jueves, 31 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 31 Jueves


Con un rebujito de sol y lluvia, un revoltijo de nubes pizpiretas y luz completa y abierta, la mañana ha ido divirtiéndose y retozando entre sorpresa y chaparrón, entre abiertos cielos que luego al instante se cierran, entre traviesos aguaceros y firmamentos sonrientes y luminosos casi seguidos.

El mar no sabe qué vestido ponerse, su extenso verde oliva o su profundo azul oscuro, y al final opta por ambos. Ligero levante inicia el día aunque el oleaje de poniente persiste, continuo, cadencioso, llenando de rumor la orilla de la playa, jugando con las blancas espumas entre las arenas solitarias.

Hace una temperatura sorprendente, suave, espléndida. Emprendo mi paseo con entusiasmo y animada energía. El recuento de charcos es interminable, cada vez más extensos, cada vez más obstinados, instalados con resuelta decisión de permanencia.

La hierba bajo las palmeras está exultante, los continuos remojones le han dejado un color vivo, aterciopelado, fresco. Los paños de césped se extienden llenos de trébol, y de oportunistas y desconocidas especies alegremente nacidas bajo tanta lluvia. El camino serpentea con tranquila soledad mientras lo recorro sin prisa. La rompiente tiene hoy ganas de contar historias de marinos y sirenas, su animado rumor me acompaña, mientras su reflujo va y viene sobre la arena.

El mediodía es soleado, el cielo se abre con un azul lleno de vida. Nada más escritas estas palabras hay que reescribirlas de nuevo, con insólita rapidez los cielos se cierran, y la lluvia nos juega otra de sus innumerables bromas. Llueve hasta con sol, llueve de repente y de improviso, y cuando abre uno el paraguas, se para. Bajo las nubes a lo lejos se ven caer sobre el mar las gotas de agua, como una niebla que uniera los nubarrones y la superficie marina. El horizonte recibe los chubascos con solapada ironía.

Un viento de poniente pasea moderado y discreto por la bahía, a ratos en sombra, y luego inundada de luz. Cuando el sol se abre transmuta en refulgente mercurio las aguas, en deslumbrante y líquida plata el mar. Si se cierran los cielos, la ensenada marina parece sosegarse con un azul verdoso, mientras las torrenteras y vaguadas la llenan con orillas de ocre ámbar. Atracado en el puerto un crucero asiste sorprendido a este desajuste de sol y agua, de lluvia y resplandecientes cielos.

La tarde se lo toma con calma. Medio soleada, sin lluvia, con algunas nubes quietas. Acuden a jugar unos pocos chavales a una playa secándose, a unas arenas que muestran gozosas una renovada imagen. Casi sin darme cuenta, anunciado por un pálido color malva bajo las escasas nubes, el sol cierra el crepúsculo y el año recuerda que se termina.

No se lo cree la luna, oronda, ufana, completa. Toda ella luminosa, abre una noche rutilante de estrellas, mientras llena de suave luz al blanco e intenso oleaje de espumas que murmura requiebros a la orilla, en tanto que el viento norte ahora, sacude y estremece de frío a las palmeras.

Con un silencio de siglos, un nuevo año comienza.




© Acuario 2009

miércoles, 30 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 30 Miércoles


No se abre camino con facilidad el sol entre las porfiadas nubes. La extensión gris acerada del mar expectante observa su enconada pugna. Sólo algunos altos jirones de nubosidad se iluminan de inquieto y esplendoroso amarillo, que por contraste logra trasfigurar al contiguo y fresco azul del cielo, consiguiéndole un asombroso realce lleno de vida. La bahía muestra una revuelta superficie de olas, asediadas con incansable persistencia por ráfagas de viento. Poniente que desde ayer vino trayendo desde el oeste el profundo hálito oceánico del Atlántico.

En abiertas bandadas han estado sobrevolando desde el alba grupos de gaviotas, sin destino aparente, surgiendo desde el interior de la oscuridad de la noche. Con la mañana algunas se han posado en flotante agrupación sobre la mar cerca de la playa. Un blanco oleaje pasea sesgado por la orilla. Pletórico de soledad, dueño únicamente él sólo del vacío de la madrugada, un pescador se acompaña de su sedal, alzado por su fuste. Atento y pendiente de la mínima oscilación que indica el asalto del pez al cebo del anzuelo.

Hoy es un día recargado de tareas, no puedo demorarme desidiosamente. Un ufano y alegre chaparrón me recibe justo al poner pié en la calle, pero dura escaso tiempo. El sol casi de inmediato acude vanidoso a contemplarse en el espejo que han dejado las aguas encharcadas en algunos recodos sobre la acera. Sobre el largo parterre de césped y palmeras alguien ha pasado dejando para gorriones y palomas una abundante provisión de migas, que ahora empapadas deben ser más apetecibles y fáciles de picotear.

Húmeda se ha vuelto la mañana. El camino se muestra con un ocre tostado, el mar levemente azul oscuro, la rompiente habladora, el horizonte bien trazado. Mientras se va cerrando la nubosidad de nuevo y la luz se hace opalescente y traslúcida. La arena se resigna con mansedumbre sabia, su dócil y experto tiempo no tiene límites, su final es el infinito.

A la vuelta reanudo operaciones y tareas programadas. Los papeleos me llevan al centro de la ciudad, desde donde se ven, sobradamente amenazados por tenebrosas y cerradas nubes, los montes que cierran hacia el norte, bien a lo lejos, la espalda a la población. Persiste el poniente, mientras hacia el sur se abren de vez en cuando las nubes. Un fugaz sol aparece, y jugando caprichosamente se vela de nuevo.

Disfruta de una ligera luz soleada la tarde. Sobre las aguas la blanca formación flotante de gaviotas ha crecido, como si fuera una pequeña nube caída del cielo, bañándose en la bahía. En la distancia el viento abate la cresta de las olas, y deja níveas espumas sobre la superficie marina, quizá queriéndonos hacer creer que son gaviotas.

La noche inicia un espacio mágico de sombras. La luna totalmente redonda, adornada de escasos y miríficos andrajos nubosos, derrama su luz oscura y líquida sobre las negras y bulliciosas aguas. Un autogiro, un helicóptero pasa con su ronco batir de alas, haciendo con sus luminosas balizas continuos guiños. De vez en cuando, algún chicuelo explosiona un petardo en la arena.

Mientras la mar, con perenne rumor de olas que nadie escucha, sus secretos ocultos incesante cuenta.




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martes, 29 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 29 Martes


Como una infinita sonrisa de oro se inicia el día. Sobre el confín de las aguas llenas todavía de la oscuridad de la noche, un aúreo friso se despliega entre el mar y la extensa nubosidad que intenta alcanzar el horizonte sin conseguir cerrarlo. Es suficiente esa delgada fisura para transmutar con iluminados reflejos de amarillo líquido toda la superficie marina, quieta, levemente estremecida por un imperceptible oleaje. El cielo lleno de ceniza, el mar enjoyado de la alegría del sol que llega.

El aurúspice hacedor de tanto sortilegio exhibe completo su poderío de astro rey sólo por unos instantes, y un mágico camino de fuego, un cetro ardiente toca y alcanza la solitaria orilla de la playa. En breves momentos el ensalmo se transforma, el sol asciende tras las nubes y se oculta. El amanecer recibe ahora toda su luz sólo de las radiantes y doradas aguas.

Ante ese desafío nuboso ocupando el firmamento, con el paraguas en ristre me pongo en marcha. La completa soledad de la playa me acompaña, el mar calla mientras la bahía ilumina la base de las nubes, mostrando sus abombados vientres oscuros, pincelándolos ahora de pálida crema. Las palmeras se sumergen en una somnolencia placentera. El camino se abre y dilata, prolongándose sin prisa.

Cuando vuelvo el cielo está casi despejado, el sol ha tomado la iniciativa, el paraguas es un trasto y sobra la mitad de la ropa. Me detengo por un rato a la invernal buena sombra de un cartel, sobre el pretil del muro que cierra la playa. El verde espléndido y limpio de las palmas ostenta una oculta ternura. Sobre ellas el azul renovado de la bóveda celeste entreabierta.

Hacia el mediodía el mar se llena de diversos cromatismos, bajo las nubes muestra un cobalto oscuro, con la luz solar a pleno, luminoso turquesa. En la ribera un tronco renegrido y abandonado por las aguas, apenas mecido por un escaso reflujo marino.

La tarde es tibia, extensa, relajada y sincera. Sin artificio alguno, sólo dice lo que piensa. Pero como no hace viento, sus palabras no alzan el vuelo, y quedan escritas para siempre en un silencio infinito. Una barca va pescando cerca.

El crepúsculo es una diáfana amalgama de gris y rosa, que sobre el azul del agua se transfigura en inmóvil violeta. La luna ha venido pronto, casi redonda, casi llena. Los brazos de la bahía comienzan a encender sus estrellas en tierra.

Los luceros se esconden entre los deshilachados pliegues de alguna nube que ha olvidado su rumbo enamorada de la noche.




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lunes, 28 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 28 Lunes


Frente al incompleto y deshecho lienzo de nubes, entreabiertas sobre el horizonte, el sol proyecta todo el arrebolado bermellón de su fuerza iniciando el día. En las aún oscuras, quietas y azules aguas se mezcla todo ese encendido rojo creando una extensa superficie púrpura, derramándose como vino de la furia desde el cielo. Pero en breve todo se aplaca, y todo se transforma en alquímico regalo, nace el oro líquido de las aguas desafiando al aúreo cromatismo que a las nubes el sol alzándose entrega.

El mar se extiende con una mansedumbre adormecida, no hace apenas viento. El leve rumor de las escasas olas es la única compañía que encuentra la playa. En el puerto las enormes gruas descargan los apilados y sobreabundantes contenedores de un buque atiborrado de ellos, de todos los colores, como inmensas fichas de infantil juego. Desvencijados y oxidados algunos, agotados y cansados de caminar de un lado a otro, sobre mares y oceános sin destino fijo.

La nubosidad va creciendo, unas nubes altas y extensas ocupan el cielo cuando salgo, eso sí, sin descuidar el paraguas. La calle se anima prontamente, el dia laborable comienza. Hace una fresca temperatura sin llegar a ser declarado frío. Una tierna claridad tibia y crema se abre paso sobre el horizonte medio despejado, único lugar donde la luz solar respira. El camino casi solitario me abre paso agradecido, quizá se siente abandonado, aún ojeroso de charcos. Las palmeras con el agua caída se muestran contentas aunque un poco displicentes y altivas.

Dejo a Piratilla acabando su ración matutina, y tras un rato haciendo acopio de víveres y bebida, el carro hasta las trancas y yo enarbolando el paraguas frente a alguna gota atrevida, iniciamos una estratégica retirada antes de que comience en serio la lluvia.

