incontenibles y coléricas. El horizonte se encierra en silogismos de sombras, comienza a venir, a la carrera y jadeando, una ventisca de levante. La tormenta se anuncia.

Me apresuro a tomar el camino de la playa, para poder dejarle algo a Piratilla. El viento comienza a ser frío, y la lluvia parece acudir intensa, en la distancia sólo hay velos de sombra y grisura. Como es natural, apenas hay atrevidos peatones que se arrojen a la desesperada contra el vendaval y el aguacero que se augura. Las palmeras inquietas, temerosas, se zarandean preocupadas e intranquilas. Los charcos y aguazales se extienden entregando sus humildes espejos de luz y de barro, que el intenso soplo del viento remueve y altera. El mar imponente y sobrecogedor, eleva sus aguas turbias y verdosas, retintas, y furioso las abate enojado con estruendo y retumbo sobre una atemorizada orilla, agitada en un revoltijo de espumas caóticas.

Afortunadamente la gata está acostumbrada a temporales y galernas, a torbellinos y huracanes incluso. Con un silbido se asoma del escondrijo, y se pone a comer tan tranquila, pese a que a escasa distancia la playa asediada por la borrasca se estremece indefensa. Las gaviotas asimismo, indiferentes, sobre las revueltas aguas suavemente planean impertérritas.

Hacia el mediodía el mar espumeando ha cubierto de un revuelto blanco casi toda la bahía, las olas chocan contra el espigón de levante y rechazadas por éste, maniobran en sentido inverso contra el frente de olas que continúa viniendo. Unas contra otras, las olas colisionan en mitad de la ensenada, elevando volcánicos surtidores de aturdidas e hirvientes espumas.

La tarde en el trabajo se me antoja un sereno oásis de calma, sólo el viento que sisea y hace temblequear los ventanales me recuerda de vez en cuando el protagonismo metereológico del día. Cuando termino, el firmamento se mantiene subsumido en la confusa red de nubes y sombras que la noche va acrecentando con decisión lenta e inamovible.

Ha cesado la lluvia y el levante ha cedido. Pero la playa es un continuo e incesante fragor de olas. La rompiente ha crecido, desde casi cien metros hasta la orilla vienen abatiéndose las aguas en blancos mantos burbujeantes, inquietos y ruidosos.

Sé que todo nos une, el silencio y aún la distancia. Por ello dejo libre mi palabra, y tampoco alterar quisiera el limpio torrente del que nacen las tuyas. Es así como abro mis manos, aguardando, desde la certeza, la eclosión última de una nueva tierra y un nuevo día.

Tal como la noche espera el alba.




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martes, 26 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 26 Martes


Ha nacido para la victoria pero ésta se demora. Sin fé en el corazón invisible de la mañana, el sol se pierde en los laberintos que el cielo lleno de nubarrones muestra. Dos pinceladas de luz no son nada para comenzar el día, una irrazonable pero suave oscuridad llena de tenue luz las aguas. El mar aún se mueve a grandes intervalos, sus lentas ondas remueven el iluminado verde de escondidas algas que viste la superficie de la ensenada, mientras el viento del norte despeina hacia atrás, soplando sobre ellas, a las blancas crestas de espumas de las olas, que se abaten sordamente, con lentitud majestuosa.

Hace un frío alegre, dinámico, travieso. En la lejanía del horizonte, la inesperada fisura del cielo expande sus límites, abriendo sus infinitas alas. Con incansables matices y mixturas de azul y gris las nubes deliran silenciosas. Las palmeras nada aguardan. El animado gorjeo de los gorriones proclama siempre su esperanza.

Es fácil vestirse de ropa y personajillo. ¿Que más se puede pedir a todos sino un dulce olvido? Por las mismas arenas que ayer el tiempo hizo ya distintas, hago y deshago el idéntico y siempre otro camino. Cada día un rostro muestra la vida, se disuelven y deshacen los afanes cansados, paso a paso el limpio vacío llena el corazón de nuevos espacios.

No te lo diré y no lo comprendo, bajo todos los secretos, contra todos los arcanos, aún te sigo buscando. Ocultos en esta bóveda de luz difusa y leve que el firmamento regala, los sueños ellos solos se alzan volando. Mientras, algunas gaviotas planean en la orilla con un vuelo bajo, gritan, graznan, con un lamento extraño, intermitente y rápido.

La lluvia anuncia el mediodía abriendo su pequeño tesoro de gotas radiantes, felices, pizpiretas. Sobre la playa se extiende una tranquila soledad húmeda, algunas palomas buscan un charco para bañarse, las nubes pasan despacio.

Por la tarde ocupo los huecos que encuentro revisando trabajos. Con festivas resonancias de sencillez viva, las palabras se cruzan y entrecruzan. Los cielos conceden chispeando una menuda lluvia, que apenas encuentra la posibilidad de mojar el paraguas. La ciudad enciende semáforos, farolas, levanta su martingala de luces, cuando inicio mi camino de vuelta diario.

La luna es sólo una fútil y confusa presencia blanca en una atmósfera de débil nubosidad desplegada sobre un mar que incesante muge, ruge, proclama su infinita gloria sobrehumana. La pálida e invicta divisa de las níveas espumas se esconde entre las sombras, mientras éstas se rodean de la sonora presencia inaudita de las olas.

Ausente y libre, también ella, la noche, ha traído consigo las palabras que silenciábamos, para que nazcan sin cansancio, sin olvido.

Agua de un cielo que hizo de la sed sus secretos y mínimos cambios.



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lunes, 25 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 25 Lunes


Como no sé dar otra respuesta que el silencio del alba, el sol intenta a su modo iluminar la mañana. Y consigue obstinado encontrar un camino de luz y destellos, que llena con su exceso de líquido oro, hasta alcanzar la tímida soledad de la playa.

Viajero sin saberlo, en todos los lugares y en ninguno, sin advertirlo, he ido dejando mi olvido. ¿ Como puedes argüir que no hay lugar ni destino ?

El mar indiferente desde su sombrío verde ceniza nada desea. Ha dejado abierto el escenario de sus espumas, y porta la rumorosa caracola de ancestrales sueños que sus olas incesantes anuncian sin esperar ya respuesta. Una revuelta atmósfera de nubes se enlazan y destrenzan mientras el sol atraviesa con su rayo los ocultos secretos de las aguas. Una sorpresiva catarata de luz cayendo en torrentes desde el desorden y las aberturas del roto cielo, que transmuta en breves instantes a los asombrados espacios marinos en líquidos estallidos de mercurio refulgente.

La mañana se anuncia a sí misma, desde la osadía atónita de todas tus palabras. Sobre la delicada filigrana de luz acabada y perfecta, bañada en las extensiones de irisados azules y grises luminosos, de mil matices y consistencias. En el cielo entrevisto las gaviotas planean.

Desde cualquier lado del mundo el camino sigue su propia senda. Aún sin pasos que lo recorran nunca es otro, fiel a sí mismo brinda su distancia en silenciosa y peremne entrega. La orilla acompañándolo a su lado, siempre está dispuesta. Hoy el horizonte tiene como ayer de observadoras a las largas e inacabables filas de palmeras. El mar pide siempre imposibles, nuestro estar es irnos, y no se da cuenta.

El mediodía es amable, discreto. Un imperceptible poniente, liviano y grácil que gira invisible uno a uno los goznes del tiempo con todas sus puertas. La ciudad se reviste de la seda, perfumada de mar, que la tarde le ofrenda.

Trabajo y juego, palabra y vida, se mezclan en mis quehaceres diarios. El edén, ya sin flamígera espada que lo ocluya, es una abierta sorpresa para quien se ha desnudado al fín del personaje que era su carcelero.

El crepúsculo sugiere sus rojizos ocres a las nubes cansadas de las últimas horas, mientras sobre la bahía oscureciéndose, el mar ha decidido no irse, y permanecer todavía esperando a la noche hasta que venga. Una ligera y silenciosa lluvia ofrece su anhelo y el agua de sus voces encubiertas.

La noche escribe en sombras con luz perfecta.




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domingo, 24 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 24 Domingo


Cesó de madrugada el fuerte viento, el mar con cansado aspecto deja llegar a la solitaria orilla unas olas fatigadas con un rumor lento, con amplios intervalos, sin la ciega y agresiva determinación que ayer tuvieron. Mientras en la superficie marina se despliega un verde ámbar turbio el cielo amanece entreabierto, con algunas nubes que consiguen inicialmente esconder al sol. Pero éste logra, a pesar de encontrarse oculto tras los dispersos y densos nimbos, llevar espléndidos y amplios espacios de refulgente luz a las aguas de la bahía.

Una sensación de sosegado alivio se extiende por la pobre vegetación ayer tan zamarreada por la ventisca. La tribu canora de diversas avecillas expresa hoy su alegre disposición ante la perspectiva de un día de calma. Como es festivo, la calle está casi deshabitada, y en la soledad inicial del día encuentran el espacio necesario para rebuscar algo y resolver el necesario desayuno.

Algunas migas de pan que les llevo cuando salgo, solucionan la posible carencia de alimenticios hallazgos, para muchos gorriones inquietos que hasta parece me esperan. En el camino charcos y barro, que los abundantes corredores eluden en dos o tres saltos, mientras lo recorro sin prisa por mi parte, y la mañana comienza a llevar una suave luz tibia al mar y a la playa. Las nubes van ganando en el firmamento cada vez más extensión.

