sábado, 31 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 31 Sábado


Nadie sospechaba la sorpresa reservada para hoy.

El amanecer es despejado, limpio cristal para la luz inacabable del sol, sonriente y alegre en su feliz algarabía. El mar apenas muestra signos de actividad, reposa detenido, fabula en cerrados sueños sus inaccesibles anhelos.

Si acaso podríamos creer que hay un imperceptible viento que quiere pasar desapercibido. Apenas se inclinan hacia el este las ligeras columnas de humo de los tres inmensos paquebotes atracados en el muelle de levante. Las palmeras amodorradas y quietas, sus palmas caen desmadejadas, entregadas por completo a la luminosidad y al suave calor de la mañana.

En el cielo, un delicado dibujo blanquecino apenas visible concede al caminante un agradable alivio al velar mínimamente la generosa radiación solar de este verano que aún no quiere irse

Cuando vuelvo de acarrear víveres, lo que apetece es refrescarse. La playa está bien animada, el excelente tiempo se ofrece espléndido, el agua luce sus mejores azules.

Me entretengo un poco tomando una cerveza y leyendo, y cuando pasado el mediodía bajo a la orilla, veo venir lentamente una oleada de blanca y baja niebla impulsada por una suave brisa del oeste, que va borrando poco a poco la enorme arquitectura de los buques en el puerto. Sus altas chimeneas asoman como pueden la cabeza por encima de su espeso y níveo velo. Los barcos son ahora sólo metálicos cilindros por encima de la densa neblina, mientras que intentando ver algo las espigadas grúas afloran sobre la tupida bruma sus pináculos de mecano articulado. A un lado y otro de la bahía, los montes, las orillas han desaparecido.

Aprovecho el claro de sol que aún conserva la playa y nado un cierto rato, en las hoy sí completamente cristalinas aguas, vigilante ante el cercano cierre de la niebla. Me da tiempo para luego secarme al cálido medio sol que consigue llegar a la orilla.

Así comienza la tarde, todo se lo va engullendo la imperiosa niebla. En sus mágicas y difusas luces apagadas las palmeras se dibujan como un estallido de sombras. El mar se ha quedado solo, y se queja lastimero y tierno, murmura con mínimas olas sobre la arena ahora desnuda, oscurecida y solitaria. Apenas nadie pasa, en la distancia ululan de vez en cuando las sirenas de los navíos intentado navegar pese a la dificultosa visibilidad reducida.

En la confusa atmósfera con que finaliza el atardecer las aves conquistan todo el denso espacio opalescente, un vencejillo vuela frente al ventanal y vuelve de tarde en tarde a posarse sobre los toldos recogidos, mientras escondidos hoy doblemente los mirlos deciden con sus melódicos silbos contar todo lo que piensan.

El crepúsculo y las primeras luces que la ciudad enciende dan a la niebla un tono violáceo, y al final anaranjado, mientras el aire húmedo es hoy el manto de la noche y las sombras.

Otoño, al final llegaste a tu cita.



© Acuario 2009

viernes, 30 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 30 Viernes



Primero anaranjado y sanguino, adormecido y quieto, el mar con un oculto e imperceptible estremecimiento interno se transfigura en ilimitado y líquido oro luego.

El amanecer espera a su iluminado dueño, eterno pasajero del espacio y desde más allá del tiempo. Asoma lentamente su rojizo y cíclope ojo bermejo, e incontenible después, blande y flamea hasta la inmóvil orilla apagada su invencible espada de fuego.

Desde su serena admiración, el dia se entrega a un veraniego y fingido otoño. Las palmeras siempre deseosas del agasajo del calor sueñan sonrisas olvidadas en la canícula, de nuevo hoy también rediviva. Aunque por fortuna hay una ungida sedosidad en la mañana. Pese al escaso levante, el calor es amable y llevadero.

Tras un rato andando abismado en el piélago de luz de la mañana el ánimo no es humano, roza lo sobrehumano ciertamente.

Gracias a que los pies tocan la telúrica tierra los desatinos se esquivan, ya que sin su geológica influencia las más inimaginables quimeras ocuparían las últimas perturbadas esquinas de la mente de cualquiera. Además si se tira de un carro de compra cargado entre otras cosas de ocho litros de agua, se evita la incontinente e indesable levitación quimérica.