Pero no hay tal, no cae agua, sólo son bromas o inocentadas de las nubes, que hoy es en España el día especial dedicado a tomar el pelo a cualquiera. El día de los Santos Inocentes, pues a colgar un muñeco, recortado en papel y colgando de un hilo, a la espalda del primer despistado que pase, sin que logre darse cuenta.

Al iniciarse la tarde, ahora sí, cae una apacible, menuda y leve lluvia silenciosa. El mar se llena de plateados senderos y meandros sobre su azul profundo, cobalto oscuro. Cerca de la orilla muestra un opalescente turquesa limpio. Alguna turista, valquiria atrevida, quiere bañarse. Un salir y entrar, más no es posible, aunque se esté acostumbrada al frío.

Con el crepúsculo se descubren ligeramente los cielos. En el firmamento sobre el mar un rosa impreciso se mezcla con las alargadas nubes incompletas. Todo está húmedo, la calle, el paseo, la playa, cuando la noche llega.

Sobre la línea del horizonte, horadando la negrura de las aguas y el cielo, se extienden las luces de las barcas de pesca. Algo más de docena y media, se despliegan de un lado a otro del confín de la ensenada marina.

El oscuro silencio se quiebra en la orilla con el sigiloso respirar tranquilo de las olas pequeñas y mínimas.




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domingo, 27 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 27 Domingo


Alborea pausadamente, abriéndose sin premura las sombras de la madrugada. Con la ausencia de nubes el cielo parece más profundo, más amplio e infinito. El sol es recibido con arrobada expectación ansiosa. Tras días de sombras y penumbras, la ciudad se reencuentra a sí misma. Las aves lo celebran con un concierto de asombrados trinos, de escalas y gorjeos entusiastas. El aire húmedo y fresco comienza a entibiarse. Los charcos van desapareciendo. Hoy las palmeras respiran soleándose gozosas.

Vicky está siempre por la mañana a mi acecho. Salir y detectarme, y comenzar los maullidos para pedirme su desayuno es cosa de una rapidez digna de mención. Un viento norte comienza a dejar al mar sin olas, a remover alegre las palmas que encuentra.

El camino está al fin en su sitio, transitable, con un aire nuevo y distinto. La orilla ha soportado como ha podido tanto embate, pero las aguas revueltas de torrenteras y vaguadas han arrastrado cañizos y troncos que el oleaje ha terminado por devolver a la orilla.

La bahía se extiende iluminada, recuperando su olvidado azul cobalto, deshaciéndose de los ocres terrosos, del ámbar sucio y opaco de días pasados. El horizonte se resalta con una suave franja amarilla sobre las limpias aguas.

Hoy todo el mundo está en la calle, en el paseo, en el sendero de arenas recorriéndolo. Deportistas a la carrera, bicicletas, perros paseando, palomas a la rebusca.

Con un silbido asoma la gata Piratilla casi al instante. Los abundantes remojos que se ha llevado encima la han dejado bien limpia. Su pelo negro reluce al lado de su pechera blanca y nívea. Contenta acaba con su ración casi en un momento, y luego se pone a intentar pillar a alguna paloma, claro, sin conseguirlo.

Hacia el mediodía el firmamento se cubre de nubes, pero no dura mucho tiempo, la tarde se inicia a pleno sol. Cálida y majestuosa, ofrenda a la superficie marina un reflejo de líquida plata, mientras la luz solar baña a las aguas de fuego. El viento ha cesado. El tiempo se extiende amablemente cercano y al mismo tiempo infinito. Alguna vela lleva al humilde blanco de su lona a pasear por la bahía con una lenta y distendida felicidad.

El crepúsculo se anega de una paz suave, mientras avanzan las sombras. La noche es toda de una luna que va creciendo silenciosa, haciéndose poco a poco más llena y redonda.

Con cierto frío, tiemblan las pobres estrellas. En la completa negrura asoman las luces y balizas intermitentes que señalan los extremos de los diques del puerto. Tres veces se encienden, y luego una larga pausa.

En la orilla el mar respira también él, acompasado y cadencioso, iluminando como puede apenas sus espumas en la vacía playa.




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sábado, 26 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 26 Sábado


Toda la noche la tormenta encima tronando, relampagueando. Apoteosis del agua, sin límites, sin descanso. Hasta que una confusa alborada se inicia, clareando vagamente entre el denso piélago de nubosidad del firmamento cerrado. La playa muestra silenciosa sus heridas, las huellas sobre la arena de los líquidos aluviones buscando vaciarse en la orilla. El mar se ha detenido, el viento se oculta asustado. Apenas asoman los habituales trinos de las avecillas aún escondidas.

Hay un respiro a esta hora primera de la mañana, la lluvia ha cedido. Bien oculta y protegida está Vicky cuando salgo aprovechando este medio despejado intervalo. La humedad no encuentra más lugares donde instalarse, la calle es toda un puro charco, cruzar por ella al otro lado es más bien vadearla. La arena en la playa está agotada, aplanada, terrosa.

Sin olas casi en una silenciosa orilla, la mar es hoy una extensión ocre, sólo a cierta distancia se atreve a mostrar un verde ceniza pálido. Nadie en un camino que ayer lo era, aguazal casi continuo sin remedio. Apenas llueve, sólo alguna gota solitaria cae de vez en cuando, haciendo suya con una alegre y leve onda toda la superficie de la charca en la que se sumerge.

El cielo encuentra un sereno descanso en el espejo del agua de los pobres cenagales. Mientras ellos, calladamente, sueñan con ser el cielo que reflejan.

Aprieta de nuevo la lluvia cuando vuelvo, el paseo es entonces sólo mio. Nada más que el apagado redoble de las incesantes gotas cayendo sobre la copa del paraguas, las palmeras a un lado me observan un punto irónicas y chacoteras.

Un viento de poniente ligero da principio a la tarde mientras ahora como leve aguacero cae el agua casi en silencio. Aproan enfrentando al aire tres buques anclados en la bahía, la precipitación borra sus perfiles y los envuelve en fina bruma.

Es la media tarde cuando indeciso el sol se asoma. Poco a poco el crepúsculo se va abriendo, pinta de leve violeta el cielo tras las escasas nubes que se han quedado rezagadas mientras un amarillo marfil se adueña del firmamento por el oeste.

En la orilla un blanco oleaje barre sesgadamente la playa. Las estrellas asoman su luz caprichosa y viva, mientras en el puerto refulgen dos cruceros llenos de luminosidad, relumbrando entre las sombras.

Al final se hace dueña de una noche ya despejada la luna, una mitad clara y la otra mitad en sombra. Deslizándose alrededor de ella, algunos jirones de escasas nubes la envuelven con seductores velos de misterio y enigma.




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viernes, 25 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 25 Viernes

PASCUA DE NAVIDAD


Hoy el sol se lleva una sorpresa, no encuentra ni una nube. Es suyo todo el amanecer, los charcos que por todas partes aún quedan, las bien empapadas y oscuras palmeras. Toda la vacía soledad de la playa, el viento detenido, la ciudad aún dormida. El festivo concierto de gorjeos y trinos lo recibe alegre frente a un horizonte bien dibujado, sin brumas. La mañana comienza a entibiarse, el aire es húmedo, renovado, agradablemente fresco.

Tomando el sol y el desayuno dejo a Vicky, mientras comienzo a disfrutar de un paseo matinal por un camino al menos transitable, pero andándolo con cierto cuidado, sin despistarse demasiado mirando el suave verde luminoso del mar, quieto, sereno, callado sin olas. Apenas un tranquilo vaiven en la orilla silenciosa.

Hoy con el día despejado se ven corredores de un lado a otro, arriba y abajo, corriendo con ganas. Pero el cielo a media mañana comienza a velarse lentamente. Una delgada y fina nubosidad avanza de oeste a este, como una cortina que fuera cerrándose suavemente. De inofensivo aspecto inicial, con el mediodía empieza a mostrar sus intenciones, a caer una fina llovizna, ya desde un firmamento cargado de uniformes y densos grises.

La tarde es toda una amalgama de agua sobre agua, cayendo despaciosa, tranquila, borrando toda la lejanía en una indefinida bruma. El mar se hace oscuro estaño sucio y líquido, lleno de ocres ligeros, sobre un verde ahora apagado sin brillo. El rumor de la lluvia extiende su misterio solitario y oculto por un inmenso campo de soledad. Nadie pasa, la calle y la playa es oscuridad vacía.

Anochece con una lentitud imperceptible. En la playa se ven los surcos y meandros que la precipitación ha ido formando para llevar el agua caída hasta la orilla. El reflejo de las luces de la ciudad en la base de las nubes las reviste de un anaranjado ceniza. En la bahía apenas visibles, las señales luminosas de tres navíos, ignorados por las sombras, embozados en el persistente aguacero.

La lluvia murmura sin pausa, las gotas tamborilean cadenciosas, cuchicheando ininterrumpidas en animosa y acuática habladuría nocturna, en un idioma que habla de todos los tiempos. De todos los hombres y de sus sueños infinitos.




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jueves, 24 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 24 Jueves

NOCHEBUENA



Bajo una indecisa luz la mañana quiere esconder sin conseguirlo el incontenible raudal de lluvia que vela el horizonte, que ocluye en una sola dimensión opaca y plomiza al inquieto mar y al túrbido cielo. Cae el agua mansamente, sin viento apenas, un ligero poniente. La playa ha desaparecido bajo el inmenso charcal que en plateados aliviaderos corre sobre las arenas buscando la ribera marina apenas sin olas, cansada, sumida en resignada soledad, en oscuro abandono.

Esperar, no hay otra cosa que hacer, prolongar el desayuno tranquilamente, mientras el cifrado rumor incesante del chaparrón murmura una cantilena oculta, rezonga una admonición íntima y secreta. Entretanto el cielo muestra ufano en miles de formas y volúmenes toda su habilidad con el blanco y el gris en pinceladas móviles e inquietas que nunca termina de perfilar, siempre en interminable movimiento el travieso océano nuboso que ocupa todo el firmamento.

Hacia el mediodía se va calmando el aguacero, lo que me anima a salir un rato, pero sin apremio. Hay muy pocos peatones, ni un sitio sin un charco, pero no hace ningún frío. Se respira un aire distinto, la vegetación está exultante, el césped reluce esponjoso y vivaracho. No falta algún gorrión con apetito, una miga es para cualquiera de ellos todo un día de abierta felicidad y regocijo. No me muevo del barrio, dos compras, un silbido para llamar a la gata todavía sin asomar por su gatera del taller vacío del fontanero y dejarle algo, eso es todo.

Al comienzo de la tarde, primero tímidamente, luego con plena resolución el sol toma el mando. Se asoma a mirar y secar una playa abatida, distinta. El mar ha ido tomando el color ocre que las torrenteras le han ido llevando. Ha mezclado su verde ceniza con el ámbar rojizo de la tierra, su velada paleta hoy muestra un entramado de tonos peculiares, su azul ha desaparecido.