Un poniente tranquilo aproa hacia el oeste a dos navíos anclados en la ensenada. El horizonte se viste de sueño aún a media mañana.

Al iniciarse la tarde el sol comienza a abrirse paso y entrega su calor y su luminosa mirada. En las arenas algunos se solean tumbados, mientras en los columpios al fondo de la playa los niños juegan. Las horas del tiempo parecen tomarse ellas mismas la vida con lento sosiego. El aire está templado y casi detenido, entanto que la mar pausada, respira con olas dilatadas, adormecidas.

Con el crepúsculo el cielo muestra dos azules, celeste y denso añil, entre los magníficos nimbos, llenos de ribetes de tonos amarillos y rojizos. Pero esos instantes de magia son gráciles y ligeros, con insustancial brevedad todo pasa, y un suave gris extiende sus distintos matices mientras el dia finalmente acaba.

Asomado a la noche un inmenso carguero ofrece su abundante castillo de luces, detenido en mitad de la bahía, toda oscuridad y negrura. Sobre él las escasas balizas intermitentes de un avión que pasa. En la atmósfera, sólo una nubosidad leve y difusa, planeando con sus alas vestidas del apagado naranja que reflejan las farolas de la ciudad.

El mar vuelve una y otra vez, con lenta determinación, a llenar de blancas espumas las sombras de la orilla.



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sábado, 23 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 23 Sábado


El fuerte viento de levante sisea en las ventanas mientras el mar levanta airado su queja en la orilla de la playa. El sol encuentra hoy sobre el horizonte un elevado dintel de nubes, y pese a que lo sobrepasa inicialmente, su iluminado rayo cede abrumado ante la incesante avalancha nubosa que viene arrastrando el continuo ventarrón.

La mar agitada y convulsa, verde ceniza metálica, viene abatiendo sus blancas crestas de espuma, hasta alcanzar una playa agobiada, desfallecida, totalmente solitaria.

La tormenta amenaza primero con algunas gotas de agua de aspecto inofensivo, a las que inicialmente no atiendo. El viento adquiere siempre una fuerza inaudita en la estrechez de las calles entre los edificios, y como decimos en broma, - tal es el empuje de los vendavales de levante en invierno-, hoy para no caer rodando por el suelo hay que llenar de piedras los bolsillos.

Pero como mejor se anda es sin dicho cargamento, y así arremeto contra el viento tal cual, como puedo, y en dos zancadas estoy ya en mi habitual y diario camino por la playa.

Las palmeras gimen y protestan con ruidoso e incesante entrechocar de sus palmas. Todas zarandeadas, parecen cobrar vida, aunque bien oscilante y agitada. La arena va de un lado a otro enloquecida, sin atreverse a alzarse demasiado del suelo. La rompiente es la protagonista canora del espectáculo. Mugen, rezongan, se desploman y caen, tropiezan una tras otra las olas, que jadeantes llenan de espumas y de continuo fragor la orilla.

Cuando ya estoy de vuelta, el aguacero comienza a caer en ráfagas, abruptamente. Las distancias se cubren de un pálido velo de lluvia y desaparecen ocultas en escasos momentos. No me hubiera movido más en todo el día, pero me resulta imposible. Tengo que coger el coche, y tras recoger una antena de radio que había encargado, intentar salir del inaudito atasco que es la ciudad, y acercarme hasta un pueblo costero próximo. Entre idas y venidas, me da tiempo para ver caer agua, y contemplar la ciudad desde todos lados, asediada por la tormenta, bajo la luz sedosa y gris de las nubes que la acosan.

La tarde es al fin un personal espacio de descanso, mientras el agua se abate dejando por todos lados abundantes charcos. Las olas han tomado más fuerza en el mar y cercano a la ribera toma un color terroso, que se extiende sobre el oscuro verde turbio de la bahía.

El crepúsculo es sombrío, y la mar cada vez más amenazadora y enojada. ¿Dónde ha quedado la suave inmovilidad pacífica de ayer hace apenas? De vez en cuando alguna ola bien alta se destaca derrumbándose en la rompiente con aún más fuerte e intenso ruido, mientras el contínuo estrépito de las demás continúa.

La lluvia deja caer sobre los cristales silenciosas lágrimas que la luz de las farolas iluminan. La soledad de la calle y de la playa, bajo la ventisca y el continuo chaparrón es absoluta. Todo el mundo ha abandonado a su incesante cólera a la noche, hoy bien enfurecida.



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viernes, 22 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 22 Viernes


Apenas una docena de pequeñas y reducidas nubes alargadas, intentando encarar en desigual contienda la impetuosa avalancha de dorada luz que el sol naciente derrama. Literalmente fundidas en iluminada fogata, resisten apenas como pueden, hasta que el estallido solar llena de impetuoso oro el mar y el cielo, con el único camino de su frenético impulso ilimitado. Una escasa brisa inaparente, el cielo abierto en completa inmensidad celeste, el día comienza.

Asediados por zanjas y socavones abiertos, los parterres muestran dolorosas heridas de abierta tierra en el césped. Ignorantes de todo, los gorriones rebuscan entre las abiertas regueras y los apilados montones de terrones de gleba. En progresiva animación la calle se viste de fútiles peatones que deambulan y zanquean, mientras con afiligranada parsimonia el barrendero lentamente se solea, barriendo entretanto la calle con íntima solemnidad litúrgica.

La desenvuelta libertad de una camisa es suficiente para acudir a mi cita con la veraz soledad de mi habitual camino. Sin más afán que su dimensión abierta, invita a reconstituir paso a paso la sencillez que la sociedad humana desdobla y alambica en ambiciones sinuosas. El horizonte se extiende con sólo su incontenible y amable sonrisa bajo una mañana tibia y abierta.

El mediodía se entrega a unos cada vez más abundantes y altos cirros extensos, que velan a medias la luz solar, que dejan un cielo entreabierto. Las nubes dejan ver en medio de ellas un pálido azul celeste de serena paz esclarecida. Un humilde y fresco aroma de hierba recién cortada viene de las isletas plantadas en la playa, tras el paso de la podadora motorizada, un pequeño vehículo que remonta, baja y sube, sobre la verde superficie pletórica de efluvios y ancestrales fragancias.

La tarde se adormece en su claridad pausada, en su serenidad discreta. La ciudad respira horas de suave descanso tras el ajetreo de las horas iniciales de la jornada. El crepúsculo se inicia cuando ya termino mis tareas. La mar se disuelve en el horizonte abrazada al cielo. Con una delicada y oculta transición de leves azules y grises, juntos el aire y las aguas, consiguen hacer desaparecer los límites que hasta ahora tuvieron.

Una media luna atrevida observa todo con picaruela mirada, mientras el sol acaricia a algunas nubes con ligeros matices de evanescente crema. Un crucero pronto a partir brama impaciente con su sirena en el puerto.

Al final la noche está sola.

Se ha cubierto el firmamento. Una sola negrura lo une a un mar ensimismado en sus sueños. En la orilla rezonga con oculto lamento.

Arrostrando decidido el frío, en la playa un animoso pescador vigila su caña, mientras espera con paciencia que piquen los peces el cebo.



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jueves, 21 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 21 Jueves


Las alas de la noche volando hacia lo inevitable se desvanecen entre los sueños de un cielo indeciso. Desde un horizonte amarillo se encarama el artificio de un delicado espejismo turquesa, sobre el cual, con un iluminado celeste azul el firmamento pretende alzarse decidido, sin conseguirlo con plenitud, pues cae atrapado en las redes de una extensa y fina urdimbre de nubosidad, vestida ya por el impaciente sol de un alucinado rosa.

El mar se desconcierta. Sus hoy imperceptibles olas se revisten de confusos reflejos en los que la amalgama de los colores de la atmósfera pugnan y disputan por un lugar en sus aguas. Pero con apresurada lentitud va tomando un tono crema la delgada y evanescente lámina nubosa, y seductora, convence a la suave plata de la superficie marina, y empeñosa la transforma en la desinencia de un líquido marfil. El sol nace.

Desde todo su silencio sin nombre, la playa, y sobre ella el asterisco de la última estrella de la mañana. La primera página del día nunca tiene escrito nombre alguno, el remitente oculta el suyo, y tampoco puedo leer para quién lo ha escrito. No es fácil entender la respuesta del viento, ni el mar sabe cómo comprender a los mirlos, mientras estos silban escondidos: uhiii, uhooooo, uhiii, uhiii.

Sólo la arena a fuerza de acompañar durante siglos al incesante murmurar de las olas ha logrado entender el sueño de su errante espíritu. Así pues me adentro en el camino y sus distancias, a un lado las palmeras, el abierto horizonte al otro. A todos entrega su abierto enigma, con silenciosas palabras a todos íntegro se ofrece.

A media mañana, el sol comienza a extraviar mordiente, las nubes despliegan una banderola de victoria, y la luz solar se hace delicada, deleitosa y frágil. El aire es fresco, y el día concilia en armonía plena la clara tibieza lumínica y la estimulante brisa. Sobre el paseo voy arrastrando el carrito de compra, pero la cabeza se me ha ido a la estratosfera.

La tarde no quiere tomar en consideración apenas nada, se enreda en el magnífico desorden de las nubes, en su fugitiva presencia entreabierta, en los ocultos matices cromáticos que a veces ellas despliegan. ¿ Cómo podría transmutarme al par que ellas incesantes vuelan ? Sólo puedo construir mi torpe canción y brindársela en silencio a tu ausencia.