Por todo ello, ejercicio y día despejado, sin nubes, a pleno sol, bajo a nadar un rato, me lo he ganado. Hoy el agua ofrece una transparencia casi completa, no se mueve, no se eleva, y ni ondula ni respira, incluso hay momentos en que no llega ni la más mínima ola a la orilla. De un tenue tono verdoso, tibia bajo el calor solar, fresca bajo la superficie. En la distancia un ligero velo regala matices de azul ensueño a los perfiles de los buques en el horizonte. Ante la no escasa afluencia de bañistas, los vendedores ambulantes han acudido de nuevo a la playa y anuncian alegres a toda voz sus pregones, ¡¡ el agua, la cerveza, la coca, oiga !!.

No es un mediodía, aunque nadie lo advierta, es el infinito.

La tarde recibe el regalo de un suave poniente, mientras con tres largos y profundos bramidos de su sirena un enorme crucero enfila la salida del puerto y se pierde parsimonioso entre la azulada bruma, sobre las templadas aguas, inmóviles en su sueño de luz inagotable y detenida.

Todo lo existente, todo lo inexistente, se funde en un único destello iluminado, en un solo aliento, en la fuerza de una sola llama única.

¿Hace falta manifestar su nombre?

Cuando vuelvo, el día ya finalizando, el sol se despide con su hálito de rojo fuego, incendiando la base de las nubes por poniente, ofreciendo sus ascuas a las coloidales y ausentes aguas de la rada del puerto.

Los vencejos han hecho sus nidos en los edificios cercanos. Incansables vuelan, van y vienen llevando sus ligeros gritos de un lado a otro.

Sobrevuelan incesantes, mientras la tarde declina en sus últimas luces.





© Acuario 2009

jueves, 29 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 29 Jueves



Una confusa mezcolanza de nubes apenas consistentes encuentra el sol sobre el horizonte al iniciarse el día. Pero en escaso tiempo, impetuoso consigue, ser por completo el único señor de la mañana, sobre un mar detenido, apresado en sus sueños, luciendo una ligera plata blanquecina que el cielo le obsequia.
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Tanto empeño ha puesto el otoño en no serlo que lo va consiguiendo. Caminar hoy sin sombra es acalorarse de cierto, el escaso levante no logra atemperar la claridad impetuosa que sobre la playa se abate, delicia de turistas y de los afortunados asiduos que no se niegan un baño ni en invierno.
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Asi pues paseando a la sombra voy y por la sombra andando vuelvo, que para caminar, me sobran y bastan mis pensamientos, remedando al poeta, y eludiendo como puedo, por las calles del interior del barrio, la alta temperatura cercana a la soleada línea de la costa.
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El mediodía me encuentra instalado como un corcho flotando alegre, en la fresca delicia de un mediterráneo que sigue en apariencia dormido. Sólo de tarde en tarde una amplia e inapreciable, extensa elevación de las aguas apenas perceptible termina sobre la orilla, regalando un blanco boceto de espumas a la arena, con apagado y quedo resuello. El mar de un verde opaco tiene, debido al calor solar y a la ausencia de olas, ligeramente entibiada la superficie.

En ambos lados de la bahía, los montes que la enmarcan parecen querer esconderse tras un tenue y azul velo sin llegar a poder conseguirlo. Sobre el perfil marino, las lejanías se difuminan imprecisas, la cálida superficie de las aguas deja escapar un tenue vaho, una ligera e incierta neblina.

La tarde es toda luz, dorada, abierta, sin nubes. Al terminar ya de vuelta, el griterío de las aves escondidas en la arboleda del parque es toda una oleada de llamadas, mensajes, la viva expresión del gozo de vivir, de asistir al asombro de un crepúsculo que colma de un ilimitado e irreal amarillo a la limpia extensión del cielo.

En el puerto, la ensenada se mira presumida en el dorado traje con que el firmamento la viste mientras una enorme bandada de gaviotas en lo alto sobrevuela sus aguas.

Cae la noche y todo es distinto, todos los caminos se abren, todos los recorre una luna creciente que hace suyo el negro murmullo del mar oculto.

