martes, 8 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 8 Martes


Primero se cubre con la tenue luz plateada que copia del cielo y luego deja incólume transcurrir por su líquida superficie a la espléndida espada de fuego que el sol desde el horizonte blande hasta la orilla. El mar espejea con todos los cromatismos que el matutino crepúsculo concibe inasible y animoso cada día. Hace una mañana sin frío, el viento, desorientado y en algún lugar perdido, no ha acudido a su cita. El firmamento sólo muestra los dos o tres blancos pañuelos de unas escasas nubes altas e inmóviles, detenidas ellas como el aire limpio y fresco en estas primeras horas de un día festivo.

La playa recorrida sólo por los deportistas trotando incansables sobre el vacío de unas arenas aún llenas de sus imposibles sueños, murmurados en sus oídos por una madrugada que se fué dejándolas mientras dormían.

No es cosa de salir asimismo a la carrera. Con agradable calma me pongo en marcha. Eso sí, tras un imprescindible desayuno. La luz es radiante, completa, mientras paseo sin apremio alguno bajo el sol, con la complicidad de los hoy bien abundantes peatones, patinadores, ciclistas, perros felices y también visitantes complacidos, que desembarcan de un enorme paquebote atracado en el cercano muelle de levante.

El horizonte dispone siempre de su infinito, tan distante y tan cercano. Las palmeras extienden su dominio en grupos y filas interminables a un lado del paseo, mientras otras menos afortunadas se defienden como pueden de la salobre cercanía del mar, en isletas y alrededor de los chiringuitos en la playa.

Sobra la bufanda, que a la vuelta traigo en la mano, mientras el mar refulge de incontenibles destellos sobre los que hoy alguna vela navega lenta, casi estática. En la bahía de turquesa y refulgente metal centelleante no hay olas apenas. La mar inerte desmadeja ensimismada su infinita y azul desidia.

El mediodía es luz apoteósica en un diciembre trastocado en casi primavera. Un ligero levante riza y anima la superficie marina, llevando algunas espumas y un poco de blanco a la arena de la orilla. La playa se ha llenado de bañistas, ¡ y sombrillas !. Los más soleándose, sólo dos intentan nadar un poco. Los merenderos tienen repletas sus terrazas, llenas sus mesas bajo el suave calor y la deslumbrante luz central del día.

Adormecida y cada vez más dorada, inacabable casi, la tarde extiende su sencillez abierta. Algunas gaviotas sobrevuelan el firmamento sobre el que las nubes han vuelto, ligeras, mínimas. Pasan una a una todas sus largas horas, y casi de repente se apodera de su pálido celeste un extenso rosa, que las nubes proclaman delirantes desafiando a la noche cercana. Las aguas toman matices imposibles, mostrando febriles cromatismos, a un lado y otro de la bahía.

Cuando ya todo oscurece, la ciudad se enjoya de luces en tanto que se llenan de ringleras iluminadas los ensombrecidos muelles. En la bahía están anclados algunos buques que intentan agazaparse tras sus encendidas balizas y fanales.

La mar susurra algo en la orilla, pero la noche quiere que hoy sólo la escuchen a ella, mientras confiesa sus secretas historias, sus ignoradas leyendas y ocultas consejas.




© Acuario 2009

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