Cuando termino mis diarias ocupaciones, el crepúsculo se despide iluminando caprichoso las erráticas formaciones nubosas, sobre la bahía oscureciéndose. En la lejanía una vela latina surca la grisácea superficie del mar con el pequeño blanco humilde de su lona. Una gaviota viene a posarse sobre una alta farola del paseo, altiva y al mismo tiempo temerosa, observa atenta la humana vida bajo su atalaya.

Astarté, la fenicia diosa del manto de estrellas, se ha dormido. Dagón, mitad hombre y mitad pez, el fuerte y animoso Melcart, Tsaphon el dios de la tempestad y el rayo, ninguno puede despertarla. El almagesto vacío de la noche sólo tiene la esclarecida luminaria de su abierto infinito.

El mar indiferente a todo, respira apaciblemente dormido entre las sombras.



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miércoles, 20 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 20 Miércoles


Viajero incesante, el sol emerge esquivando sutilmente a la noche, sumida en su oscura tibieza, abstraída en la ensoñación de su oculto misterio sin misterio. Superfluo es otear hoy algún vagabundo navío, en el horizonte de indescifrable dimensión lejana, en la mañana sumida con certera habilidad en un inhabitable silencio. El sol no espera asumir la inseguridad del orden ni la ausencia de alguna densa tormenta. Bastan unos escasos jirones de imprecisas nubes para deshacer con su leve seda rosa el arcano azul que todo lo domina. Sobre las enigmáticas alas de la aurora, el cielo pasa del precario asidero del naranja, hasta los solubles matices turquesas que ascienden para desaparecer en deíficos e iluminados celestes exquisitos.

El mar es un lago que ha recuperado toda su profundidad, mientras respira la brisa que desde el noroeste levemente le acaricia. A su paso tiembla estremecido su líquido acero. Las gaviotas volando incesantes en alargadas formaciones dibujan caprichosas eses y volutas sobre la bahía. Un luminoso cántico avanza sobre el muro que inerva el rumor de la vida.

En campo de infinitos se ha transmutado la playa. Sobre el sendero de arenas la olvidada lluvia todavía dormita anhelante, mientras mis pasos por él me llevan. Definiendo a unas aguas indolentes y sin olas se dibuja una precaria línea de murmullos bajo la inextricable soledad de la mañana.

A la vuelta la luz solar se ha entibiado. Con renovadas fuerzas el firmamento ha desplegado el ligero rostro de una alta, blanca y extensa flámula de nubosidad estática. El viento renovador motiva fresco y animoso a soñar sin pulsiones de drama, no es necesario buscar perfiles que construyan un yo, no se precisa la invisible fé en ningún otro.

El mediodía se envuelve en el abandono, ha cedido al empuje silencioso de un pletórico y abigarrado abanico de nimbos que ofrendan una paz de blanca luminosidad callada.

Las horas de la tarde asumen su vuelo y su tiempo. Han resuelto en tranquila cercanía el aparente cansancio de la ciudad mientras reanudo mis tareas diarias.

Con el crepúsculo se desploma toda la orquestación cromática de un indeciso cielo. La superficie marina inmóvil se reviste de marfiles añosos, encubiertos oros, olvidados rosas.

Ni luna ni estrellas. La noche esconde en sus opacos caminos la luz ilimitada, quizá mística, tal vez errónea, que sin embargo la guía.



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martes, 19 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 19 Martes


Una suave bruma vela ligeramente las distancias, mientras la luz del alba intenta iluminar la mañana sin conseguirlo plenamente. El sol se encuentra con la sedosa fascinación de unas evanescentes y delgadas nubes que cubren como una pátina lechosa toda la atmósfera sobre la ciudad y el Mediterráneo.

Hoy se ha olvidado el firmamento de ser celeste, y se viste de un blanco uniforme y completo, iridiscente y pálido. El mar sin olas apenas, no consigue ser nada más que dormida superficie plateada.

Entre la neblina azulada los buques fondeados se medio ocultan, mientras los montes que enmarcan a ambos lados la bahía han perdido su base de tierra y rocas, sólo tienen a sus pies una dulce sonrisa de azul lejanía que los levita ingrávidos.

Todo es distinto bajo la media luz de este sol, un enorme conglomerado de apagados rayos, que apenas alcanza a dejar tras las palmeras esbozos mal perfilados de sombras que quisieran serlo. Uno parece sentirse así tal vez también transformado sin poder entender la sutileza del cambio. Se inicia un ligero poniente animándose entonces un escaso oleaje, que en la orilla va dejando en murmullos un oculto diálogo. El rumor apagado de una ola en la rompiente recibe la respuesta de otra abatiéndose sobre la arena mas allá o más lejos, a lo largo de toda la extensión de la playa.

Con el mediodía el sol consigue quizá medio abrirse paso entre la nubosidad delgada pero persistente. Sobre las aguas de líquido estaño caen tenues esbozos de mantos de reflejos, débiles estrellas que parpadean, que se desplazan incesantes o que se apagan, que se mueven a un lado u otro. Un crucero atracado en el muelle de levante asiste a todo ese movimiento de luz sobre el mar con atención y extrañado.

La brisa del oeste hace todo lo posible por pasar desapercibida, mientras empieza la tarde sin atreverse a trastocar la delicada magia que recibe del cielo. La ciudad se mueve a su ritmo, desapercibida de todo, afanándose en tareas y trabajos, olvidándose de ser ella misma incluso.

Cuando salgo del trabajo, hay algunos espacios celestes abiertos entre unas nubes que comienzan a tomar desvanecidos tonos de rojiza crema, que intentan desplegar con fingida indiferencia sus amarillentos sueños. El crucero en el puerto larga amarras calladamente, sus sirenas no saludan a nadie al irse, y con lentitud va perdiéndose entre la escasa bruma. Las luces de sus amuras temblorosas en la lejanía, desde la distancia poco a poco se van apagando.

La bruma sobre el mar se ha disuelto cuando llega la noche, pero ésta se ha olvidado de traer sus estrellas. El horizonte en tinieblas se llena de luces que parpadean, que oscilan y se estremecen. Son las barcas pescando.

Con las luces de la ciudad, hoy son los únicos destellos que la pobre y abandonada noche ostenta.




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lunes, 18 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 18 Lunes


Tímidamente sobre el horizonte, el sol aparece. Un disco rojo, tenue, bien delimitado pero sin fuerza visible, desfallecido y débil. Sobre un mar y un cielo fundidos en único y calmoso color marfil, suave e iluminado, evanescente y grácil. Algunas gaviotas permanecen posadas sobre las inmóviles aguas, mientras una o dos alzan el vuelo dejando perfilado el trazo ágil de su ingrávido ascenso.

Dos buques anclados escoltan a un lado y otro la roja y redonda llama del sol, mientras un surco de reflejos de fuego comienza a recorrer la superficie marina hasta la playa. Como no corre ni una pizca de aire el mar está asombrosamente estático, dormido e inerte, es un fiel espejo de la plateada crema que hoy viste el cielo. El horizonte se ha disipado en la refulgente bruma vestida del mismo leve ámbar fluido de la superficie marina.

El día, con cierto asombro y curiosidad, ha descubierto hoy fundidos en único y abandonado abrazo a las aguas de la bahía con el firmamento. Sus límites se han desvanecido en un sólo apacible y diáfano, pálido nácar amarillo.

La jornada laborable impone sus exigencias, y ante el asombro de las palmeras me pongo en marcha apenas iniciado este lunes, que ya muestra intensa actividad y tráfico animado. Pero el camino de arenas de la playa ostenta la magnanimidad de su vacío espacio, de su humilde silencio, hoy respetado por una orilla sin olas, apagada, estática.

Sobre el mar la humedad ha hecho crecer una cierta neblina alta que filtra la luz solar. Toda la superficie marina se reviste de una pátina plateada, sobre la cual dos o tres, a veces más, intermitentes puntos iluminados que a veces brillan. Reflejos del sol, que pinta destellos y luceros sobre las aguas dormidas.

Con el mediodía el astro del día ha tomado la fuerza y dimensión que le es propia. Un suave viento sur aproa a los buques señalando África. El aire trae la fresca vibración marina de las aguas.

La tarde es ya, aún siendo invierno, agradable y cálida. Apenas una camisa y un chaleco sobran y bastan, para caminar hacia el trabajo. En los chiringuitos de la playa, la fría cerveza es la reina de los veladores y mesas.

Cuando mis tareas terminan, sobre el cielo planean lentas y majestuosas las gaviotas. El crepúsculo inicia sus matices de seda violeta.

Despejada y fresca la noche se presenta. La bruma ha cedido, y deja ver sobre el límite de la ensenada las luces de las barcas de pesca. Sobre ellas, las estrellas imitan sus temblores iluminados, su viva pequeñez rodeada de negrura y sombras.



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domingo, 17 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 17 Domingo


Aún antes de surgir sobre el horizonte, el desaforado incendio del sol logra iluminar a las nubes por su base. Una intensa y roja luz alumbra la vultuosa superficie inferior de los abundantes nimbos inmóviles, esperando sobre un mar que a su vez se reviste con una tonalidad de encendidas brasas. Pero en breve una apoteosis de estallido naranja eclosiona y el regio astro solar inunda con asombrosa desmesura de luz toda la bahía.