Aprovecho esas horas soleadas para pasear por el camino de arenas, ahora más transitable y seco. Piratilla sale bien mojada todavía de un agujero del muro, y con buen apetito. El ligero viento trae los aromas de las revueltas aguas marinas, la orilla barrida por un oleaje de poniente se llena de inquietas espumas.

Anochece con serenidad tranquila. El cielo muestra una media luna perfecta. Las nubes se han ido retirando, dejando una noche de limpios luceros despiertos. El mar cadencioso va y viene entre las sombras sonriendo con blanca alegría a la arena aún húmeda, murmurando con sigiloso júbilo una desconocida noticia.

La que va anunciando desde oriente una nueva y radiante estrella.



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miércoles, 23 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 23 Miércoles


La lluvia repiquetea en los cristales convulsamente, el fuerte viento de levante la arroja en nerviosas andanadas sobre los ventanales, dibujando en ellos disformes contornos líquidos que prestan una demencial vida a las imagénes de la oscura playa, apenas apreciables en la escasa luz turbia y ceniza del amanecer.

La tormenta ha vuelto con renovadas fuerzas, torrencial e incontenible. El mar opaco y verde gris revuelto parece asustado, soportando un oleaje de caminos distintos e imprecisos. Las arenas empapadas, en plena desolación, inútiles.

Pese a todo, impasibles y sorprendentes, las gaviotas vuelan con valiente naturalidad en este fin de los tiempos. Entre el mar, el vendaval y el diluvio planean con elegante, relajado y displicente aleteo.

Espero que ceda al menos un poco la abundante precipitación, y siempre dispuesto a divertirme un rato, en tanto vuelva con el paraguas incólume, bajo cuando ya el aguacero se ha serenado. El viento ha cedido algo asimismo, mientras en la puerta, resguardada, al acecho, está Vicky, y dispuesta a cazar su desayuno en cuanto me ve. Sin poder negárselo reanudo mi camino, tras dejarla comiendo tranquilamente bajo un protector alero.

El cielo está emborronado, lleno de luminosos grises, iracundos y excitados. El camino de arenas, anegado, respirando selvático y en completo abandono. Las palmeras han enmudecido, el zamarreo y la lluvia las ha dejado desconcertadas, confundidas. Al lado de ellas, el mar levanta espumas revueltas, terrosas, mientras incesante se queja y gime.

Al mediodía el sol resurge entre algunos huecos, haciendo emerger el verde y refulgente cristal de las aguas. La plateada superficie confusa de la mar recupera al menos en las abiertas zonas de luz el luminoso brillo incontenible de los vivos e infinitos reflejos. El viento es ahora suave, moderado, del este.

Con el inicio de las horas vespertinas, una lluvia desenfrenada se apodera del mar y del cielo, un solo gris único que borra el horizonte, que se cierra como apagada niebla, mientras se oye caer el chubasco en tropel. Hacia la media tarde, todo queda en reposo. El mar quieto, no corre el aire. Bajo una luz apagada, todo tiene una belleza limpia y nueva.

Va lentamente anocheciendo, y tornadizo el levante empieza a traer una ligera llovizna. En la orilla hoy olvidada por todos, las olas construyen el fútil artificio níveo de sus espumas de nuevo. El firmamento anaranjado por las luces de la ciudad se pierde en un silencio dormido.

Soportando todos los embates, del mar, de la oscuridad, del viento, están anclados tres buques en la bahía. Las luces de sus balizas resisten inciertas, apresadas al imposible de su destino.




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martes, 22 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 22 Martes


Con una indecisa y oscura luz el día intenta comenzar bajo las inclementes ráfagas de lluvia. La playa es un inmenso fangal que busca como puede reunirse en un sola agua con el verde ámbar del mar en la castigada orilla. Las olas fatigadas se van apagando. El cielo no existe, todo es enojo y nubarrón, un turbulento gris oscuro cerrado y amenazante. Las chorreantes palmeras han enloquecido agitadas sin reposo, sacudidas por el viento.

Desde el inicio de las primeras horas de la mañana rola el viento a poniente. Cesa el chubasco, la playa respira aliviada, el horizonte vuelve a mostrar sus perfiles. Aprovecho esta tregua para ponerme en marcha. En los parterres hay una expectante bandada de gorriones. Esperan las miguitas del pan, sobrante de ayer, que para ellos llevan mis bolsillos. Una rápida captura de la mayor parte de las migajas es fácil habilidad para las pequeñas avecillas, siempre eludiendo a algún palomo dispuesto a blandir agresivo el pico para saciar también él su apetito.

El sendero de arenas aparece empapado, rebosante de charcos, abatido y exhausto. Me cede su soledad sin apremio, complacido, amablemente extiende el lánguido vacío interminable de su curso, mientras a su lado en la orilla el mar rezonga extenuado, rendido. Con un silbido llamo a Piratilla, y sale de un agujero del muro, hecha una bien mojada esponja. Afortunadamente no hace frío, le dejo algo de alimento a buen recaudo y cruzo al otro mundo bien distinto que comienza tras el paso de peatones, atravesando la avenida sobre la playa.

Al mediodía comienza el sol a abrirse camino. Como un campo de batalla, todo revuelto por el aguacero, todo ha quedado conmocionado. Las palmeras descansan apaciguadas, los perros vuelven a olisquear todos los resquicios. El aire del oeste huele a océano, trae el latido del cercano Atlántico. El día tímidamente se entibia.

Resiste incólume la tarde las amenazadoras aglomeraciones nubosas, negras como tizones algunas. Pero no llueve. La ciudad se va secando como puede. Cuando termino el trabajo, el crepúsculo ilumina algunos nimbos. Sobre suaves azules y violetas tenues ciertas nubes parecen irradiar desde su interior un fulgor de pálido oro. En el parque las hojas del otoño han caído arrastradas por los chaparrones. Como pueden aún regalan su ocre dócil y afable como última ofrenda a unas aceras grises y frías.

La noche descansa finalmente, arrullada por un tranquilo oleaje, las blancas espumas solitarias recorren sesgadas la orilla en sombras. En la bahía reposan las luces de tres navíos aproados a occidente. La opaca negrura se distiende infinita y sosegada, aliviada de sus tormentosas angustias, adormeciéndose lentamente sin darse cuenta. Por la bóveda entreabierta del firmamento, luminosas y traviesas, algunas indiscretas estrellas curiosean.




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lunes, 21 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 21 Lunes


El infinito es sólo agua. En la lejanía, desde un horizonte velado por una incesante y líquida cortina lluviosa, en la cercana distancia llena de ruidosos charcos, en una playa surcada por plateados y vivaces torrentes fluyendo entre las arenas buscando al mar, y también cayendo el chaparrón encima de las potentes olas, sobre las espumas, dejando las miríadas de gotas una burbujeante superficie borrosa en el vidrio verde y oscuro del revuelto y amenazador oleaje.

La tormenta apenas ha cesado. Toda la noche el fuerte vendaval siseando misteriosas deprecaciones y lamentos ululantes en la oscuridad de la madrugada. La mañana amanece torva, ceniza encrespada, y el cielo muestra un revuelto desencuentro de nubes disformes y opacas.

Hay que salir bien provisto de resuelto ánimo para divertirse con la que cae, y aguantar los empellones del ventarrón en las esquinas, cuidando no te voltee el abierto paraguas, o no se te lleve la bufanda. Pisar la calle y asaltarme a base de pedigüeños maullidos la gata del fontanero es todo uno. Siempre entre los dos encontramos algún lugar protegido de la lluvia y del viento, para dejarle allí un poco de comida, que devora sin tardanza ni remilgos con excelente apetito.

La playa abandonada, solitaria, la rompiente batida por la infatigable oleada de las aguas. Una indescifrable aflicción se proclama inacabable y oculta bajo el continuo fragor del mar enojado, mientras ahora felizmente una tranquila y ligera llovizna me acompaña. Todo el húmedo camino rebosante de aguazales es sólo para este solitario caminante que se llena de salobre marino, y se le empapan los zapatos en los charcos que pisa despistado, contemplando la interminable extensión acuática llena de imprecisa bruma.

La tarde es una venganza gitana, o un drama romántico, para una ciudad presumida de luz y eternamente soleada. La bóveda del cielo desata incontenible todas las aguas y apaga toda claridad. Ciega y tenebrosa, no hay un instante de alivio, un fluído y sostenido raudal inunda calles y aceras.

Salgo como puedo del trabajo, ya casi anochecido. Las calles llenas de tráfico derraman sus luces en incansable danza de reflejos sobre el reluciente asfalto. El viento ha cesado casi, las olas se han distendido. Su rumor de blancas espumas es la única presencia en la vacía soledad de la playa.

La noche se presenta inhóspita, cerrada, húmeda, persistentemente lluviosa. En los extremos del muelle que cierra el puerto hacia el este parpadean dos señalizaciones, con cadenciosa intermitencia. Dos pequeñas luces llenas de vida enfrentando la negra, ilimitada y tormentosa desolación nocturna.




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domingo, 20 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 20 Domingo


A duras penas el sol entreabre el escollo con el que las nubes, espléndidas y llenas de color ante su presencia, han intentado oponerse a su regio poderío. Un cielo medio entornado, de pequeños nimbos en incompleta agrupación se extiende sobre un mar bien musculado, con olas profundas y cadenciosas que dejan en la orilla el fragor rotundo de su fuerza. No se echa de menos al ausente frío, en esta mañana a medias soleada. Apenas un ligero levante, que trae una humedad bañada de aromas marinos. Nadie en la playa, una soledad tranquila llena las arenas.

Es ya media mañana cuando tomo el camino de palmeras, hoy como ayer exultantes, distintas, felices por el agua llovida. A la puerta de su escondrijo de piedras me espera Piratilla, con buen apetito, dispuesta a hacer los honores a su desayuno, bien se nota que pasó el día de lluvia perdida o escondida, sin probar bocado apenas. La playa entibiada por el sol ya a esta hora, está bien concurrida al ser día festivo. Corredores, paseantes, perros y amos, no cesan de ir arriba y abajo. Mientras el horizonte se prolonga indeciso cubriendose de nubes y el viento arrecia.

Con el mediodía el mar se alza en poderoso oleaje, una regata de balandros cerca de la orilla finaliza como puede y recoge con presteza sus señalizaciones y boyas. Ceniza verdosa, turbia y enojada, el mar ha perdido el cristalino esmeralda de las primeras horas del día. Su turbión revuelto prorrumpe potente y resuelto sobre unas arenas atemorizándose. El levante se ha llevado a los peatones, ha barrido el paseo de la playa, ha dejado vacíos los bancos del camino, nadie se asoma.

La tarde se ha llenado de nubes cerradas, oscuras, casi tan enfadadas como el oleaje incesante y estruendoso, amenazante. El empuje del aire ahora ya frío ha dejado aterida a una ciudad, demasiado acostumbrada a vivir apaciblemente, siempre soleándose. El crepúsculo se va alejando mientras la noche comienza.