Sin nubes, todos los luceros acuden a verla y admirarla en secreto.




© Acuario 2009

miércoles, 28 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 28 Miércoles




Gracias a una tenue nubosidad, como blanca seda gastada, alta, suspendida y quieta sobre el firmamento, el decidido sol se vela ligeramente y la mañana se logra hacer más amable y plácida.

Su alegre luz se ofrece en el camino de la playa, espacio abierto de soledad magnífica y reposada. Perderse sin más en su sencilla e inocente ignorancia, mientras con lentitud y distendida parsimonia la mar parece suspirar en rumoroso y blanco dibujo de espumas, llevando sólo una silenciosa canción en los bolsillos, ¿que más se necesita?.
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Desde luego el horizonte para ser infinito, nada.
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Vuelvo buscando el respiro de la sombra benéfica, por las calles donde el jazmín silencioso anuncia los caminos olvidados del ayer, en su aroma de misterio y noche. Hoy se vé cierto tráfico, pero no mucho más del infrecuente que habitualmente pasa. El cielo sigue construyendo una bóveda ligera de albos sueños erráticos y escasos, la mañana se enjoya de tibia claridad. El día tiene abierto para todos una inexpresable fascinación, un oculto regalo de paz callada.
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En la orilla, sobre la arena, apenas unas pocas personas. Fresca, no fría, opalescente, el agua desea quizá lograr añadir a su azul irisado un ligero matiz verde. Después de nadar un cierto tiempo, las fibras musculares deciden alegrarse, empiezan de callada a integrar en el ánimo una agradable y secreta complacencia, se recomienza a vivir con una unción distinta.

Es hoy el mediodía una evidente dicha, solo pide ojos que lo así lo adviertan.

Cuando termino el trabajo la tarde ha conseguido un océano de nubes que muestra orgullosa. Un levante sosegado se las ha ido trayendo con amabilidad discreta poco a poco. El parque se viste de oscuridad con más rapidez que otros días. Las calles se están iluminando, desvinculadas unas de otras, y en algunos lugares las sombras viven sin ellas saberlo sus últimos efímeros momentos.

Al llegar la noche la luna encuentra algunos huecos en el techo de nubes, por los que se asoma enigmática, rodeada de un halo evanescente y sutil.

Pero no tiene estrellas que la acompañen apenas.

Salvo las que caídas del cielo parecen, las que en el horizonte oculto en la negra lejanía señalizan a las barcas de pesca.




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martes, 27 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 27 Martes


Ni con uno ni con dos silbidos, la gata del fontanero del barrio no acude cundo la llamo. Pero cuando ya he andado veinte pasos y me encamino a las gestiones que hoy de mañana tengo pendientes, escucho sorprendido detrás mía su quedo maullido reclamando mi atención. Como su dueño hace días que no puede atender su negocio, procuro ayudar a la gata a salir del atolladero que le supone no tener alguna ración de comida de vez en cuando. Es una gata romana, larga, grande, viste calcetines blancos y tiene una pechera asimismo a juego, del mismo color que sus patitas, algo errática en su manera de ser, como te descuides hasta te atiza jugando un gañafón, pero lista como ella sola, y si tiene un buen día hasta cariñosa. La dejo disfrutar de su desayuno, mientras acudo a enzarzarme en combate papeleando un rato.

La mañana luce con casi calor y todo su sol cuando voy por la playa, con el mar detenido, apenas respirando con unas olas largas, lentas, que musitan su sorda letanía de murmullos calladamente sobre una orilla feliz y afortunada, sin nada que hacer, tumbada al desgaire, dormitando quizá todavía. Esos manchones blancos que alguna vez el cielo tuvo, ( ¿ nubes eran ?, - pregunta el cielo,- ¿ así se llamaban ? ), están olvidados y por algún remoto lugar han desaparecido.

Un suave y prolongado estío se hace dueño de todas las horas solares del día, sólo cuando cae la luz por la tarde, el otoño recupera algo de su arrumbado destino, la temperatura se hace más fresca y se necesita algo de abrigo. Pero entretanto, la mañana está desbordada de luminosidad. Empapados de sol y agua, los venturosos bañistas están absortos ante el azul interminable, sereno, abismal con el que hoy disputan la mar por un lado y por otro el cielo, intentando cada uno por su parte hacerlo más admirable y fascinante que su adversario.