Dos navíos recortan como pueden sus sobrecogidos perfiles ante la inmensa catarata luminosa que el amanecer regala, mientras el ausente viento concede unas horas más de reposo y sueño a las detenidas aguas de la ensenada marina.

Es ya media mañana cuando inicio mi habitual paseo. La calle está bien concurrida, con la claridad diurna ahora mitigada por un delgada blonda de nubosidad, por unos altos e indolentes estratos emplazados sobre la ciudad y el mar. La temperatura es templada, y sobre el paseo la animación no cesa. La habitual soledad de la playa hoy se ha trocado en alegre dispersión de parejas, pescadores en la orilla con sus cañas, niños que juegan y padres que intentan vigilar sus ocurrencias y travesuras. No faltan los perros, felices y jubilosos, unos corriendo sueltos junto a sus amos por las arenas, otros sujetos a sus correas paseando con sus dueños y de vez en cuando oliendo con insólita avidez interesantes esquinas y rincones insospechados.

Piratilla me espera a la puerta de su escondrijo tomando este medio sol templado y sutil que entibia la mañana. Come con buen apetito y se tumba luego delante mía panza arriba, con las patas extendidas y abiertas, esperando una caricia. Como debe de hacer más de doce años que al pasar le dejo algo, tiene plena confianza conmigo la gata.

El mediodía es un tiempo ligero, con la playa todavía más solicitada si cabe como lugar de esparcimiento. Frente a la bocana del puerto, una móvil aglomeración de blancos puntos que levemente se zarandean. Apenas sin viento compiten como pueden unas pequeñas barquitas de reducida vela con un solo regatista. El sol a veces casi encuentra camino expedito entre el velo de nubes, y las aguas se llenan de impulsos de plata, de un manto de brillos acuáticos que se apagan e iluminan en imprevisibles intervalos.

La tarde es relajada, sólo cuando ésta acaba la dorada luz solar baña de forma inesperada a la ciudad. La superficie de las aguas acoge reflejos violáceos, mientras más alla y al mismo tiempo el mar se hace atrayente fucsia, grácil rosa y líquida crema.

Cae la noche y el viento hoy no ha encontrado para venir camino alguno. Las palmeras se muestran indolentes y lánguidas. Rodeadas de sombras sus palmas caen extenuadas a lo largo de sus troncos.

El silencio de la negra noche se hace sencillo y blanco rumor de ligeras olas.



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sábado, 16 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 16 Sábado


Aprovechando las largas líneas de bruma, que sobre el horizonte compiten a ver cuál consigue hacerse más extensa, la aurora solar se viste con sus mejores atuendos. Con todas las gamas del fuego y los completos destellos del oro. Con todos los sueños de Ícaro.

El mar lentamente va deshaciendo la sombría presencia de la noche, aún cautiva en las redes de sus aguas, y recibe agradecido el regalo de los abundantes reflejos y centelleos, que bullen incesantes en la superficie levemente inquieta de la bahía. Apenas hay viento, la mañana es agradable y sólo fresca. La playa se ofrece con la abierta libertad de sus espumas, en la humilde generosidad de sus arenas, brindando su ingenua armonía de soledad y silencio.

En la alegre compañía de la luz completa inicio mi diario paseo. Agradecido íntimamente a la vida, que derrama a mi alrededor toda su magia y misterio. Las sabias palmeras del camino hoy pueden descansar plácidas, no hay ventarrón que las zarandee. El mar despliega sus enigmáticos y palpitantes azules, mientras sobre el cielo se extiende alguna leve nubosidad imprecisa que mitiga el calor agradablemente.

El mediodía abre por completo al sol las puertas de la ciudad. En la ensenada marina algo más de dos docenas de veleros intentan sin viento competir en lenta y casi detenida carrera. Un crucero atracado en el puerto avisa con largos y profundos aullidos de su sirena su inmediata partida. En breve, larga amarras y zarpa majestuoso sobre un mar quieto y tranquilo, iluminado tapiz de diáfano color turquesa.

Las horas de la tarde se hacen íntimas. Su luz ligera y mínimamente velada invita al descanso, a la ibérica siesta. La gente pasea en la relajada tibieza vespertina, el cielo no cree en imposibles, y solícito llena las humanas horas de accesible dicha. Las palomas entretanto se arrullan sobre la alta y amplia atalaya que forman las inclinadas luces de las farolas. El tiempo se desliza leve y discreto con detenido e inmóvil paso.

El crepúsculo llena las aguas y el firmamento de espléndido violeta, y desde el oeste va transformándose imperceptible en extensa y anaranjada luminosidad, dejando caer una abundante y cálida luz crema. Algunos parapentistas a motor se entregan, con sus alas de seda en ligero vuelo sobre la playa, a la búsqueda de ese grial de color evanescente y fugaz.

La noche llega apesadumbrada, sus sombras jamás podrán competir con el sortilegio de color al que desplazan. Pero en sus negros ojos profundos, el corazón encuentra la inagotable luz de las infinitas estrellas.

En la abierta dimensión sin límites de la noche eterna el corazón a sí mismo se encuentra.




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viernes, 15 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 15 Viernes


Explorando su dimensión propia, la aurora extiende la encendida y rojiza quimera de sus sueños sobre el brocal del horizonte, abierto a todas las distancias. Unas andrajosas y exiguas nubes, sobre el confín de las aguas, tiñen sus harapientas siluetas en la radiante luminaria que anuncia la cercana presencia del sol, todavía ausente.

El mar cobalto oscuro, inmóvil, espera también la dorada y radiante luz solar para vestir fúlgidas galas de líquida turquesa esclarecida. En la orilla abandonada, un pescador con su caña asiste al silencioso prodigio de un cielo alucinado que despliega incontenible un decidido rosa para anunciar el día.

La calle despierta poco a poco, mientras las palmeras se desperezan. Los sonoros cánticos de las aves fluyen melódicos, abriendo de nuevo la maravilla de la vida. Pero los peatones no tienen tiempo para otra cosa que ellos mismos. La naciente luz de la mañana se encuentra con un vasto y espacioso, fino tejido blanquecino de nubosidad, que dulcifica y atenúa el arrebato y empuje del destello cegador del sol sin trabas. Un viento ligero del noroeste trae un animoso y fresco aire. No hace frío.

Suspender el curso ideativo es fácil para un andarín que se funde con el camino. Atrás va dejando aquellos recuerdos que nunca tener quiso. La distancia lo llama, pero también ha olvidado el nombre que tuvo. El cielo entreabierto deja ver un celeste refulgente y deífico.

El mediodía es atenuado y pálido, la inmensa pátina lechosa de bruma alta y delgada persiste sobre la ciudad y su bahía. La mirada encuentra abierta la ofrenda de una intimidad apacible, la llamada interior a una invitación al abandono de todas las aristas y porfías. En la ensenada los buques anclados tienen una lejana apariencia abstraída.

A través de cientos de rotos, en las entreabiertas nubes, el sol se adueña de la tarde. Cálida y casi despejada, muestra orgullosa su regia luminosidad, su cénit de luz. El viento mece sus horas con alegre arrebato a veces. La arboleda del parque se llena de susurros, de voces ocultas.

Al salir del trabajo, apenas al oeste hay retazos de los últimos rescoldos apagados, oro en sombras, que el crepúsculo va extraviando sin darse cuenta. El mar se hace sombra con las sombras.

Aprovechando la benignidad de la noche y la iluminación del paseo, cerca de él sobre la playa, algunos niños se columpian y juegan. También ellos, sin saberlo, son pequeñas estrellas.



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jueves, 14 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 14 Jueves


No se lo toma con prisa. El día amanece arrastrando una inmensa pereza. El mar, fluido gris metálico, se vé laminado y casi inmóvil. Las aguas de opaca ceniza, esperan inútilmente un sol oculto tras una densa nubosidad sobre el horizonte.

La playa siempre parece más grande en su soledad desierta. Las arenas calladas, dormidas, soportan el paso una vez y otra de la máquina limpiadora que va trastabillando como puede, a trompicones sobre la irregular superficie, así dejada e impresa por las intensas y pasadas lluvias.

Fresco, pero no frío, el viento norte sopla y bufa, y va cimbreando con incesante zarandeo a las palmeras. La ventolera dibuja caprichosos y erráticos estremecimientos sobre el húmedo y hoy grisáceo manto acuático.

Sin armamento alguno, ni abrigo ni paraguas, el camino se hace más alegre y liviano. El insistente torbellino va abriendo el cielo, y sobre la ciudad asoma un azul luminoso, aún cuando el sol todavía no se ha descubierto. A cierta distancia de la playa con maquinaria pesada siguen aportando grandes piedras a las nuevas defensas y escolleras. El mar silencioso deja oir los estrepitosos desplomes de las piedras, unas sobre otras cayendo, y también los metálicos chirridos estridentes con que las máquinas se quejan.

El mediodía es luz y sol completo. El mar lo celebra con un iluminado turquesa, mientras las gaviotas en enorme bandada, quizá un millar incluso, toman el sol flotando sobre la bahía cerca de la orilla y del aire protegidas. De vez en cuando, alguna de esas pinceladas blancas, inquieta por desconocido motivo, alza el vuelo buscando en otro lugar nuevo acomodo, al lado de la muchedumbre inmóvil y arracimada de aves soleándose.