En la bahía, bien anclados y soportando el embate inexorable del mar y del viento, dos navíos desafían a las olas y, con sus temblorosas luces, a la inmensa y opaca noche. Nada puede ante su resuelto y esforzado ánimo la amenazadora oscuridad cerrándose sobre ellos.

El tumultuoso abatir de las olas llena las arenas de revueltas espumas, su enardecido lamento resurge cadencioso una y otra vez con desesperada queja.

En la negrura que le rodea el mar alza su sangrienta voz tan profunda como los siglos, revelando su oculta elegía, tan atormentada como desconocida.




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sábado, 19 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 19 Sábado


Aunque sobrepasando un cierto acúmulo de nubosidad en el horizonte el sol levanta bien animado su luminoso vuelo. La mañana lo recibe alborozada, las arenas húmedas y frías comienzan a templarse, la vegetación luce esplendorosa, placentera, renovada y distinta con el agua caída el día de ayer. Las aves proclaman su alegre reencuentro diario con la vida.

Una luz cálida se derrama por las calles vacías, secando charcos y saludando con su amigable sonrisa a los escasos peatones y deportistas que encuentra. En las manos de un ligero noroeste se mueven suavemente las palmeras. Ni fresca ni fría, hay una agradable temperatura desde el refulgente inicio de este sábado templado y radiante.

LLevado del entusiasmo que esta resplandeciente claridad del día regala, hoy se anda el camino con especial energía. Hay que evitar algún barrizal que otro, sobretodo si se va distraído mirando el suave y verde ámbar del mar, mientras murmura relajado con feliz y tranquilo oleaje en la orilla. El sendero se extiende buscando incansable su propio destino, mientras sobre el horizonte se despliegan interminables en largas franjas amarillentas algunas nubes escasas.

Al mediodía el viento cambia. Comienza a llegar un levante de cierta fuerza, que en seguida cubre de oleaje y espumas la playa, la rompiente se anima, la mar agitada proclama con intensidad creciente su altivez deífica. El firmamento se llena de enormes y oscuros cúmulos nubosos, pero no traen lluvia. La tarde vive estremecida quizá con cierto temor por el sordo rugir de las olas abatiéndose con lenta y persistente cadencia.

El crepúsculo concede unos instantes de luminosidad nacarada y marfil a la ceniza enfadada de las amenazadoras nubes sobre la ciudad. Y sin pausa la noche envuelve en oscuridad y sombra toda la escena marina y urbana.

Bajo el cielo nocturno iluminado por el reflejo lumínico de la ciudad en suave naranja, aunque el viento ha cedido, en la bahía el mar continúa rebullendo poderoso e inquieto. Algunas olas bien crecidas se van rompiendo y abatiendo a bastante distancia de la orilla, dejando detrás como nívea siembra su ofrenda de blancas espumas esparcidas sobre la negrura de las aguas.

Un solitario carguero anclado en la bahía señala con sus luces su presencia. Se diría abandonado en mitad de una sombría noche, sin luna ni estrellas.




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viernes, 18 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 18 Viernes



Amanecer no es cosa sencilla hoy, bien cargado el horizonte de nubes. Así pues el rojo enfado del sol se alza incontenible tras los resquicios que a duras penas encuentra, llenando de matices púrpuras al líquido azul sombrío del mar en estas primeras horas de la mañana.

En breves instantes todo ese alarde cromático cesa y se apaga como gris rescoldo en un aéreo piélago de nubosidad blanquecina. Una luz indecisa y oscura se desploma sobre la ciudad, mientras lastimera alguna gota resbala como oculta llovizna.

Apenas hay viento, un levante imperceptible que sólo roza la superficie de las aguas, acariciando a un mediterráneo sin olas que únicamente alcanza a chapotear silencioso en la orilla. No hace frío, nada más que humedad, quizá ligeramente fresca.

Poner el pié en la calle, y animarse a llover es todo uno. Pero a Vicky y a mí no nos importa. La callejera gata acaba su desayuno con rápido apetito, y con el paraguas abierto ya pueden caer chuzos de punta, que no me importa demasiado terminar empapado o, como decimos en habla andaluza, pingueando.

No sólo hay que sortear los charcos y los salpicones del tráfico en la calle, y además atender a la animada lluvia, sino también cuidarse de los aspersores de los parterres, ¡ funcionando ! , que asperjan y riegan a quien cerca de ellos inadvertido pasa. Vamos, hoy es día de agua, ¡ por todos lados !.

Así pues rodeando aguazales y esquivando camuflados atascaderos de fango me adentro en el camino de arenas de la playa. Una alegre actividad pese a todo que, aunque pueda parecer insólito, me divierte y me pone de excelente humor. El aguacero cede un poco al llegar a la altura del escondrijo de Piratilla, lo que me permite dejarle dentro algo de comida con facilidad.

La playa vacía, oscura, escoltada por las palmeras casi en sombras, con sus troncos oscuros y aguachinados. El mar es un revoltijo opaco, las distancias se velan con la fina neblina que la lluvia imita, las gotas cayendo sobre la superficie marina dan a ésta un aspecto esméril mientras que hacen burbujear a las charcas formadas en el sendero.

Justo a la hora de salir por la tarde hacia el trabajo comienza a caer un turbión incontenible, un pletórico chaparrón como cortina de agua que oscurece de forma súbita la escasa luz que los nubarrones dejan llegar. Afortunadamente es cosa de sólo unos minutos, y logro aprovechar la tregua y llegar indemne a las obligaciones que me esperan.

Cuando termino mis ocupaciones, el cielo está casi despejado, un velo blanquecino azulenco que se va oscureciendo por momentos, mientras las gaviotas en inmenso número planean cerca del puerto. En sus aguas, detenidas, inmóviles, se entrenan varios piragüistas, dejando surcos azules sobre el espejo de la ensenada que el crepúsculo colorea de apagado ámbar.

Comienza a ser fría la noche, el aire estático y húmedo se llena de la nostalgia de las sombras, de la ausencia de caminos para unas estrellas, ignoradas por un cielo que de nuevo gotea. El mar está feliz, con la lluvia parece recuperar su olvidada infancia, cuando nació entre arroyos que nadie conoce allí en los oteros perdidos.




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jueves, 17 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 17 Jueves



Pese al pálido y delgado velo de nubes el sol con suave impulso inicia la mañana. La playa está aún húmeda y sus arenas oscurecidas por la lluvia de ayer. Un renovado y limpio aspecto se extiende por las calles. El aire es agradablemente fresco, no hace frío. Apenas un ligero viento septentrional riza la superficie marina, llena de oscuros azules y profundos cobaltos. Los reflejos del cielo sobre las aguas dibujan un delicado azogue líquido de plateado estaño, que vivaquea tembloroso movido al capricho de la brisa.

Apenas movido por una mayestática lentitud va ganando calor el día, el cielo se lamina en suaves bandas alargadas de nubosidad cremosa y ámbar que acompañan y sobrevuelan en toda su extensión al horizonte. El mar irradia calma, parece habitar en un éxtasis íntimo respirando silencioso sin apenas olas en la orilla. Han atracado varios cruceros, con bandera italiana a popa, que el nororeste hace tremolar con reposada levedad.

Con la agradable sensación de estrenar la iluminada y tibia mañana, inicio mi camino diario. La ciudad todavía envuelta en el renovado aire que la lluvia trajo, las arenas recuperando al secarse su dorada apariencia. Bajo la luz creciente de la mañana, las palmeras se muestran jubilosas, distintas, únicas y ellas también nuevas.

Al mediodía el sol ha ganado la partida, como espléndido as de oros luce sonriente y feliz, desbordando a una urbe sobrecogida y entregada a su cálido abrazo. El cielo se muestra limpio, un blanquecino azul ilimitado abre pausadamente la tarde. El césped de los parterres parece necesitar un cartel que diga: recien pintado.

Cuando termino mi trabajo veo sobre el camino de vuelta, en las cercanías del puerto, planear casi inmóviles a una bandada de gaviotas. Mientras vuelan y se alejan algunas de repente gritan y chillan un acompasado lamento que se pierde en la distancia.

La noche se abre inesperadamente. Un inmenso vacío de sombras se hace dueño de una playa abandonada, en el horizonte hay algunas luces que se pierden en la distancia.

El mar, bajo una plenitud de estrellas, indiferente a todo, llena la orilla con una inmensa sonrisa blanca de espumas mientras canturrea, mientras murmura en voz baja una líquida cantinela que el infinito le enseña.




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miércoles, 16 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 16 Miércoles


A través de un resquicio entre el horizonte y el extenso techo de nubes el sol se asoma. Ojo ardiendo, encendido fuego que atisba como puede por unos momentos el mar, hoy ceniza azul oscura sin olas. La ciudad y la playa entregada aún al frío abrazo de una madrugada desangelada y aterida. Han dejado húmedas las aceras y las arenas algunas escasas gotas que dibujan y perfilan la todavía seca superficie bajo los coches aparcados, y devuelven cierto brillo al verde agostado de las fatigadas palmeras. La mañana quiere ser como puede lluviosa, el firmamento destila una pálida luz suave y melancólica, grisácea y tierna.

No hace realmente frío y apenas hay viento. En la orilla el mar se concede un respiro, un escaso oleaje apenas alcanza a llevar un poco de espuma blanquecina a la ribera marina. En la distancia sigue inmóvil y hoy oscuro y tétrico, como metálica fortaleza de hierro sobre las aguas, el navío de la armada anclado ya hace semanas en la bahía. Su contorno ennegrecido bajo la escasa luz se recorta con un aspecto singular frente a las nubes que lo enmarcan.

Hay que proveerse de paraguas, abrigo y el sempiterno tapabocas, también bufanda. Andando a paso vivo se mantiene uno al menos sin frío. El paseo de palmeras se ha hecho resbaladizo, las palomas se han protegido encogidas bajo los aleros, las arenas se extienden bajo una húmeda languidez velada. Asoma una oculta añoranza de luz, una evocación de iluminadas auroras, memoria de recientes tardes soleadas y rendidas a una desidia sin tiempo ni premuras.

Pero solo chispea de vez en cuando, el paraguas se hace trasto entre las manos, aunque por oposición, sin lluvia intensa, la tarea de aprovisonamiento diario de víveres se realiza con cierta facilidad. Sólo al mediodía el agua cae lentamente, con apagado silencio, con desganado entusiasmo. La calle reluce con el agua, la lluvia brinda calladamente un liviano toque de magia intemporal que las plantas agradecen.

Con la tarde todo cesa, el camino al trabajo se hace sin impedimentos, la ciudad respira un aire nuevo, distinto, cambiado. El tráfico urbano se ha congestionado, algunas avenidas se muestran atascadas, bajo los plátanos de indias derramando el ocre generoso de sus hojas vencidas.

