miércoles, 23 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 23 Miércoles


La lluvia repiquetea en los cristales convulsamente, el fuerte viento de levante la arroja en nerviosas andanadas sobre los ventanales, dibujando en ellos disformes contornos líquidos que prestan una demencial vida a las imagénes de la oscura playa, apenas apreciables en la escasa luz turbia y ceniza del amanecer.

La tormenta ha vuelto con renovadas fuerzas, torrencial e incontenible. El mar opaco y verde gris revuelto parece asustado, soportando un oleaje de caminos distintos e imprecisos. Las arenas empapadas, en plena desolación, inútiles.

Pese a todo, impasibles y sorprendentes, las gaviotas vuelan con valiente naturalidad en este fin de los tiempos. Entre el mar, el vendaval y el diluvio planean con elegante, relajado y displicente aleteo.

Espero que ceda al menos un poco la abundante precipitación, y siempre dispuesto a divertirme un rato, en tanto vuelva con el paraguas incólume, bajo cuando ya el aguacero se ha serenado. El viento ha cedido algo asimismo, mientras en la puerta, resguardada, al acecho, está Vicky, y dispuesta a cazar su desayuno en cuanto me ve. Sin poder negárselo reanudo mi camino, tras dejarla comiendo tranquilamente bajo un protector alero.

El cielo está emborronado, lleno de luminosos grises, iracundos y excitados. El camino de arenas, anegado, respirando selvático y en completo abandono. Las palmeras han enmudecido, el zamarreo y la lluvia las ha dejado desconcertadas, confundidas. Al lado de ellas, el mar levanta espumas revueltas, terrosas, mientras incesante se queja y gime.

Al mediodía el sol resurge entre algunos huecos, haciendo emerger el verde y refulgente cristal de las aguas. La plateada superficie confusa de la mar recupera al menos en las abiertas zonas de luz el luminoso brillo incontenible de los vivos e infinitos reflejos. El viento es ahora suave, moderado, del este.

Con el inicio de las horas vespertinas, una lluvia desenfrenada se apodera del mar y del cielo, un solo gris único que borra el horizonte, que se cierra como apagada niebla, mientras se oye caer el chubasco en tropel. Hacia la media tarde, todo queda en reposo. El mar quieto, no corre el aire. Bajo una luz apagada, todo tiene una belleza limpia y nueva.

Va lentamente anocheciendo, y tornadizo el levante empieza a traer una ligera llovizna. En la orilla hoy olvidada por todos, las olas construyen el fútil artificio níveo de sus espumas de nuevo. El firmamento anaranjado por las luces de la ciudad se pierde en un silencio dormido.

Soportando todos los embates, del mar, de la oscuridad, del viento, están anclados tres buques en la bahía. Las luces de sus balizas resisten inciertas, apresadas al imposible de su destino.




© Acuario 2009

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