martes, 1 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 1 Martes



Antes de que el sol supere la línea del horizonte, su luz encuentra una delgada y extensa nubosidad que, sólo con la declinación adecuada y por apenas unos escasos minutos, se convierte en una inmensa alucinación de rojo fuego. El cielo se asombra a su alrededor con un iluminado turquesa, mientras las aguas asustadas e inmóviles se tiñen de fenicia púrpura.

El mar sin olas nada aguarda. La orilla abandonada a sí misma, silenciosa. La mañana es fresca, quizá fría. La arena casi seca de la lluvia de anteayer ha recuperado un tono más claro. Nadie en la playa, sólo una barca pescando cerca va dejando un surco en el cobalto azul oscuro de la bahía. Mientras el sol hace suyo el día, el viento norte lo zarandea. Pero hoy menos alocado, sólo algunas palmeras se agitan perezosas por el aire movidas.

Sin abandonar del todo la guardia, bufanda en ristre, el soleado sendero agradablemente se hace. Las palomas se guarecen del viento en los aleros de los chiringuitos. Las primeras horas de la mañana son líquido cristal entibiándose bajo un cielo lleno de luz. Infinito arriba, interminable el camino, inabarcable el mar, todo conspira para ensanchar el ánimo, para llevar la mente más allá, siempre más lejos.

En las horas centrales, un ligero poniente toma el relevo del frío norte. En la playa, sin atreverse al baño, algunos pocos se han tumbado al calor del mediodía. Bajo la templada mirada del sol la tarde comienza perezosa, tentada por abandonarse a una completa desidia, sin otra razón que la que en ella misma encuentra.

Algunas escasas y altas nubes se han instalado inmóviles y curiosas.

Al salir del trabajo la luna ostenta orgullosa una redondez completa, impaciente planea sobre un crepúsculo que aún no ha concluido, en un azul irisado de gris que se va llenando lentamente de oscuridad fría.

Sólo un rato después, ya es noche completa, el mar murmura reposado y tranquilo en la orilla de la playa, a un lado y otro de la bahía las luces se extienden radiantes y temblorosas, el horizonte es una apagada línea de tenue luminosidad en la distancia.

Unas escasas, delgadas nubes, apenas más densas que un velo de niebla, sobre las que la claridad lunar dibuja un misterioso halo ambarino, pasan con silenciosa lentitud bajo la noche azul y tachonada de estrellas.




© Acuario 2009

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