La tarde se entrega a la blanca alegría de algunos escasos nimbos que se pasean un tanto desorientados sin saber de donde vinieron. El viento entrometido revuelve travieso las esquinas y casi alza imprevisto vuelo la bufanda. La luz tibia y delicada de estas primeras horas vespertinas es un regalo con el que la ciudad mansamente se deleita.

Al salir del trabajo, el firmamento muestra un azul oscureciéndose. En el parque ahora rebosante de trinos y silbos, el viento añade el rumor de las hojas, el murmullo de la arboleda. Sobre los montes al oeste, el cielo sostiene como puede un amarillo desvanecido. La tarde acaba.

En la ensenada marina todo es negrura. Derramándose por ambos brazos de la bahía, las luces de la ciudad quisieran ceñir el fugitivo talle de opacidad y sombras de la noche, mientras las estrellas refulgen con toda su luz caprichosa, desde la oscura e insondable dimensión de una bóveda celeste, abierta en inexorable destino siempre al infinito.




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miércoles, 13 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 13 Miércoles


Sobre el difuso velo de la alta nubosidad marfil y crema del alba, hay algunas nubes alargadas. Esperando al sol se encienden con flamígero oro, mientras algunas otras olvidadas por el firmamento se muestran bañadas de un evanescente rosa.

La mañana se hace lenta calma, no hay viento. Iluminado de un ámbar diluido y tibio, el mar se despide de la noche estrechándola tiernamente entre sus brazos de espuma, mientras, amante complaciente, al oído le susurra un secreto rumor de olas.

El sol es ya fortuito incendio tras las nubes escasas del horizonte, y parece que el día se abre en luminosidad plena. Mas imperceptible el cielo retoma caminos de bruma y se cierran los aéreos espacios con la flexible arquitectura de los blanquecinos nimbos. La arena se hace dulce suavidad en las manos de esa luz tenue que no comienza, que llena de nácar ligero la mañana.

Como enero se ha olvidado de serlo, no hace nada de frío. El camino se extiende circundado de palmeras abstraidas en sueños imprecisos. Una extensas y bien perfiladas nubes por encima del horizonte, juegan a simular un ficticio archipiélago de imaginarias islas, emergidas sobre el pálido y escaso azul de un irreal e ilusorio océano etéreo.

El mediodía es evanescente y ligero, ha aceptado apaciblemente la dormida dimensión de una claridad ambigua. En la bahía esperan desestibar dos cargueros, uno de ellos abarrotado hasta límites inverosímiles de contenedores. Sobre su casco pintado de azul, se muestra una cubista mezcolanza de oxidados y metálicos cajones despintados y superpuestos.

La tarde es relajada, anuncia lluvia, que sin embargo no se inicia sino ya bien transcurridas varias horas. Primero tímida llovizna silenciosa, que mientras gana presencia va cerrando el día. Con humedad tierna y oscura se van empapando las primeras esquinas de las sombras.

Sólo un tenue murmullo es el mar. Intenta sin conseguirlo conservar un azul quieto. Entretanto los reflejos de las luces oscilan alargados y confusos sobre la lámina acuática y el día finalmente se eclipsa.

La noche busca los caminos que en su corazón encuentra, se entrega a los distintos infinitos de sus deseos dormidos. La noche ella también, sueña



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martes, 12 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 12 Martes


Desde el laminado horizonte lleno de encendido rojo el amanecer inicia una apoteosis de evanescente rosa, que se extiende de forma casi ilimitada, irreal y mágica sobre el delicado velo de nubosidad que espera al sol pacientemente. El mar pierde sus azules, las relajadas y amplias ondas que llegan a la playa se mueven en una superficie de tonos violaceos y púrpuras. Todo en rápida mutación termina en la leve densidad de un suave amarillo sobre el que estalla de inmediato un sol inmenso, gigantesco, entre la lejana bruma.

Las nubes siguen cubriendo el cielo, lentas y persistentes. Una luz tibia y crema inicia el día. La playa sumida en la limpia meditación de una soledad deífica, las arenas vacías. Ni siquiera el viento acude a llenar de rumor y olas las aguas. La mar calmosamente respira silenciosa, sólo un ligero flujo en la orilla que apenas sube y baja imperceptible, sin espumas.

Es la media mañana, cuando salgo con el paraguas de inevitable compañero. El camino es quizá hoy más solitario y sereno, bajo la sumisa luz apagada. Frío no hace al menos, aunque las distancias se llenan de grises espacios caprichosos, de ceniza aérea fugitiva y móvil. Han tomado todas las formas las nubes oscuras. Aunque cercanas al confín de la superficie marina, donde mantienen los ilegibles vestigios de un pálido crema.

El mediodía tiene un perfil soterrado, de luz de estaño, con una dimensión adormecida. El cielo es el denso oceáno de toda una policromía grisácea. El mar recupera matices de metal herrumbroso, de atezado verde cobrizo.

Una silenciosa y ligera llovizna inicia la tarde. La ciudad parece respirar sumida en alguna extraña duda. La escasa luz trastoca la posición de las horas, pareciera que ya termina el día.

Persiste el tímido aguacero cuando termino el trabajo. La luces de la ciudad comienzan a despertar de su apagado sueño. El asfalto húmedo muestra orgulloso su laberinto de espejos. Sobre ellos los faros de los coches pasan regalando rápidos brillos fugaces.

Al volver veo que en el mar las olas han crecido, se levantan turbias y opacas, la rompiente murmura incesante su salmodia de siglos.

La noche sobreviene sobre unas calles vacías, desangeladas, desnudas. Sobre unas arenas que ya nada esperan. El noroeste mece las palmeras, las despeina y zarandea.

En la orilla de la playa, entre las sombras, sólo la sonrisa blanca de las espumas permanece incólume.



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lunes, 11 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 11 Lunes


Desde ayer y durante toda la noche ha estado lloviendo. Una fina lluvia, pausada, silenciosa, lánguida. Pero con la madrugada las nubes han emprendido camino, y han dejado alboreando al cielo, solitario y adormecido.

El sol naciente llena de luz las humildes aguas de los charcos, y por unos momentos las transforma en cristal diamantino, mientras el mar se atiborra incontenible de todo el fuego líquido que en abierta catarata cae sobre su tranquila ensoñación turquesa, sobre su abierta extensión sin oleaje apenas.

Todavía húmedo y oscuro por la lluvia caída, nadie hay en el oscuro arenal de la playa. En su vacía soledad abandonada, el equívoco y apagado, el quedo murmullo de algunas escasas olas. Mientras, destilando su fresca calma de silencioso cristal aéreo, se desliza con callada discreción una ligera brisa. El aire es agradable y atemperado, no hace frío.

Escondida bajo los butacones de mimbre de la terraza de un bar aledaño al zaguán de mi edificio está Vicky esperando, ya que esa es la zona más soleada por la mañana, y esta gata es algo friolera.

La energía para caminar surge hoy sola, con la agradable compañía del amable calor solar sin limitaciones. El ánimo se hace desenfadado y resuelto. La alegría de la luz abre siempre los espacios interiores de la mente, llenándolos de impulso y vida. Las palmeras asienten a mi perorata, y un tanto solapadamente se sonríen pícaras y escépticas, mientras siguen a lo suyo, solazándose apaciblemente.

El camino está empapado todavía, con las palomas bañándose en los abundantes aguazales al sol. El horizonte es una sonrisa sin límites, mientras el mar se muestra iluminado y radiante. El tiempo a veces debería detenerse.

Con el mediodía algunas nubes curiosean sin atreverse a romper el diáfano sortilegio de luz que el día ofrenda. El viento se anima, pero sin exceso, y aunque nororeste, es templado.

La tarde entrega con delicadas manos su relajado tiempo, unas horas doradas y leves, que discurren en secreta armonía interna, en inapreciable y rumoroso cauce. Cuando termino mis tareas, el cielo se estremece entre el blanco marfil de las nubes y el celeste bañándose de rosa del firmamento. Sobre los montes al oeste, la nubosidad interpreta un resplandeciente y silencioso himno de color y fuego, que las estáticas aguas del puerto imitan en líquido delirio de rutilantes reflejos.

En la bahía el mar toma un azul oscuro, la noche se anuncia. La ciudad prende sus miles de luces que en la distancia oscilan y tiemblan. Sobre el horizonte enfrentando al viento de tierra, se ven, señalados por sus intermitentes balizas, a los aviones descendiendo, planeando hacia la pista del aeropuerto.

Con apacible sencillez, la noche se abre al infinito. Constelada de esclarecidas estrellas, nos ofrenda el tiempo inasible de los primeros momentos del universo.




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domingo, 10 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 10 Domingo


Bien animado y decidido el sol abre a sus anchas el día, pero como hace frío se busca una bonita bufanda blanca de nubes, y se adorna con ella. El mar sin olas apenas, recibe entonces una delicada filigrana de líquido marfil, de pálida crema que antes fué encendido naranja. Una brisa ligera de poniente esconde aviesa sus intenciones, que poco a poco sin embargo van apareciendo, al principio como leve e inocente, poca cosa, ligero manto de nubes blanquecinas, que ocupan el cielo en sospechoso silencio. La playa no recela nada, continúa adormecida, un leve murmullo de olas que el sosiego de la mañana acoge amoroso con oculta ternura.

