viernes, 4 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 4 Viernes


No ceja en su empeño, desde aquel frío norte traspasa montañas, se abre camino por los espacios del cielo, y trae la magia de un azul vivo e ilusionado, nuevo e inédito, eléctrico añil casi, espléndido.

Viento septentrional que vuelve otra vez, para él también volar con las bandadas de gaviotas en incesante planeo sobre la bahía, en esta mañana que va abriendo un violeta impreciso en el firmamento, sin nubes, fría y solitaria.

Con la líquida madrugada durmiendo aún en su oscuro cobalto en sombra, las inmóviles aguas muestran engañadas una incierta púrpura al mezclarse con el cromatismo enrojecido y fugaz del alborear. Toda la bahía está silenciosa y sin olas, en la arrecida espera de la completa luz del sol redivivo sobre el horizonte naranja y fuego.

Dos navios vienen a puerto, el así llamado Melillero y un crucero de pasaje, ambos iluminados por completo, leves ascuas que flotan, navegando contra el aire que despeina el humo de sus chimeneas como negra cabellera al viento. A poco el sol nace, rojo y eterno, pero los mirlos ocultos bajo las palmeras no se enteran, entretenidos como están contándose cosas en su jerigonza de melódicos silbos. Todo se llena luego de dorada luz, mientras se afligen en imparable y agitado rumor las palmas expuestas al embate del viento.

Es necesario aguardar un poco antes de salir y que se temple la mañana. El camino sabe esperar, nunca se impacienta, sabio y silencioso, a todos abierto. Se entretiene en serena calma mirando un horizonte sin brumas, trazado limpiamente bajo la esclarecida extensión del abierto cielo. Alguna pedigüeña paloma que me conoce no deja de dar vueltas volando alrededor mía, buscando las migas que en el bolsillo le traigo para ayudarle a pasar el invierno.

El mediodía encuentra en la playa un lugar soleado y protegido del embate aéreo, un cálido remanso para echar una medio cabezada, en suave sopor, en agradable sueño. Tumbados en la arena algunos dormitan, mientras las gaviotas van formando sobre las aguas una enorme bandada flotando en la bahía, que casi la cubre en más de la mitad de su extensión.

En la larga avenida de plátanos de indias la ya bien iniciada otoñada ha dejado sus ocres y sus rojos en las ahora secas hojas de los árboles, que caen bajo la fuerza del viento. Cuando termino mis tareas, a lo lejos veo los montes bañados de una agotada y concluida luz, crepuscular y rosácea.

La noche imperturbable extiende sus redes de frío, mientras por su parte en la lejanía en sombras las barcas han encendido sus focos para pescar en las negras aguas. La luna se retrasa, o yo me adelanto. Aún no ha venido. Los luceros castañeteando sus refulgentes luces la esperan hoy ateridos.




© Acuario 2009




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