El mediodía ha desaparecido, ni las palmeras lo encuentran, quizá esté paseando un rato, negligente, tranquilo, olvidado de todo y de sí mismo. Como no hay viento que pueda ir corriendo a encontrar al mediodía, el firmamento otea por todos lados buscándolo con su mirada abierta, infinita y profunda.

Al volver por la tarde, unos libros que compro me entretienen el tiempo suficiente y la noche llega mientras camino por la larga avenida que bordea al parque. Las ciudad muestra vanidosa y satisfecha sus luces, mientras el crepúsculo a mi espalda con los últimos amarillos sobre el azul postrero del día articula una paleta de verdes y aéreas aguas en el cielo.

En el puerto, sus balizas, sus luces, asomadas a la ensenada, se derraman como flamígeras cometas de reflejos en las coloidales, reclusas, oscuras aguas. En su espejo los navíos deliran viéndose mágicos y fantásticos, miríficos.





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lunes, 26 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 26 Lunes


El otoño parece haber hecho sus maletas y decidido irse buscando otro lugar menos soleado, donde pasear por misteriosos bosques de rojizo oro, algún rumoroso río recóndito bajo alguna montaña prisionera de la lluvia, o alguna ilimitada planicie donde el incontenible viento ulule sus lamentos sin nadie que le escuche. El verano ha venido hoy de nuevo como un turista más y se pasea tranquilamente a su aire por la ciudad y sus playas

Todo respira una inmovilidad casi absoluta, la indolente mañana totalmente entregada se deja seducir por el sol. De una dimensión casi irreal, sobrehumana, es la espléndida luz. Un afortunado y ligero velamen de nubosidad la matiza en ocasiones con suavidad, y mitiga el calor haciéndolo más afable.

El mar, sólo quizá existe.

La azul plateada extensión que se pierde en profundos cobaltos en la distancia está tan detenida, callada y quieta que parece haberse hecho parte del cielo, con unas ligeras y blancas nubecillas, de silenciosas espumas casi sin olas en la orilla.

Los bañistas viven en un asombro detenido y feliz, extendidos en escasa cuantía sobre las arenas rebosando de luz, dejando en ellas el color de sus toallas, la alegre simetría de sus sombrillas. También, tumbado y dormido hoy sobre la playa, está el tiempo. Ante la detenida inmensidad de su sueño, el mediodía pasa de puntillas en delicado silencio, bajo el abierto y luminoso arco del cielo.

Cuando voy hacia el trabajo, la ciudad respira relajadamente, gracias una templada brisa apenas perceptible. La atmósfera ofrece con limpia transparencia una expansiva sonrisa.

Como hay cambio horario, mi vuelta por el parque es a una hora en la que el crepúsculo se despide ya finalmente del día. En toda su extensión y desde todos lados las aves cantan, gorjean, trinan, silban. Una entrelazada mezcolanza sonora de vida, de belleza, de exuberantes impulsos, un ancestral cántico que desde la noche de los tiempos nos entrega su armonía.

La media luna de ayer hoy ha venido diligente, cuando aún no es de noche. Pero a poco en la bahía, comienzan al mismo tiempo a navegar tanto las sombras como las barcas de pesca derramando sus luces temblorosas en la lejanía.




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domingo, 25 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 25 Domingo


Con la facilidad más asequible, - solo el horizonte frente al sol no es nada -, el mar cede enteramente toda su extensión al irreal e iluminado amarillo que al astro rey precede, y éste nada más surgir, siempre asombroso y espléndido estallido de incontenible oro, derrama su largo brazo de fuego hasta llegar a la orilla de la playa, quizá, con alma de niño, queriendo alcanzar y curiosear el irisado tornasol del nácar de alguna concha por la mar allí perdida.

Sobre la ensenada abierta a los sueños del pasado y al infinito, el cielo se ha otorgado un magnífico añil lleno de vida, único. Quizá haya un inapreciable levante, indeciso, que deja al ilimitado mar dormir como un hermoso dios afortunado y tranquilo. Apenas alguna exigua ola alcanza susurrando la orilla.