La calle está algo desanimada, y son escasos los corredores por la arena, abrigados algunos con guantes y cubierta la cabeza. Las aves no titubean en manifestar con alegres y dicharacheros trinos su júbilo por el nuevo día, los gorriones aunque pequeños saben apreciar y expresar con gran entusiasmo su encuentro diario con la vida. Los mirlos son más filosóficos, silbido va y viene, ponen en solfa, a veces, tanto infantil arrebato, y modulan algunas canoras objeciones, que entre ellos repiten un tanto divertidos ocultos en la copa de las palmeras.

Es la media mañana, cuando me pongo en marcha, bajo la pálida luminosidad que el velo de nubes deja caer con descuido sobre el camino de la playa. La buena vista de las palomas es sorprendente, unas migas dejadas caer son casi de inmediato detectadas. La pequeña bandada alza el vuelo con premura, y antes de que pueda terminar de escribir estas palabras, ya están animosamente comiéndoselas.

A la vuelta, el frío que va cayendo es la señal predecesora de la lluvia. Comienza a caer con lentitud silenciosa una fina llovizna, el día se oscurece, y los pocos paseantes se esfuman mientras el agua llena de magia la ciudad y de soledad la playa. El viento rola a levante ligero, y con pesada parsimonia, con lentitud metálica y compacta la media docena larga de navíos y buques anclados en la bahía comienzan a enfilar el viento con sus proas. Por pesado que sea el carguero, el viento aún siendo sólo brisa acaba imponiendo su ley y su brújula.

El mar se cubre de sabia y vieja ceniza, verdosa, de una textura antigua y azul, eterna. La tarde extiende su vacío y su ausencia, en unas horas interminables y lentas. Un sol descuidado se abre camino apenas por unos momentos, pero el crepúsculo va cerrando inexorable la luz del día. La noche sobreviene en escasos instantes .

La boveda de nubes se colorea de un salmón turbio y revuelto que la ciudad y sus farolas encendidas le entrega. La negra densidad de las sombras es vencida por la abundante y encendida luminaria de las naves ancladas en la ensenada marina. El horizonte ha desaparecido llevándose todas las rutas y todos los caminos, de un mar asaltado por la sombría densidad de la noche.



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sábado, 9 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 9 Sábado


Sin demora alguna, conquista la anaranjada extensión que le ha precedido, el despejado y espacioso cielo es un abierto y expedito camino para el sol, que alza el vuelo, arrollador e incontenible, sobre el horizonte, sobre unas aguas inmóviles y aletargadas, también quizá confusas. El mar desposeído de olas y fuerza, se ha entregado como inabarcable espejo al refulgente resplandor del cielo, y se deja invadir de platas difusas y líquidas evanescencias doradas.

Los silbadores mirlos han hecho suya la soledad fresca y vacía de la mañana, que se va soleando lentamente. Desde sus ocultas atalayas saludan al día, mientras con clara elocuencia el frío monologa consigo mismo, rememorando sus peripecias entre los montes y los neveros, desde los que le trajo en la madrugada el viento, ahora apenas una brisa, para luego irse y dejarlo solo. El septentrión ha abandonado durante la noche en las calles a la glacial respiración del invierno, aunque poco a poco el sol tomando la iniciativa va consiguiendo vencerlo.

Pese a todo cuando salgo la manaña es bien fresca. No desatiende ni un minuto mi silbido Vicky la gata, hay buen apetito, y el desayuno se precisa. Andar es sobremanera agradable, la baja temperatura incita a hacerlo. El cielo muestra un azul inconcebible, preternatural, sobrecogedor, enigmático. Pareciera poder tocarse con las manos, añil intenso y turbador, en él los pinos de los montes cercanos recortan el apretado y nuevo verde de sus copas, entregándolas como oculta caricia al firmamento. Arrobado con sólo mirarlo encima suya, el camino parece alegrarse.

Ante la estrecha puerta o resquicio de su madriguera, Piratilla, la gata de la playa está tomando el sol cuando llego. Olvidándose displicente de las palomas que cerca suya rebuscan sobre las arenas, bajo el muro del paseo. Levanta el rabito y viene cuando me vé, casi ronroneando a mi encuentro. En la ribera apenas sin olas, el mar levemente murmura. Flotando o tal vez levitando sobre los destellos y reflejos de la luz en las aguas, algunos cargueros recortan sus metálicos perfiles en oscuro contrapunto frente al horizonte ilimitado.

Pasado el mediodía acudo a recoger un componente de electrónica que le he comprado a un amigo. La cita es en un almacen que tiene lleno, atiborrado, de viejas radios unas sobre otras apiladas. Todas silenciosas y expectantes, esperan pacientes ser compradas, mostrando sus diseños y formas llenos de años, a medias desempolvadas. Palpita todavía una antigua ternura depositada en sus diales y botones por miles de, ahora, invisibles manos.

La tarde adormecida, intemporal, cálida, es un aúreo oceáno de luz. Las gaviotas han fingido una nevada sobre la bahía, flotando sobre la superficie marina con sus blancas figuras, en agrupada e incontable bandada.

El crepúsculo regala un azul luminiscente a las aguas, y funde en mágico crisol aéreo los colores del cielo, ofrendando un melancólico violeta tan irreal como incierto. El frío asoma como silencioso paseante por una playa que se sumerge en crecientes sombras.

La noche ha traído una bóveda trémula de luceros. Atravesando con su resuelta y alegre fosforescencia la hipnótica negrura del cielo, las estrellas refulgen hoy con una radiante y cercana presencia. El aire es tan glacial y limpio, que un extraño sortilegio las ha hecho accesibles y casi nocturnas e íntimas amigas.




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viernes, 8 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 8 Viernes


Cristal gélido, de helada transparencia el aire de la mañana. El viento norte ha venido entrando desde toda la madrugada pero no encuentra a nadie, no hay una nube, sólo algún pobre lucero olvidado que tiembla de frío. El mar silencioso calla.

Sobre el horizonte limpio e interminable, hoy el sol redobla su incontenible brillo. De inmediato refulge, con deslumbrante y naranja destello. Se conturba el perfil oscuro de los navíos detenidos, anclados y quietos esperando algo que alguna vez añoraron, pero con el paso de la noche ya han dado al olvido. Desalentadas las olas en la orilla, en silencio han desaparecido.

Diáfano el firmamento, abierto al torrente azul de un cielo ilimitado, mientras la ciudad como puede intenta rehacer sus empeños, reanudar sus diarios esfuerzos. La calle comienza a moverse, los peatones caminan con cierta premura, buscando conseguir algún calor con un paso acelerado.

En el sendero de la playa, las arenas se muestran ya secas, sólo queda algún escaso charco. Los gorriones y palomas tienen apetito, se plantan bien delante en evidente petición de algunas migas, el frío les obliga imperiosamente a calentar su estómago como a cualquier hijo de vecino. La oblicua luz del sol entretanto parece andar conmigo el camino.

Incluso al mediodía el aire es acerbo y helado, malavenido, pese al completo sol. Las exultantes palmeras muestran un aspecto pletórico, el agua les ha dado una renovada apariencia, una estampa llena de lozanía con un verde intenso y vivo. El mar se extiende iluminado, rebosante de destellos, auténtico metal centelleante y líquido.

Con la tarde un cierto número de nimbos pasean sus orondas volutas sobre la bahía, como un celeste rebaño de enormes borregos cargados de finos y blancos vellones de lana. El mar a sus pies recupera su verde profundo, en tanto que la luz solar llena las aguas de claro ámbar fluido.

Cuando finalmente acabo el trabajo y salgo, tras el perfil del faro del puerto, todo el cielo se ha hecho un ensueño de rosa seda e irisado gris pálido. Con celeridad y presteza la noche abre sus tesoros de estrellas y sombras. El mar casi inmóvil, apenas es un leve resuello en la orilla callada. Algunos pescadores aferrados a sus cañas valientemente arrostran la frialdad extrema que el viento norte sigue trayendo.

En el firmamento hoy las estrellas alegres titilan, y se engalanan mostrándose unas a otras los iluminados vestidos, rojo, azul, blanco, otra vez azul, que contentas han comprado por poco dinero en los saldos.




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jueves, 7 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 7 Jueves


Toda la noche el repiqueteo del agua cayendo y el viento soplando. Fuerte levante, que azota las palmeras, que sacude con ráfagas de lluvia los cristales. Es tan intensa y cerrada la tormenta que se podría decir que no amanece. Las distancias se esfuman, ni asomados a sus iluminadas balizas logran hacerse evidentes los buques anclados en la bahía.

El mar se agita con oscuro oleaje, abrumado y confuso. Sólo se oye el fragor del agua desplomándose desde un cielo gris plomizo, revuelto e irascible, opaco y denso. Las gaviotas vuelan tranquilamente en este abismo enloquecido, blancos puntos emergiendo de la oscuridad y la nada, volviendo de nuevo a la nada y a la oscuridad de nuevo.

De pronto una súbita descarga electrica. Un deslumbrador rayo que anuncia con su encendida ira el inmediato y casi atronador estampido del trueno, y se inicia el día mientras el cielo se desfonda incontenible, sucumbiendo en cataratas de agua y lluvia que braman con desesperada furia.