Cuando acabo mis obligaciones el cielo tiene un suave matiz irisado y único. Un pálido gris azulado que gana turbia presencia por momentos. La noche abre su frío escenario de oscuridad y sombras bajo una bóveda llena del reflejo amarillento de las luces urbanas.

El mar gime en abandonada soledad una apagada salmodia. Pero nadie hay en la orilla, ninguno le escucha.




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martes, 15 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 15 Martes



Ilimitado, el horizonte es todo suyo, la fría mañana lo recibe alborozada. El sol es hoy invicto señor de calor y vida para una playa entumecida aún por una madrugada sin alma, gélida, vacía y hueca vastedad de sombras heladas.

Ha aminorado el viento su alocada y confusa carrera. Hoy la vegetación descansa. El mar pletórico y calmo, azul radiante, sin brumas. Un cielo perfecto. Preciso y limpio añil vivo.

La mañana luce un entusiasmo exultante. Soleándose agradablemente, las palmeras parecen rejuvenecerse, la arena tiene un matiz nuevo, la playa vacía prescinde de su soledad y se abre libre y desenvuelta, fascinada por el infinito firmamento azul que se extiende sobre ella.

No abandono mi pertinaz bufanda pese a todo, prescindo eso sí del sobretodo, sólo un chaleco de lana es suficiente bajo esta luz completa y templada de diciembre, mil veces sagrada. El camino de arenas extiende inacabable un dorado color terroso. Tras el soplo del vendaval ayer, el aire ha barrido la superficie de pisadas, y muestra un aspecto primigenio, sólo se ven en él escasas huellas de gaviotas y palomas.

Frisando el mediodía el viento rola a poniente, oceánico y húmedo, fresco, haciendo flamear con inexplicable elegancia los jirones alargados que otrora fueron banderolas en los merenderos, ahora cerrados. La luz todo lo inunda, la playa se llena de alegría, en la orilla el mar sólo logra apenas mecer unas tranquilas aguas sin olas. Las gaviotas se han aposentado sobre la bahía, flotan en blanco y arracimado grupo al pairo.

Cálida y soleada la tarde, recupera hoy su agradable somnolencia vespertina. El aire cristalino parece acercar mágicamente la viva reverberación del profundo azul que se despliega desbordante encima de la ciudad.

Con más trabajo del habitual, al salir del mismo ya anochece casi. Las calles se llenan de luces anunciando la Pascua de Navidad, los viejos álamos algunos centenarios, horadados, vencidos por el tiempo, se han cubierto de miríadas de luces. Sus troncos lastimados y seniles renacen envueltos en un iluminado sortilegio intemporal.

La noche comienza a ser fría, sólo algún perro pasea a su aterido amo por la calle. En la playa de vez en cuando se vé una fugaz y escasa línea blanca de espumas mínimas en la orilla, un apagado rumor inaudible se pierde entre la opaca negrura.




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lunes, 14 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 14 Lunes


De forma decidida, enérgica, animada. Así, rotundo y atrevido, el sol inicia la mañana, luchando. El viento ha vuelto, perdido por algún lugar del lejano septentrión, viene soplando bien helado. Las palmeras hoy de sobra sacudidas, zamarreadas. Sus palmas se agitan en furiosa desesperación. El mar sin olas ha recuperado todos sus espléndidos cobaltos, se viste de una filigrana de profundos azules jaspeados con metálicos celestes. Parecen trazarse surcos y ríos sobre la superficie marina revuelta, perpleja, mientras el gélido aliento del ventarrón dibuja leves vibraciones inquietas que recorren las aguas.

Una barca viene pescando cercana a la ya iluminada orilla. Bajo un cielo casi vacío, sólo alguna nube escasa, la playa va caldeándose lentamente. En la bahía siguen fondeados esperando, ¿quién sabe qué?, tres buques anclados, mientras el sol perfila sus metálicos volúmenes de acero enamorados del agua.

En la calle la actividad crece y como la temperatura baja y el viento arrecia, cuando salgo, con un buen silbido llamo a Vicky, la gata, para dejarle algo que le caliente el estómago. No hace falta insistir dos veces, viene corriendo con alegres saltos, y buen apetito, según veo como ataca su comida.

Hoy bien provisto de abrigo y bufanda, apresuro el paso, luchando con el sesgado empuje del aire desde tierra sobre el camino. Con la luz de la mañana, el frío se hace distinto, alegre, y hasta bien avenido. Las arenas tienen un aire sonriente, llenas de color, se extienden buscando un poco de calor bajo este luminoso firmamento, soleándose indolentemente frente al horizonte infinito.

Hacia el mediodía la nubosidad aumenta, una multitud abigarrada de nimbos va tomando y haciendo suyos todos los espacios del cielo. Traídos por el vendaval incesante, van cerrando la luz de la tarde, dejándole sólo huecos para que el sol curiosee a su modo la ciudad aterida, friolera, desacostumbrada al frío.

Cuando termino mis ocupaciones ya comienza el crepúsculo. La atmósfera luce de nuevo abierta, sin nubes, un lento gris de ceniza azul va ganando sombras. Hasta que azabache y constelada de estrellas, la noche se hace completa. En la playa hoy los corredores se abrigan con guantes y gorros, sopla y bufa la ventisca.

Transparente y glacial, el escenario de la bahía ha ganado límites, las luces en la distancia lucen con todo su brillo.

Como son impacientes, y la luna no llega, cuando creen que nadie las observa las estrellas juegan.




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domingo, 13 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 13 Domingo


El día se medio asoma, sin mostrarse del todo, entre nubes, sin apenas descanso el cielo cubierto, gris exhaustivo y completo, que el amanecer pinta con leves tonos rosados y amarillos en el horizonte. El mar asombrado, se ilumina tan sólo con una exigua luz de claraboya, filtrada. Sin olas, quieto, con decaída escasez algún cansado movimiento de las aguas llega a la orilla, hoy desolada. La mañana es húmeda, algo fría, vacía y olvidada. Las palmeras soportan con estoica indiferencia todas las ausencias, abandonadas pero nunca vencidas, nada las mueve, el viento no encuentra hoy abierto su camino.

Las aves disponen de todos los espacios olvidados, de toda la calle, para rebuscar y volar. Hacen alegremente suyos bancos, parterres, aceras, todos los huecos urbanos que avizoran.
De vez en cuando algún corredor sin detenerse nunca, pasa a su ritmo, a su aire, a nadie encuentra, suya es la playa. El día desangelado y festivo ha dejado a todo el mundo en casa.

Y claro está, cuando salgo, la necesidad obliga, Vicky la gata me espera, con el apetito ya en marcha. Agradecida me dedica algunos maullidos, mientras la dejo tranquilamente entretenida comiendo. Es ya la media mañana, el paseo presenta ya cierta afluencia de personas y paseantes. El horizonte se pierde entre brumas y cielos oscuros, pero sin amenaza de lluvia, nadie lleva paraguas. De vez en cuando, sobre los barcos detenidos en la bahía, el sol asoma su luz brevemente, llenando de azul y plata a las aguas y definiendo los metálicos perfiles de los navíos.

Las arenas no han despertado aún del sueño, con un aspecto aturdido esperan todavía la claridad que no les llega. Una nueva máquina limpiadora se pasea orgullosa por la playa. Ostenta un aspecto potente, su pintura está sin herrumbre, sus movimientos no son tan ruidosos ni desvencijados, tampoco rechina quejumbrosos y metálicos ruidos. Hasta parece ir más de prisa de un lado a otro, aparenta caminar altanera, presumiendo de agilidad y eficiencia.

Con el mediodía el sol consigue entreabrir el cielo, y llevar una luminosidad desgajada y pálida, débil, sobre la ciudad sin rumores, inmóvil y adormecida. La calle parece recuperar un poco de vitalidad, pero no hay apenas peatones. La playa solitaria, sin despertar todavía. En la bahía una regata de balandros llena de pequeñas velas blancas la grisura azul de la ensenada.

La tarde se aleja en claridad indecisa que se apaga lentamente, una tibia luminiscencia crema durante un escaso tiempo, y a poco todo se consume en azulada ceniza, mar y cielo, aire y aguas. El día se extiende sin fuerzas, y sin realmente haber venido va finalizando, ajeno a sus carencias, a su inexistencia.

Esperando a la noche en ciernes, las balizas de los buques desafían el ciego destino de una oscura bóveda sin luna ni estrellas. La ciudad asimismo rebelde, se extiende en luces a ambos lados de la bahía, inventando todas las luminosas joyas que hoy el cerrado firmamento niega.




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sábado, 12 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 12 Sábado


Con tranquila delicadeza, a medias velado tras una ligera urdimbre de nubes, el sol lentamente inicia una dorada mañana. Es quizá necesario creer que hay viento de levante, casi camuflado en leve hálito imperceptible y callado. El mar asimismo es un piélago aletargado, quieto y enmudecido, suave plata azulada detenida. Sólo un leve estremecimiento riza la superficie marina, ni siquiera imaginándolas pueden verse olas en la orilla. Es sólo apenas un leve flujo y reflujo silencioso del agua lo que alcanza en la playa a la arena.

Sin demasiada determinación el sol aflora a media mañana su luz casi completa, el cielo es blanquecino, satinado con una fina nubosidad inapreciable, mientras el mar inmóvil espejea y se enjoya de esa argéntica luminiscencia que sobre la bahía se ofrenda.

Como ya ha templado algo el día, me pongo en marcha. El camino transitado a esa hora con cierta profusión de viandantes, resueltamente alegres bajo la suave y ligera luminosidad, estimulados al ejercicio por la realtivamente fresca temperatura. Las palmeras descansan sus palmas algunas vencidas y secas. El horizonte en la lejanía se abre en imprecisos sueños.

Al mediodía el litoral y la ribera se han llenado de cierta afluencia de personas y el levante ha ganado alguna intensidad, incluso quiere presumir orgulloso de su fuerza, sin llegar a ser más que ligera brisa. Los niños juegan en los columpios y toboganes, los merenderos ofrecen su templado sol y sus mesas. De vez en cuando algún coche de caballos pasa transportando complacidos turistas que todo lo miran.

Cuando la tarde se inicia el cielo va ganando densidad brumosa, el sol es solo pálida luz crema que apenas perfila sombras, la playa se queda pobremente vacía, la temperatura refresca. El firmamento y el confín de las aguas se funden en una sola claridad lechosa. Agua y aire toman el mismo color y aspecto, celeste y blanda crema. En la lejanía, en una sola dimensión líquida o aérea, (¿levitan o flotan?), los buques sujetos por sus anclas aproan hacia el este. Toda la bahía y la nubosidad que la rodea se hace finalmente suave amarillento ámbar.

Hasta que la luz declina lentamente. Cercanas a la orilla asoman las bocas de las lisas cazando en la superficie del agua que el crepúsculo baña de rosa y violeta.