El domingo siempre, somnoliento, silencioso, apacible, se levanta de la cama tarde. Aunque se demora en hacerlo nunca deja de tener un bonancible despertar pacífico.

No obstante, hoy el vacío inicial en la calle se llena con cierta vivacidad de humana afluencia. El día quiere ser como ayer, un verano otoñal tardío, y los bañistas se tienden desde temprana hora al sol alegre, la extensión de arenas recibe gozosa su color y presencia. A la izquierda, dos cruceros de dimensiones considerables, no cejan de enviar animados visitantes y turistas al paseo marítimo ya rebosando de luz y calor, sin ser éste excesivo.

Sin embargo es mejor bajar los toldos, buscar el acomodo de alguna semisombra para hacer confortable el interior de la casa y poder leer un rato, escribir quizá, dejar transcurrir la media mañana inicial del día. Un paseo ligero luego, y le llevo a Piratilla un poco de comida. No hace falta llamarla, hoy sale de su escondrijo apenas me siente fuera. Siempre feliz y ronroneante ante su desayuno, hoy un poco tardío.

El mediodía es luminoso, pero sin calor. Un reducido entramado de estratos altos, quietos, tamizan ligeramente en ocasiones la luz solar y la templan. El ausente viento consigue una sensación de afortunada calma que lo infiltra todo.

El agua está mecida con suave quietud por unas inaparentes olas de levante, anchas, ocultas, que parecen hacerla respirar en silencio. Hoy muestra un transparente tono verde por la radiación solar de los días pasados que ha logrado desarrollar en ella las microscópicas algas, vistiéndola con su cromatismo de eficaz clorofila. Bajo la entibiada superficie las aguas son frescas, pero no frías.

La tarde es un benéfico giro de algún molino de oración del que se derrama una beatitud interminable y lenta.

Hasta que precedida de un mágico ensueño de violáceo rojo se asoma novedosa y tierna una perfecta y equilibrada media luna.

En sus manos amables de suave claridad y sombra dejo el punto final de estas mis líneas ....... tuyas.




© Acuario 2009

sábado, 24 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 24 Sábado


Aunque no hay viento, el intenso azul profundo, casi con un matiz violáceo ha hecho suyo el cielo. El mar lo imita, ha perdido los verdes suaves, y tiene un cobalto rotundo, en una superficie literalmente laminada, no encuentra nada que entregar hoy a la orilla desconcertada, apenas una ola. De alguna casi inexistente, solo en ocasiones, se oye el murmullo suave , apagado y blanco sobre la arena, abriéndose paso como puede en el silencio de la mañana.

Las esporádicas en la ensenada, blancas velas de algún balandro, nunca logran remontar el vuelo, jamás se convierten en nubes que distraigan al astro rey y le hagan compañía. El sol ha asumido su soledad o su victoria.

Si ayer parecía primavera, hoy, ya desde las primeras horas, este final de octubre finge ser jornada de estío. Dos días de sol seguidos son capaces en este sur andaluz de engañarnos.

Gracias a su escasez el tráfico rodado está acallado lo que concede una sensación de reposo y sosiego a los casi numerosos peatones en el camino. Hay muchos aficionados a pasear lindando la costa y hoy me he levantado algo tarde, es cercano el mediodía y hay animación en el paseo marítimo, lleno y completo de luz y sal.

Al volver cedo el calor y el fuego solar para quien lo desee, y me sumerjo en la fresca sombra del dédalo de calles casi vacías más allá del trazado del litoral. Hay un vendedor ambulante de flores, que expone sus pequeñas maravillas de color y belleza en una esquina del barrio. ¿Como nó comprarle al menos una vara de florecido y perfumado nardo?