Es imposible hacer nada, salvo tomar el desayuno y desconectar la red electrica y el cable de la toma de antena de televisión y radio. Sobre la playa corren en torrenteras las delirantes aguas buscando la orilla. Asombrosamente la demencial máquina limpiarenas sigue deambulando de un lado a otro, tropezando y a duras penas eludiendo los abiertos cauces que evacuan los turbios arroyos formados casi de inmediato.

Pero el viento cede, y poco a poco, la mañana lentamente, como puede, se va levantando. Rola el aire a norte suave, va cesando el aguacero. El mar, verde ceniza oscura, se ve invadido por dos enormes lenguas de roja tierra que van creciendo, que van entrando hasta más allá de la bahía. Como parece que es ya posible salir un rato, animadamente el paraguas y yo, nos ponemos en marcha.

Hoy no hay que eludir charcos, sino ríos y caudales en la acera, pero cuando paso todo se ha evacuado. Piratilla sale de su guarida cuando le silbo, algo mojada, pero sin perder nunca el apetito, mientras en la rompiente el mar ruge levantando espumas turbias.

Con el mediodía se van abriendo los cielos, el sol anuncia con su luz el final de la atmosférica batalla. Derrama su esplendor en tromba, pero de reflejos sobre la superficie marina, que se va aplacando, iluminándose de verde turquesa, mientras cada vez más dentro de la bahía, prosiguen entrando y creciendo las dos inmensas y terrosas lenguas rojas de las torrenteras.

Con el norte frío y liviano, el aire aparenta tener menos densidad y peso, se ha hecho grácil, distinto y nuevo. Los buques anclados muestran un aliviado aspecto, han aproado enfrentando al viento, mientras se calientan agradecidos bajo el sol de la tarde. Un azul magnético ocupa el cielo, mientras algunas nubes blancas simulan ser inocentes sin serlo.

Cuando termino mi trabajo, vuelvo rodeando el fondeadero del puerto. Sobre los montes al oeste se ha instalado un rojo panel de nubes, que llena con líquidos espejismos de rubíes las coloidales aguas de la caleta, mientras éstas van lentamente oscureciéndose en silencio.

La noche es fría, rutilante de estrellas. Bajo una limpia bóveda que muestra un azabache negro y aéreo. Pleno de solidez y eterno.




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miércoles, 6 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 6 Miércoles


El viento norte viene jaranero y bullicioso, irrumpe y se entromete entre los edificios soplando y bufando fuerte. Palmera que pilla en su camino, frío y desabrido la pone a caldo. En el discreto mutismo de la mañana sólo se oyen de los gorriones algunos trinos, y las protestas de las batientes palmas entrechocando y quejándose. El sol está entretenido, leyendo un abierto periódico de pálidas nubes delgadas sobre el horizonte, y enfrascado tras ellas no se le vé. Las aguas esperan pacientes a sus pies, mientras se visten con dorados suaves y plateados azules que el viento estremece y agita.

La soledad es gloriosa, el cielo muestra añiles y celestes iluminados, mientras la enteramente vacía playa bosteza. Rebuscando entre los bancos las palomas muestran una indomable voluntad terca. La calle solitaria, comienza a recibir un sol tranquilo y parsimonioso. El firmamento se descubre de sus nubes y ofrece ahora una agradable sonrisa a todos abierta.

A la media mañana el paseo ya tiene animación, peatones y corredores. Un enorme y bien elevado crucero, casi doce pisos de camarotes por encima de cubierta, aporta nuevos visitantes matutinos, que andando sin prisa se solean. El mar ha tomado un verde oliva lleno de viveza, mientras incesante, el viento sobre la bahía dibuja móviles temblores sobre la superficie marina sin olas y quieta.

El mediodía es sol, sol, sol sin límites, pese a los intentos del norte, sopla que te sopla. En la ensenada, dentro de su silencio envueltos, seis grandes cargueros parecen pensativos. Algún arrojado e intrépido bañista hay en la playa que se lanza a bracear valiente y solitario en las frías aguas. Los más sólo sestean tumbados al calor abierto que generoso el astro rey regala.

Con el poniente se inicia la tarde, que va trayendo algunas nubes, que dejan caer una pálida luminosidad bajo la arborescente arquitectura de su blanco celaje. Y sin aparente dilación, el tiempo se va llevando los sueños que alguna vez vinieron, y las horas que parecieron eternas. El crepúsculo abre las puertas a la noche.

Los mirlos asustados huyen volando de los estampidos de los petardos que hacen explotar los chavales en la playa mientras las luces de la ciudad crecen una a una. Es una noche más bien fría, algo desangelada. La playa ha quedado vacía. Sólo de vez en cuando una extensa línea blanca de espumas en la orilla, y se oye el murmullo relajado del ligero oleaje entre las sombras.

Rodeadas de opaca negrura las balizas iluminadas de los buques anclados en la bahía, dentro de un inexplicable y oculto enigma....




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martes, 5 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 5 Martes


La mañana no sabe decidirse. Dubitativa y confusa entre vestirse de sol o de nubes. Quizá, piensa, mejor la dulce luz azulada y gris, bajo las desparramadas y dispersas nubes por el firmamento, o cuando éstas se abren, tal vez la animada y alegre catarata del estallido solar sobre las aguas.

Un viento de poniente amable y templado no quiere ayudar a la mañana a determinarse. Y ésta deja indolente que las palmeras rezonguen entre ellas y desaprueben sus dudas.

Las arenas se han secado y lucen un tono claro y tenue, aunque también muestran en forma de surcos, de cicatrices cerrándose, los caminos que buscaba el agua de la pasada lluvia para llegar a la orilla.

Dos enormes y arbolados cruceros han atracado en el espigón de levante, la calle y el paseo se llenan de grupos de turistas y visitantes madrugadores, mientras el sol hace un intento y abre lentamente la bóveda del cielo, llenando de luz el cristal detenido de los aún abundantes charcos.

El mar muestra un metálico azul bajo las nubes, y cuando éstas se entreabren, y dejan paso a la completa luminosidad solar, las aguas marinas despliegan un radiante turquesa atrevido.

Piratilla asoma la cabeza sin tardanza cuando la llamo. Sale de su guarida en el muro de la playa y come animadamente con buen apetito. El horizonte se abre en franca sonrisa ilimitada, y el mar a nuestro lado, sin olas, ronronea levemente, imitando quizá a la satisfecha gata.

Dos navíos dibujan en contrapunto dentro de la ensenada sus metálicos perfiles mientras las excavadoras continúan afirmando con enormes rocas las defensas y rompeolas cercanas a la orilla.

Al mediodía todo es sol. Completo dueño del firmamento. La brisa marina es de componente sur, y hace calor casi. En este hemisferio septentrional, ¡ y en Enero !. Las palmeras están plenamente a su aire, pletóricas todavía del agua caída, disfrutando y soleándose con toda la luz del cielo. Asi como los turistas, decididos a no dejar hueco, a llevarse el sol hasta en los bolsillos.

Bajo el calor ligero y benévolo del astro del día se despliega y dilata suavemente adormecida la tarde. Y sesteando a medias no se da cuenta, que poco a poco, sin conseguirlo del todo, nube a nube casi la cierran. El crepúsculo ilumina de matices de oro y rosa seda al medio abierto espacio aéreo, que va compactando con sombras su azul eterno.

Las estrellas parpadean tímidas en el eterno y opaco piélago de la nocturna bóveda. Mientras, la luna se entretiene, nadie sabe en qué, y aún no ha venido.

El viento norte sí ha llegado. Galante y cortejador, quiere seducir a la noche, quiere acariciarla con sus manos.

Pero como las tiene frías la noche no se deja.




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lunes, 4 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 4 Lunes


Apenas encuentra un resquicio, apenas un hueco entre la línea del horizonte y la densa masa de nubosidad que cubre el cielo. Enfadado, se asoma sólo unos instantes con su ojo de fuego. Aunque como buen guerrero se detiene. Una vez cumplido su propósito no se jacta ni se precia por ello, no se enorgullece. Vence porque no puede menos, pero no para engrandecerse. Sabiéndose titánico acepta la sabia reserva que le proponen las nubes, y oculto tras ellas continúa su ascenso hacia su destino y su cenit. El sol desaparece brindando una tibia claridad a la bóveda de espesos nimbos. Una luminosidad de cálido y dorado ámbar inunda entonces la playa, la ciudad y sus calles. Se anuncia la lluvia, viene diciendo el levante ligero que roza el verde inquieto de las aguas.

Y antes de terminar estas palabras, arrecia en densa descarga el aguacero. Todo se vuelve distinto en sus manos, un vivaracho pincel difumina con animados trazos grises y azules todas las distancias. La calle se vacía de peatones y se llena el asfalto de espejos.

Me lo estoy pensando un rato, busco al menos que la intensidad de la precipitación ceda y leyendo noticias espero. Cuando parece que la cuestión va a menos, pongo pié en la calle con inexcusable retraso para Vicky, que hace un buen rato me espera hambrienta, que me endilga nada más verme un maullido bien alargado y modulado con expresivos altibajos de evidente regaño. ¿ Qué pasa con mi desayuno ? Es bien a las claras la traducción del lenguaje felino que usa conmigo.

La lluvia se ha tranquilizado, me recibe menos descontenta que la gata, sobre el paraguas su rumor repiquetea festiva y alegre. No hace frío, pero es preciso no despistarse para no terminar metiéndose en todos los charcos del camino. Un mar de oscuro gris verdoso se funde en la distancia con las nubes, el horizonte ha desaparecido mientras en la playa unas olas escasas apenas alzan su voz sobre el animado bullicio del agua cayendo.