La noche abre su oculto corazón a la secretas confidencias bajo la protectora oscuridad de las sombras. Su frío y negro manto se extiende silencioso por la ensenada marina encubriendo aguas y atmósfera en un único abrazo. Una bóveda cerrada sin luna y estrellas.

Sólo las luces de dos navíos anclados proclaman un iluminado sortilegio, que se derrama en reflejos silentes y temblorosos, sobre la impenetrable opacidad líquida de la mar dormida.



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viernes, 11 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 11 Viernes


Pletórica de nubosidad se viste la mañana. Una luz sosegada desciende sin prisa desde un revuelto océano de nubes, dejando un irisado y suave gris sobre los diversos y profundos azules de las aguas. En la orilla el oleaje, aunque no intenso, ha ido dejando un confuso ámbar de espumas en la arena.

Una amable soledad acompaña a la playa, en toda su extensión vacía. En el horizonte algunas nubes muestran un apagado marfil, un dudoso y amarillento rosa. Nadie encuentra al desaparecido viento, quizá esté escondido también como el sol detrás de las nubes. Las aves han hecho suyas a las estáticas palmeras. Nada mejor que dedicarse a trinar y gorjear, alegremente tomarse la vida.

A la puerta cuando salgo está esperándome oculta en los parterres Vicky, la gata ahora sin amo. Como soy entre sus conocidos el más tempranero en salir, a mí acude para agenciarse el desayuno, una latita, que por supuesto le llevo en el bolsillo. Tras dos o tres maullidos de agradecimento que me dedica, la dejo agazapada tras una motocicleta, comiéndose con serena parsimonia su terrina de pescado. No hace ningún frío, casi sobra el abrigo.

El camino bañado de inefable nostalgia, bajo la luminosidad indolente del entreabierto espacio nuboso. El mar lleno de inmóviles azules jaspeados con pálidos grises, de vez en cuando se le oye removerse en la ribera, rezongar sobre las arenas desoladas y solitarias.

Con el mediodía comienza a ganar el sol dominio, se reafirma luciendo cada vez más espléndido y completo. Al iniciarse la tarde el cielo se muestra en toda su extensión limpio. Un celeste algo difuso se despliega ilimitado, los paseantes se sumergen en una cálida atmósfera de nuevo soleada.

Sigue sin hacer fresco cuando salgo del trabajo, ya vencida la tarde, casi anochecida. En la arena entre sombras los pescadores con sus cañas. En lo alto han puesto unas ligeras luces que avisan con su movimiento cuando el pez pica. Parecen luciérnagas detenidas al borde de las negras olas, escuchando su murmurar tranquilo e impreciso, indescifrable y oscuro. En la bahía una barca echa la red, detenida a un tiro de piedra de la playa.

Alumbrando entre velos de humedad y sombras han llegado algunas indecisas estrellas.



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jueves, 10 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 10 Jueves



Desde algún lugar, desde algún sitio han llegado estas nubes que quieren iniciar ellas solas la mañana. Enmarañadas como oscuros vellones de algodón, han cubierto de suave ceniza gris el líquido nácar azul del mar quieto, casi estático. Una brisa lenta del este consigue trazar momentáneas ondas en la superficie del agua, que trastocan y mueven evanescentes y apagados reflejos de vieja y fluída plata sobre la bahía. El sol espera agazapado y oculto, en ocasiones se abren escasos huecos en el dosel nuboso, que le permiten iluminar con sus generosos rayos por breves momentos reducidas parcelas de la ensenada marina, inundando las aguas de destellos y vida.

El día muestra un aspecto calmado, apacible, ligeramente fresco. La playa se presenta con esa melancolía tranquila que las mañanas nubladas escriben en sus vacías arenas, tenuemente oscurecidas bajo la luz mitigada de un cielo turbio e indeciso. Con un tinte ligeramente sombrío, impreciso y oscuro, anclado en el centro de la ensenada desde ya hace varios días, se puede ver en la distancia el perfil del buque auxiliar de la armada. El escaso humo de su chimenea vuela apenas perceptible entre la plomiza nubosidad lejana del horizonte.

El camino hoy silencioso, se extiende sumergido en la agradable claridad relajada que el firmamento ofrenda, la orilla marina enmudecida, todavía sin olas. Los habituales caminantes, algunos ya conocidos, cruzamos saludos. Continuan trabajando en reafirmar con escolleras de piedras la zona siempre más castigada por los temporales a fin de contener las arenas y evitar que el oleaje de levante las arrastre y acabe con las playas. El mar hoy callado, disimula bajo un inocente aspecto de inmenso lago.

Hacia el mediodía se van abriendo las nubes, el sol curiosea a la ciudad y al puerto con una luz filtrada levemente por un cierto velo blanquecino, formado por la humedad residual del pálido cielo. Comienza a entibiarse la tarde, el viento de levante apenas se dá prisa. En la ribera marina también algunos han decidido solearse tumbados y ver pasar sin apremios la vida.

Cuando termino mi trabajo ya la tarde finaliza. La ciudad bulle de actividad y tráfico, y asimismo atascos. Luces sobre el tendido de las calles, adornos navideños, compras y mercadeo en los abundantes expositores de regalos instalados en la larga avenida del parque. Las nubes han vuelto y se comienzan a pintar con los tonos amarillo salmón que las farolas de la ciudad proyectan. Las gaviotas vuelan bajo, sobre los edificios, en grupos abundantes, con sus enormes alas planeando abiertas.

Una noche cerrada o acaso medio abierta, quizá algo absorta en ella misma.

Sin tronar, tal vez debido a su lejana altura, algunos rayos entre una nube y otra iluminan de repente el oscurecido firmamento. El mar no se asusta, murmura plácidamente en la orilla, pero las estrellas se han escondido.




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miércoles, 9 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 9 Miércoles


La mañana es un jubiloso reencuentro con la luminosidad más absoluta. Desde un horizonte sin nubes algunas, el sol se extiende ilimitado, gozoso, llenando de dorada claridad inicial a este otoño que día tras día muestra evidentes deseos de no serlo. La playa y las arenas comienzan a olvidar las sombras de la madrugada y la humedad del alba. El viento no asoma su despeinada testuz por ninguna esquina, perdido en algún resquicio del tiempo. Nada zarandea a las palmeras, hoy se desperezan con calma mientras el mar muestra un iluminado silencio lleno de turquesa azul.

Los gorriones saben competir contra la feroz algarabía que las palomas montan por unas migas. Se posicionan cerca, y cuando una miga sale volando y cae a su alcance, hacen presa en la misma, y con ella en el pico vuelan al instante para comerla, a buen recaudo de sus inevitables competidoras. Como no llueve, los aspersores en funcionamiento proveen a la fauna volátil de una matinal ducha y de algún charquito templado donde batir alegres las alas al sol. La jornada laborable ha llenado las calles de coches y ha vaciado en parte de peatones el paseo marítimo.

Una apenas fresca temperatura hace más animado el paso. Al cabo de escasos momentos el estímulo vitalista se impone, sin pensar en nada, todo se ve distinto. La luz obra prodigios, el día sonríe a todo el mundo, y la mar sosegada y plena, lleva el anuncio de una paz infinita en la indescifrable dimensión de su vivo cromatismo.

Hacia el mediodía comienza a llegar un ligero viento del este, trayendo una neblina baja sobre el horizonte, que llena de perfiles de ensueño a los buques anclados en la bahía, que riza de olas ligeras las aguas y asalta con inquietas espumas la arena. Un hálito fresco parece venir a tierra, dulcificando el casi calor cenital del día. Algunos se han instalado al sol en la playa, pensando quizá en darse un chapuzón luego, de esos de entrar y salir. Unas pocas docenas de gaviotas se mecen sobre la superficie marina con las escasas olas.

La tarde se mueve grácil y fluída en las manos del viento amable y contenido. Bajo sus soleadas horas la ciudad se extiende en calma, olvidada la prisa. Cuando termino mis tareas, lentamente las sombras recuperan sus espacios urbanos en lucha con las encendidas farolas.

Despejada la noche, ha ofrendado un lugar en el vacío de su negra bóveda para todas y cada una de las estrellas. Aguardan impacientes a una luna que se hace esperar escondida, mientras las luces de los navíos se derraman temblorosas en iluminadas líneas, sobre la negrura impenetrable de la ensenada marina.




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martes, 8 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 8 Martes


Primero se cubre con la tenue luz plateada que copia del cielo y luego deja incólume transcurrir por su líquida superficie a la espléndida espada de fuego que el sol desde el horizonte blande hasta la orilla. El mar espejea con todos los cromatismos que el matutino crepúsculo concibe inasible y animoso cada día. Hace una mañana sin frío, el viento, desorientado y en algún lugar perdido, no ha acudido a su cita. El firmamento sólo muestra los dos o tres blancos pañuelos de unas escasas nubes altas e inmóviles, detenidas ellas como el aire limpio y fresco en estas primeras horas de un día festivo.

La playa recorrida sólo por los deportistas trotando incansables sobre el vacío de unas arenas aún llenas de sus imposibles sueños, murmurados en sus oídos por una madrugada que se fué dejándolas mientras dormían.

No es cosa de salir asimismo a la carrera. Con agradable calma me pongo en marcha. Eso sí, tras un imprescindible desayuno. La luz es radiante, completa, mientras paseo sin apremio alguno bajo el sol, con la complicidad de los hoy bien abundantes peatones, patinadores, ciclistas, perros felices y también visitantes complacidos, que desembarcan de un enorme paquebote atracado en el cercano muelle de levante.

El horizonte dispone siempre de su infinito, tan distante y tan cercano. Las palmeras extienden su dominio en grupos y filas interminables a un lado del paseo, mientras otras menos afortunadas se defienden como pueden de la salobre cercanía del mar, en isletas y alrededor de los chiringuitos en la playa.

Sobra la bufanda, que a la vuelta traigo en la mano, mientras el mar refulge de incontenibles destellos sobre los que hoy alguna vela navega lenta, casi estática. En la bahía de turquesa y refulgente metal centelleante no hay olas apenas. La mar inerte desmadeja ensimismada su infinita y azul desidia.

El mediodía es luz apoteósica en un diciembre trastocado en casi primavera. Un ligero levante riza y anima la superficie marina, llevando algunas espumas y un poco de blanco a la arena de la orilla. La playa se ha llenado de bañistas, ¡ y sombrillas !. Los más soleándose, sólo dos intentan nadar un poco. Los merenderos tienen repletas sus terrazas, llenas sus mesas bajo el suave calor y la deslumbrante luz central del día.

Adormecida y cada vez más dorada, inacabable casi, la tarde extiende su sencillez abierta. Algunas gaviotas sobrevuelan el firmamento sobre el que las nubes han vuelto, ligeras, mínimas. Pasan una a una todas sus largas horas, y casi de repente se apodera de su pálido celeste un extenso rosa, que las nubes proclaman delirantes desafiando a la noche cercana. Las aguas toman matices imposibles, mostrando febriles cromatismos, a un lado y otro de la bahía.