Mientras ahora escribo, la tarde comienza o lo intenta, apenas nada se mueve. Sólo parece hacerlo el aroma envolvente y profundo de esta humilde y blanca flor.
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Un poco por el calor que hace y otro por despedirme del verano, bajo a nadar un rato. El agua sin oleaje, en calma, traslúcida, está entibiada en la superficie, y bajo ésta, fresca y agradable. Después de un rato nadando, me seco al sol tras una ducha para quitarme la sal. El ejercicio me regala un suave bienestar físico, los músculos me lo agradecen toda la tarde y me instalo en un humor excelente. Un poco de té, y la música de cámara de Ligeti, de Peter Sculthorpe en Radio Clásica, nunca se consigue la perfección pero hay momentos que te acercan a ella.

La luz decae con una suave dilación inaparente, ganando una nobleza tranquila, regalando una dorada seda con su última mirada, despidiéndose melancólica de todas las cosas. El mar expectante muestra rios de plata detenida, reflejos sobre el agua.
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Sin apenas advertirlo nadie la noche ha llegado presumiendo con su anillo de oscura ágata. Una media luna, un diente de ajo sobre la cristalina negrura, algunas estrellas palpitando a su lado. Eso es bastante para la noche, pero el puerto y la ciudad la obsequian generosos con un torrente de luces a un lado y otro de la bahía.



© Acuario 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 23 Viernes


No abre la mañana hoy el sol, la desborda. Ante él, solo es desnudez doblegada el vacío firmamento, sin una sola nube, las gaviotas no logran vestirlo con el sucinto ensueño de su blanco vuelo.

El viento norte, cristalino, ha hecho suya la madrugada, ha traído el galvánico añil resplandeciente para agasajar al cielo. Sobreabundante y torrencial, casi un vendaval, ha seducido con sus enigmáticas voces y siseos a la ciudad y la ha envuelto con el líquido grial del aliento de un aire de ilimitada transparencia, lleno de la dormida resonancia vegetal de las montañas que envuelven a la urbe.

Tras las lluvias caidas ayer, la luz en plena explosión de la mañana hace hoy exultar a las palmeras de gozo. La arena en el camino tiene un aire rejuvenecido. La mañana es agradable, el calor solar y el septentrión soplando se mezclan en combinación grata y equilibrada, ni hace calor ni frío. Si tuviera que creerme lo que pienso, diría que todo el mundo dispone hoy de un tono vital positivo.

El mediodía es la apoteosis completa para una playa radiante, soleada, con un mar sereno, sin olas, sosegado, reluciente como un diáfano zafiro fluido, esmaltado de miles de lucientes reflejos y húmedas estrellas llenas de vida, parpadeando bajo el sol único.

Sólo al iniciarse la tarde, rola el viento a poniente, y las palmeras cobran despeinadas una vida de agitación contenida en tanto que las aguas se visten de un suave verdeazul turquesa. En el rompeolas de levante hay atracado un gran velero de cinco palos, moderno, de automatizado velamen, blanco marfil, que exhibe tranquila complacencia y serenidad altiva.
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Cuando finalizo el trabajo, vuelvo buscando el sol de la tarde. Bajo los altos álamos conozco donde habita una familia de minúsculos ratoncitos. Con unas migajas de pan se asoman entre las poderosas raices, olisqueando con un punto negro brillante y móvil que es su nariz. Curiosamente veo una miguita que sube y baja, y resulta ser una porfía por hacerse con ella entre dos de los más chicos, más pequeños que un meñique, cada uno agarrado a la misma miga y tirando de ella.

En el parque, la última luz es oro licuado, derramándose sobre la arboleda le dá una magia de atractiva esmeralda.

La noche surge con silenciosa presteza. Un alargado petrolero sale del puerto en la oscuridad más completa con su larga gusanera de luces señalando las amuras, mientras la luna, una raja de melón sobre las sombras, detenidamente lo observa.

Quizá extrañada cree ver, - eso parece -, un trozo de muelle, con su linea de farolas señalizándolo, que de improviso se ha soltado y flotando se aleja.



© Acuario 2009

jueves, 22 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 22 Jueves


Enmarcado entre bien desarrolladas nubes el sol apenas encuentra hueco para esparcir su luz y su refulgente mirada sobre las aguas, hoy nerviosas, con un oleaje ligero de poniente. Pero cuando se abren los movedizos y blancuzcos nimbos, el mar respira un instante empíreo, un celestial momento de viva y radiante luminiscencia. La playa se ha resignado a su desamparo y abandono, solo acompañada por la inquieta línea de móviles espumas en la orilla.