Más problemática es la vuelta, aquí te pillo y sin previo aviso, empiezan a caer chuzos de punta. Es una apoteosis de agua, por todos lados aparecen charcos que no advierto, y en todos meto el pié, y claro está, la pata. LLego con una traviesa alegría satisfecha y oculta, aunque además bien empapado y espurreado.

El mediodía es un asombroso y casi por completo abierto cielo. El sol llena de luz el suave turquesa de las aguas, rola el viento a poniente y las palmeras se mecen, limpias, vivas, nuevas, contentas. El horizonte reaparece, en su sitio afortunadamente.

Comienza de nuevo nublándose la tarde, de vez en cuando una llovizna. Luego se medio abonanza y el firmamento exhibe un azul infinito entre el blanco insuperable de los juguetones nimbos.

Siguen llegando nubes, la luz declina, los aguaceros se suceden ya ininterrumpidos. Los navíos en la ensenada han encendido sus balizas, y envidioso el cielo las suyas, relampaguea. A la izquierda de la bahía, la tormenta pasa tronando entre rayos que iluminan las nubes por dentro, lloviendo con fuerza, a la derecha termina abriéndose la bóveda celeste dejando ver los residuos de azul y crema de un crepúsculo abrumado y ceniciento.

La noche acepta el liviano viento, norte ahora. Con sus manos de sombras acaricia los restos nubosos, la playa vacía, la ciudad aguachinada.

Sus manos abiertas y llenas de silencio saben explicarlo todo sin la torpeza de las palabras.




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domingo, 3 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 3 Domingo


Una dorada claridad que se extiende por agua y cielo va anunciando su llegada. En escasos momentos un encendido rojo se apodera del firmamento, y entre pingajos y guiñapos abrasados de restos de nubes va asomando su incontenible fuego.

No dice nada, no busca nada, nadie lo domina, el sol comienza a entibiar una fresca mañana, despejada, sin viento. En el silencio dormido, sólo la apaciguada cadencia rumorosa del liviano oleaje y algunos trinos de las madrugadoras aves. Soledad de unas arenas bañadas de luz secreta y callada.

La orilla, la playa, ya no habitan en ningún lugar, en ningún sitio. En deífico ensueño han levitado absortas. Una ráfaga de súbita lucidez las ha sumido en ignota transfiguración, y delicadamente de nuevo arrulladas y mecidas por el mar, esconden su inefable misterio en la inmensidad de un impenetrable silencio.

Es ya más de media mañana, en la calle hay una agradable temperatura, y bastantes peatones con distendido paso, tomándose sosegadamente su deambular en calma. El horizonte escribe inadvertido en la distancia su siempre infinito mensaje. Quizá haya una olvidada brisa, pero el camino no sabe decirme de donde vino. La arena va ganando tibieza, se va iluminando mientras se seca, va amarilleando y haciéndose más clara mientras los últimos charcos se evaporan y ausentan.

Hacia el mediodía el firmamento toma más presencia, se engalana de unas delgadas pero crecientes nubes extensas, que no ocultan del todo a la luz solar, pero sí la aminoran con delicadeza. Una brisa apagada y discreta de poniente acaricia la superficie marina. Algunos tumbados en la orilla toman a medias este medio sol que llega.

Todo se detiene cuando llega la tarde. Se deshace casi de las nubes y se olvida del viento. Quizá también extraviado, el tiempo ha perdido su destino. O tal vez esté echándose una siesta, adormecido sin darse cuenta.

El cielo toma líneas de seda rosa, pálido azufre, sedoso y azulado gris. La playa sin olas está respirando de manera tenue y apagada. Los chicuelos y los críos juegan incansables en la arena. El crepúsculo es una hora de mansedumbre tierna.

Como no hay viento los barcos han aproado en diversos sentidos. Sus balizas encendidas llaman en silencio a la noche. La mar toma una densidad profunda y un azul desconocido. El espacio se hace más inmenso, la vastedad más indefinida.

Con sus alas de sombra y misterio la noche avanza.




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sábado, 2 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 2 Sábado


Hoy el sol, sin nada que lo detenga, eclosiona, estalla. El mar a sus pies está iluminado de un plateado azul, inmóvil. No hay nubes, apenas tres o cuatro inexistentes jirones blanquecinos, como intentos fallidos de un seco pincel ya sin pintura. Las palmeras quietas, aliviadas, descansan sin zarandeos ni azotes de irascibles ventoleras. Un ligero viento norte ha venido, obsequiando un limpio y enigmático añil al cielo.

De manera indeclinable hay que bajar los toldos y protegerse de la catarata de luz que entra. No es lo mejor estar deslumbrado para alcanzar sin errores el asa del tazón del desayuno.

Ningún frío hace, la calle participa de una festiva animación. El barrendero y yo coincidimos al saludarnos, no es necesario desearnos buenos días, realmente lo son. Ponerse a andar es hoy compartir una alegría general, el suave ejercicio ilumina aún más el resuelto ánimo que llevaba.

No solo de pan vive el hombre, ni una gata de una ración de comida. Cuando llego al escondrijo de Piratilla en el muro de la playa, observo que me he olvidado la pequeña botella, en la que llevo el agua para reponer asiduamente la que va haciendo falta. No hay problemas, hoy toca comprarla entre otras cosas y puedo volver por el mismo camino y dejarle lleno su cuenco de tan indispensable líquido elemento.

Es ya media mañana, las arenas estan concurridas y se toma el sol con delectación. En la bahía hay anclados casi media docena de navíos y buques diversos. Las palomas se toman un baño en los ultimos charcos que encuentran, esponjan las plumas y baten sus alas dentro del aguazal, permaneciendo luego en él con evidente complacencia un buen rato.

El mar está tan quieto, sin olas, que hasta los piragüistas han venido a entrenarse, lo que sólo hacen por lo general dentro del puerto. Dos o tres balandros muestran el impoluto blanco de su velamen, en lenta navegación por las aguas. Algunos bañistas se han animado a nadar incluso, pese al dos de Enero del calendario.

Con la tarde un leve estremecimiento en la superficie marina anuncia un ligero viento de levante. Las gaviotas juiciosamente toman el sol, flotando juntas, detenidas con tranquilidad absoluta en pacífica bandada. El sol va declinando con serena lentitud, mientras la brisa del este se anima. Los barcos en la ensenada, en imperceptible danza conjunta, señalan con sus proas la dirección del creciente viento.

El crepúsculo encuentra sobre el horizonte unas escasas nubes y colorea de azul rosado a algunas. La mar se va oscureciendo con un frío cobalto.Todavía la luna no ha venido, y ya se encienden las luces a ambos lados de la extensión de la ensenada. Algunos pescadores han plantado sus cañas en la orilla, llena de sonoridad líquida, del inacabable y blanco rumor del creciente oleaje que viene trayendo un manto de sombras.




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viernes, 1 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 1 Viernes


Tras toda una noche y una madrugada de bribonzuelos petardos explotando sorpresivos en cualquier momento, el alba supone un respiro para la pobre playa ojerosa y medio insomne.

Sopla decidido, a pleno impulso el viento norte, zamarreando a conciencia a las indefensas palmeras, sacudiendo y entrechocando sus palmas que se lamentan con incesante rumor. El fuerte aire ha detenido casi el oleaje, apenas un rumor apagado llega desde la orilla, mientras por la superficie de la ensenada se extienden los móviles estremecimientos que el vendaval dibuja sobre las aguas.

Atraviesa el sol con firme decisión las entreabiertas puertas de algunas escasas nubes, abriendo un nuevo año y un espléndido día. El mar muestra un verde de diversos matices, azulados o amarillentos, que se mezclan inquietos al albur del viento y sus bufidos sobre la extensión marina. La soledad es absoluta ahora, el gorjeo de las aves no encuentra oyentes, nadie escucha las sonoras quejas de las palmeras vapuleadas por el enfadado ventarrón. En la ribera, al no tener a nadie que le oiga, se diría que el mar calla. Hace una temperatura asaz ingrata, si no fría.

Pero aunque nublada a veces, la mañana termina siendo soleada. El mediodía parece haber devuelto la actividad a la calle, algunos pasean a sus mascotas. Aunque se nota cierta deserción entre los deportistas. Hoy los corredores quizá corran, pero deben ser todavía otros los caminos.

Como llego mas bien tarde, Piratilla ataca su desayuno con decidido apetito. El empuje del aire barriendo la arena le ha dado a la playa un renovado aspecto. Las gaviotas en incontable número vuelan sobre la bahía en cerrado circulo, para al final posarse sobre un mar sin olas en estrecho y flotante aprisco. El cielo recupera hoy sus celestes infinitos.

La tarde se despliega ociosa, atemperada, luminosa, indolente. Los paseantes caminan con deleitosa lentitud, sumergidos en el tibio abrazo del sol, buscando lugares protegidos del norte, ahora más apaciguado.

El crepúsculo viene, ofrendando obsequioso a las aguas y al cielo un pequeño ramo de rosas y violetas. Las gaviotas han alzado el vuelo, sujetos por sus anclas no han podido hacerlo tres cargueros.

Con su refulgente manto de estrellas, la noche es siempre suya, de su luz de plata y sombra. De la sabia y callada Luna.






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