Cuando ya todo oscurece, la ciudad se enjoya de luces en tanto que se llenan de ringleras iluminadas los ensombrecidos muelles. En la bahía están anclados algunos buques que intentan agazaparse tras sus encendidas balizas y fanales.

La mar susurra algo en la orilla, pero la noche quiere que hoy sólo la escuchen a ella, mientras confiesa sus secretas historias, sus ignoradas leyendas y ocultas consejas.




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lunes, 7 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 7 Lunes


Un deshecho e incompleto velo de nubosidad encuentra el sol matinal cuando aflora por encima del horizonte. El viento noroeste ha traído un cielo blanquecino y roto, con un desvaído celeste asomando entre retazos de largas y altas pátinas de alargados cirros. Hoy más que nunca, la soledad extiende sus dominios por la playa, se apodera de las arenas y se sienta en los bancos mientras los gorriones rebuscan bajo los mismos.

Dubitativas se balancean, ebrias de madrugadas las palmeras. O quizás es el viento que acude solícito. Que quiere mecerlas con sus invisibles manos vacías y llevarles bajo la indecisa luz del alba la ternura de una caricia.

Pese a que la luz no es rotunda y completa, la mañana no es fría. Adecuada combinación de viento fresco y sol a medias. El Mediterráneo luce un azul con tonos de pálida y blanca ceniza, quieto, detenido. En la orilla silenciosa no hay nadie, el día no es laborable, y hoy ninguno quiere otra cosa que descansar, incluida la mar ella misma adormecida.

Cuando salgo es ya mediada la mañana, y ya hay paseantes y turistas gozando de una cálida y sosegada claridad. En el agua son menos hirientes los reflejos, sobre ellos emerge un buque auxiliar de servicio de la armada, que lleva varios días anclado en el centro de la bahía, con su peculiar mole gris y sus oscuros perfiles.

Aprovecho el paseo para aprovisionarme de pan recién hecho, agua mineral y mandarinas. La vuelta es fácil ayudado por el artilugio plegable con dos ruedecillas, vulgo carrito. Según transcurren las horas el cielo no se abre bajo el sol, al contrario se ha añadido un neblinoso velamen difuso, que no impide del todo no obstante al calor y a la luz ser agradables y hasta más que suficientes, me digo acalorado haciendo el ejercicio de tirar de la compra por el luminoso y ahora bien concurrido paseo.

La playa al mediodía ofrece toda su soberbia extensión tentadora para los abundantes turistas que han llegado en dos cruceros, atracados en el muelle. Aunque sólo veo dos incondicionales del baño atreverse a nadar, hay muchos grupos paseando, tomando fotos.

Con la tarde se abre un remanso de silencio en el que resuenan de vez en cuando los golpes de los cascos de los caballos que llevan con alegre paso las calesas de alquiler, los faetones y carruajes pintados de negro y amarillo. Transportando a su feliz clientela como antaño, con la noble pausa ceremoniosa de una vida sin prisa. Mientras, los niños no dejan de jugar en los columpios y toboganes en la arena, en un amable y detenido tiempo.

Al llegar el crepúsculo, rojo y ardiente al oeste, zarpan casi al unísono los dos cruceros del puerto, en tanto que el viento de poniente lleva el humo de sus chimeneas en contrario rumbo. Iluminados casi por completo, se pierden en la distancia como ascuas en un mundo de creciente sombra y negrura.

La noche ha venido, el oscuro mar apenas murmura en la orilla. Todavía se hace esperar la luna, ya solo una mitad realmente. La atmósfera se ha despejado, los luceros han llenado la bóveda azabache del cielo. Sobre la línea del horizonte, algunas estrellas titilan mientras otras, o que lo parecen, corren inquietas.

Son las balizas intermitentes de los aviones que van enfilando la pista de aterrizaje del aeropuerto. Sus luces cambiantes, rojas, blancas o amarillas, semejan indecisas estrellas, que no supieran, hoy tampoco, de qué color ponerse esta noche el vestido.




© Acuario 2009



domingo, 6 de diciembre de 2009

In Vento Scribere

In Vento Scribere


.


Amada ausencia
¿que otro podría ser tu nombre
y el mío?

Que si tú no estás yo tampoco existo
pues estoy del mundo ya hace mucho ausente.

En ausencia vivo, medito, ¿pienso?,
pero no existo, sin otra cosa que mi propia sombra
que finge sonreir, que sueña versos,
que da respuestas, anda, trabaja.

En ausencia los dias, sin otra luz, sin otra mirada
que nada es cada instante sin tí en el tiempo.

Asi me ves, no viéndome
asi te veo, sin verte,

y a tí acudo

sin ir a ningún lado,
sin caminar a tu encuentro.



© Acuario 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 6 Domingo


Asomado en los perfiles del sueño, veo a la mañana ofreciendo su espacio al solitario y rojo disco solar. La bahía pronta a extenderse a sus pies en un silencio azul, aún penetrado de la oscuridad de la madrugada. Totalmente llena de soledad la playa, la arena espera confiada el calor solar. Indeciso y escaso viento noroeste, amablemente acuna las hojas de las palmeras. El cielo ha extraviado todas las nubes, llega con los bolsillos vacíos pero dispuesto a fascinar con la completa extensión única de su color infinito.

No hay rumores o apenas en la orilla de un mar que ha olvidado serlo. Extiende sus aguas apagadas y quietas, dormidas, invitando a recorrer sobre ellas todos los caminos. Líquido zafiro iluminándose con el oro engastado del sol que lo recorre desde el horizonte hasta la playa. La cantarina población de avecillas, ya despierta, celebra un nuevo día.

Cuando han transcurrido varias horas de la mañana y la temperatura ha ganado templanza, es el momento de incorporarme a un paseo repleto casi de viandantes, peatones, corredores, ciclistas, fauna diversa y feliz en esta jornada de domingo. Ausentes todos de ocupaciones, el pasear se hace él sólo secreta alegría. Casi en cuanto llego, Piratilla sale de su agujero y se tumba al sol a mi lado mientras le pongo dentro nueva comida. La mañana es un derroche de luz, suavemente cálida, de una limpia y completa transparencia. El horizonte parece recién dibujado, con su perfil preciso, sin brumas, el cielo nos regala un azul tan bello que nadie es capaz de comprenderlo.

Al mediodía comienza un suave viento del este, el mar comienza a recuperar cierto movimiento y vida, se animan algunas olas mínimas que terminan llegando a la orilla. La playa ofreciendo su calor es suficiente para llenarse de gente, aunque no de bañistas. La chiquillería y sus mascotas juegan y corretean de un lado a otro.

La tarde es dorada, se extiende casi sin límites con una suave luz templada, que baña de cálido oro a la ciudad. Con el crepúsculo el mar comienza a bañar su oscuro cobalto de vetas de líquida plata, y poco a poco el cielo se hace rosa y violeta, y las aguas se transforman en una precisa amatista iluminada.

Con las próximas fiestas se han instalado a todo lo largo de la avenida del parque tenderetes vendiendo quincalla, objetos de regalos, marroquinería, figuritas y objetos para instalar belenes, chucherías y también petardos. El silencio habitual rumoroso de olas se llena del estruendo incesante de triquitraques, bengalas, cohetes. La playa se hace lugar adecuado para explosionar y encender toda esa festiva parafernalia ruidosa.

Las estrellas asombradas, no saben quienes son esas congéneres suyas tan estrepitosas, de dónde han caído todas esas luces que destellan y detonan con tanto estruendo.





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sábado, 5 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 5 Sábado


El nuevo día se abre bajo el signo de la lucha incesante. El cálido, excelso sol totalmente dueño del cielo y el contínuo y acerbo viento, frío norte, intenso y obstinado. El mar asiste con un sosegado turquesa a la confrontación iniciada desde las primeras horas del alba hoy naciendo con un
ensombrecido naranja que lentamente se ilumina hasta el dorado cítrico limón. En la orilla de la playa sin olas, todo es un ausente rumor sin espumas. Las inmóviles aguas apenas conservan el recuerdo del blanco empuje sonoro del oleaje que una vez tuvieron.

La soledad extiende su ausencia bajo la frialdad de la mañana. El cielo esconde todas sus nubes bajo un infinito azul electrizado.

Animados por la baja temperatura, sólo los escasos corredores que por el camino pasan, mientras las aves agradecidas a la luz, a la vida, irrumpen llenando el aire con su cántico ilusionado , iluminando con el misterio de sus trinos el regalo que el tiempo cada día ofrenda.

No me apresuro en salir, lo hago más tarde, a la hora en que el pulso del sol va ganando posiciones al molesto ventarrón, cuando la mañana se va templando, acompañado ya de cierta afluencia de peatones y viandantes en el camino. Las palmeras cimbreadas, agitadas por el aire, protestan con el continuo rumor del revuelo de sus palmas. El infinito cristal de la atmósfera abre todas las distancias. Ilimitadamente el horizonte se muestra sin velos, suaves y azules se presentan las montañas que cierran la bahía.

Al mediodía el viento rola a poniente, comienza a percibirse el hálito oceánico, atlántico. Inexpresable y fresca vibración que el aire transporta, bajo el calor ya abierto de las soleadas horas centrales del día. Algunos bañistas atrevidos incluso se bañan, los más sestean en las cálidas arenas.

La tarde extiende blandamente sus horas felices, los niños juegan en los columpios y deslizaderos de la playa. Frente a mí hay uno que semeja un galeón hundido. Con la popa atrás, una especie de mástil central con una atalaya, y delante la proa, que para divertirse incluye un tobogán. Un feliz hallazgo para muchos chavales, que vienen corriendo en cuanto lo ven, a subirse y deslizarse por sus rampas.

Anunciando ya el crepúsculo se extiende sobre el mar una ancha franja violeta. Por encima de ésta, rosa y amarillo, y debajo, tocando ya el confín de las aguas, azul grisáceo. Empieza a entrar viento de levante, que juega a destrenzar la fumarola del crucero atracado en el muelle. El mar se ensombrece lentamente, se hace denso, profundo, oscuro. Hacia el oeste sobre la ciudad el firmamento se incendia con arrebatado y aéreo amarillo rojizo.

Con los cambios de viento, hay de nuevo oleaje en la playa, y cuando llega la noche, investida de inquietas estrellas, el mar orgulloso muestra el blanco rumor de sus olas y espumas.

Como mágicos y líquidos fragmentos olvidados en el agua por la luna, que ahora decreciente, cree la pobre que se le han caído.




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viernes, 4 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 4 Viernes


No ceja en su empeño, desde aquel frío norte traspasa montañas, se abre camino por los espacios del cielo, y trae la magia de un azul vivo e ilusionado, nuevo e inédito, eléctrico añil casi, espléndido.

Viento septentrional que vuelve otra vez, para él también volar con las bandadas de gaviotas en incesante planeo sobre la bahía, en esta mañana que va abriendo un violeta impreciso en el firmamento, sin nubes, fría y solitaria.

Con la líquida madrugada durmiendo aún en su oscuro cobalto en sombra, las inmóviles aguas muestran engañadas una incierta púrpura al mezclarse con el cromatismo enrojecido y fugaz del alborear. Toda la bahía está silenciosa y sin olas, en la arrecida espera de la completa luz del sol redivivo sobre el horizonte naranja y fuego.

Dos navios vienen a puerto, el así llamado Melillero y un crucero de pasaje, ambos iluminados por completo, leves ascuas que flotan, navegando contra el aire que despeina el humo de sus chimeneas como negra cabellera al viento. A poco el sol nace, rojo y eterno, pero los mirlos ocultos bajo las palmeras no se enteran, entretenidos como están contándose cosas en su jerigonza de melódicos silbos. Todo se llena luego de dorada luz, mientras se afligen en imparable y agitado rumor las palmas expuestas al embate del viento.

Es necesario aguardar un poco antes de salir y que se temple la mañana. El camino sabe esperar, nunca se impacienta, sabio y silencioso, a todos abierto. Se entretiene en serena calma mirando un horizonte sin brumas, trazado limpiamente bajo la esclarecida extensión del abierto cielo. Alguna pedigüeña paloma que me conoce no deja de dar vueltas volando alrededor mía, buscando las migas que en el bolsillo le traigo para ayudarle a pasar el invierno.

El mediodía encuentra en la playa un lugar soleado y protegido del embate aéreo, un cálido remanso para echar una medio cabezada, en suave sopor, en agradable sueño. Tumbados en la arena algunos dormitan, mientras las gaviotas van formando sobre las aguas una enorme bandada flotando en la bahía, que casi la cubre en más de la mitad de su extensión.

En la larga avenida de plátanos de indias la ya bien iniciada otoñada ha dejado sus ocres y sus rojos en las ahora secas hojas de los árboles, que caen bajo la fuerza del viento. Cuando termino mis tareas, a lo lejos veo los montes bañados de una agotada y concluida luz, crepuscular y rosácea.

La noche imperturbable extiende sus redes de frío, mientras por su parte en la lejanía en sombras las barcas han encendido sus focos para pescar en las negras aguas. La luna se retrasa, o yo me adelanto. Aún no ha venido. Los luceros castañeteando sus refulgentes luces la esperan hoy ateridos.




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jueves, 3 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 3 Jueves


Escudriñando desde el horizonte con su solo ojo, cíclope de oro, aparece el sol sobre un horizonte constreñido, entre el mar satinado de sombreado azul y reflejos naranjas, y el techo de nubes y nimbos que ocupa todo el firmamento, que llega casi al confín de las aguas. Un resquicio que estalla de luz, que agota en breves instantes su fuego. Una aparición fugaz que deja a la mañana desorientada, inerme, ante el viento norte, de nuevo empujando y arrastrando sobre la ciudad y su mar la oscura presencia de un manto de nubarrones no del todo cerrados y negros.

La playa dormida no se da cuenta de nada, algunas olas del poniente de ayer llegan e intentan llenar con sus ligeras espumas de efímera nieve la orilla vacía. Hoy los muelles se presentan desnudos, la pesada arquitectura de hormigón inmóvil en silencio añorando la compañía de algún navío. La mañana comienza algo fría, pero no consigue serlo del todo. Las nubes no se cierran por completo, su baluarte se rasga en abiertas troneras por las que la luz solar cae como focos sobre las aguas llenándolas de color y vida. Líquidos islotes de esmeralda iluminada entre móviles cobaltos sin luz oscurecidos.

Así ganando sol y otras perdiéndolo el camino decide seguir fiel a sí mismo, construye su distancia como puede, y la ofrece igual que siempre a todo el mundo. Las palmeras le acompañan en su intento renovado cada día de alcanzar su destino. El mar algún ánimo quiere ofrecerle hoy con el incesante rumor de su escaso y discreto pero al menos recobrado oleaje.

No termina de abrirse el día, gana fuerza el ventarrón, el mar duda entre sus azules bajo la sombra de los nimbos, o los decididos verdes que el sol cuando alcanza su superficie le ofrece. Entretanto las gaviotas se lo han pensado, han dejado de volar, y se protegen del viento posándose y flotando en la bahía al resguardo del insistente aire norteño. Sólo un pescador con sus cañas en la playa, ningún bañista, nadie se atreve con un día con el calor racionado e indeciso.

Cuando voy para el trabajo, sobre la rada del puerto el sol dibuja toda una cascada de reflejos. Las aguas se hacen metálicas y llenas de bullentes destellos. Al salir ya terminadas mis ocupaciones, la tarde agota sus luces tapizando de rosas y rojos las orondas panzas de los nimbos. El viento ha cedido.

La noche es casi abierta, y bien fría. Una nube tan sólo, que se ha quedado perdida sin rumbo. La luna se ha puesto tras ella, y ha comenzado con sus mágicos pinceles de plata, a pintar de luz sus perfiles pero estos no paran de moverse y nunca se quedan en su sitio. Al final la luna se asoma y parece mirar a la nube medio enfadada. Pero no es tal, indiferente y gélida, sabia y lúcida, deja a todos decidir por sí mismos.

Una estrella a su lado no sabe esta noche qué vestido ponerse, azul, rojo, amarillo, y venga, sigue brillando, sin decidirse por ninguno,..... rojo, amarillo, azul,.... o mejor rojo,..... no mejor amarillo.




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miércoles, 2 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 2 Miércoles



Él es la mañana, sin nada que se le oponga, sin nubes que lo distraigan, apenas el horizonte se nimba de una ilimitada cenefa de encendido color naranja, eclosiona en breves instantes, primero tímido, mas luego desenfrenado, y acaso tal vez quizá concupiscente. Él lo es todo, a nadie mira, y sobre todos estalla incontenible. Sol que construye el día, que llena de luz y calor estas primeras horas aún frescas y solitarias, que se asoma a una playa vacía, sobre el mar quieto, líquida e inmóvil lámina azul dormida.

Ha cesado el viento. Las palmeras reposan agradecidas. En la lejanía, acercándose, blanca gaviota que navega, el buque que viene hacia el puerto cada día, que desde Melilla ha zarpado, trayendo aún con él la madrugada y jirones de la pasada noche. Mientras, sobrevolando incansables la bahía, las bandadas de aves dibujan sus perfiles sobre el fúlgido, vivo celeste del cielo vacío.

Cuando salgo, Vicky, la gata del fontanero está esperándome en los parterres. Como recuerda que siempre llevo alguna latita en el bolsillo, y seguro que le ha faltado el desayuno, sabe buscar algún amigo que se lo proporcione. La calle está animada, soleada, sin frío, andar es alegre bajo la luz radiante, el firmamento vibrando con una diáfana transparencia, el aire evanescente y límpido. El camino en la playa se ofrece abierto y cálido, el mar ostenta diversos cobaltos, verdiazules serenos, sin olas, detenido, casi en paz consigo mismo. Las palmeras han renovado el color de sus apagadas palmas, lucen espléndidas recortadas en el insondable celeste profundo que muestra la vibrante bóveda aérea sobre la ciudad y el Mediterráneo.

Hacia el mediodía acuden algunos delgados nimbos, que juegan y velan en ocasiones de forma ligera el atronador destello del sol sobre las aguas, que consiguen al frenar apenas el exceso de luz solar una iridiscente y líquida plata vieja sobre la superficie marina. Un balandro ligero ha echado el ancla, y se balancea flotando o levitando sobre un pequeño remanso de inquietos luceros argénticos. Un poniente suave comienza a traer a la playa lentas olas escasas y sesgadas y unas mínimas espumas blancas rumorosas en la orilla.

La tarde es un remanso templado, una extraviada primavera que nos visita en diciembre. Cuando termino mi trabajo, las escasas nubes toman un color salmón por el oeste, que sobre la ensenada del puerto, ya más tarde, han virado a rojo fuego.

A la luna le encantan estas nubes que hoy la rodean, ligeras, que la esconden sutilmente, a las que ella ilumina con su lenta luz sabia y antigua, que la hacen más bella y asombrosa. Una luna completa, inmensa, que baña con su misterio a las aguas a sus pies ya oscureciendo.

Un paquebote de pasajeros iluminado por completo en la negrura de la noche, con todas las luces de camarotes a todo lo largo y ancho de sus amuras, es el inusitado contraste frente a la escasa y única luz de un fanal, meciéndose, del pequeño balandro al otro lado del muelle frente a la orilla.

Como una pequeña estrella que hubiera caído del oscuro firmamento.




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martes, 1 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 1 Martes



Antes de que el sol supere la línea del horizonte, su luz encuentra una delgada y extensa nubosidad que, sólo con la declinación adecuada y por apenas unos escasos minutos, se convierte en una inmensa alucinación de rojo fuego. El cielo se asombra a su alrededor con un iluminado turquesa, mientras las aguas asustadas e inmóviles se tiñen de fenicia púrpura.

El mar sin olas nada aguarda. La orilla abandonada a sí misma, silenciosa. La mañana es fresca, quizá fría. La arena casi seca de la lluvia de anteayer ha recuperado un tono más claro. Nadie en la playa, sólo una barca pescando cerca va dejando un surco en el cobalto azul oscuro de la bahía. Mientras el sol hace suyo el día, el viento norte lo zarandea. Pero hoy menos alocado, sólo algunas palmeras se agitan perezosas por el aire movidas.

Sin abandonar del todo la guardia, bufanda en ristre, el soleado sendero agradablemente se hace. Las palomas se guarecen del viento en los aleros de los chiringuitos. Las primeras horas de la mañana son líquido cristal entibiándose bajo un cielo lleno de luz. Infinito arriba, interminable el camino, inabarcable el mar, todo conspira para ensanchar el ánimo, para llevar la mente más allá, siempre más lejos.

En las horas centrales, un ligero poniente toma el relevo del frío norte. En la playa, sin atreverse al baño, algunos pocos se han tumbado al calor del mediodía. Bajo la templada mirada del sol la tarde comienza perezosa, tentada por abandonarse a una completa desidia, sin otra razón que la que en ella misma encuentra.

Algunas escasas y altas nubes se han instalado inmóviles y curiosas.

Al salir del trabajo la luna ostenta orgullosa una redondez completa, impaciente planea sobre un crepúsculo que aún no ha concluido, en un azul irisado de gris que se va llenando lentamente de oscuridad fría.

Sólo un rato después, ya es noche completa, el mar murmura reposado y tranquilo en la orilla de la playa, a un lado y otro de la bahía las luces se extienden radiantes y temblorosas, el horizonte es una apagada línea de tenue luminosidad en la distancia.

Unas escasas, delgadas nubes, apenas más densas que un velo de niebla, sobre las que la claridad lunar dibuja un misterioso halo ambarino, pasan con silenciosa lentitud bajo la noche azul y tachonada de estrellas.




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