Una ligera lluvia que apenas ha dejado unas gotas en el camino inicia el día. Las palmeras rotas por la ventisca de ayer han sido retiradas, su ausencia deja un hueco de oculta añoranza entre sus colindantes y aún enhiestas vecinas. Los porfiados tocones se han quedado plantados en la arena intentando comprender lo sucedido. La máquina limpiarenas que pasa a su lado intenta contarlo pero su ruidoso y oxidado lenguaje impreciso se pierde tras ella que sigue adelante sin pararse y detallarlo

Cuando termino mi diaria compra salgo a la calle y un alegre chaparrón que comienza me dá la bienvenida. Nos hacemos amigos en seguida, bajo mi ancho paraguas veo bullir a los charcos de vida. Las gotas de lluvia que en ellos caen forman instantáneos y pequeños circulos que se esconden tan rápidamente como se expanden en la superficie del aguazal. En el largo y extenso paseo peatonal de vuelta, nos hemos quedado solos, el camino, el feliz aguacero, las palmeras y yo.

En la lejanía la tranquila precipitación extiende un tenue velo oscureciendo las distancias, difuminando el horizonte. Por toda la extensión marina, verde ceniza agitada, se ve un matiz deslustrado, una esmeril movilidad debida a las salpicaduras que le llueven incesantes encima.
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Empero al mediodía todo ha acabado, el sol entreabre los cielos, el mar se viste de todos los colores, a la salida de las torrenteras ambarino y verde, turquesa cercano en la orilla, bajo las nubes profundos y oscuros azules, y otros luminosos y eléctricos, casi nuevos, cuando la brillante luz solar cae sin límites sobre la bahía.
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A las horas inicales de la tarde, todo es luz, unos nimbos diáfanos, níveos, asombrados acompañan al astro de fuego. En la playa, sobre una cálida arena limpia y nueva, media docena escasa de afortunados bañistas, inmersos en el goce, fascinados y diluidos hasta el arrobamiento en el acogedor abrazo solar.

Aunque impetuoso cuando acudo al trabajo, el fuerte viento norte es templado. Una primavera otoñal sedosa y bonancible respira la ciudad. Sobre ésta, el aire y el cielo vibran felices en sutil armonía.
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Por los pequeños senderillos del parque, en sus lindes, bajo los bancos, donde nadie los pisa, hay pequeños paños de verde musgo que han resurgido con nuevos bríos y verde aspecto gracias al abundante remojo de esta mañana. Toda la vegetación tiene sus hojas acicaladas, exultantes. El macizo vegetal está dichoso, ronroneando en silencio, mecido por el persistente aire.

En la ensenada marina, las gaviotas se han asentado flotando tranquilas sobre la superficie, dejando sus blancos racimos de puntos entre los azules plateados de las al fin, quietas y sosegadas aguas, que casi de inmediato el crepúsculo torna en alucinados rosas, en fascinantes violetas desde el ahora abierto cielo.

Hoy de seguro la noche vendrá presumida con su chal de negra seda rebosando rutilantes estrellas.




© Acuario 2009

miércoles, 21 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 21 Miércoles


Al friso de la medianoche ayer, advino la lluvia, tormentosa, acompañada de un huracanado ventarrón que precipitó en recia horizontalidad la abundante cortina de agua que caía. No duró mucho, no obstante. Hoy, al alba, el sol regalaba tenues cremas y amarillentos matices a una harapienta camiseta de escasos jirones de nubes que el cielo sacaba de su armario. Pero a lo largo de la mañana, el firmamento se fué vistiendo con una más elegante camisa de nubosidad bien completa, y poco a poco, al mediodía, luce ya un perfecto traje bien dibujado y denso de cúmulos y nimbos de suaves tonalidades.

Con el aguacero caido, las arenas de la playa exhiben un aspecto nuevo, como quizá tuvieron en la mañana de la creación primigenia. Su soledad raya en lo mayestático, tan apolínea que vive ensimismada en su belleza.

Los charcos conceden en sus espejos una inverosímil hermosura a las ya presumidas palmeras. Para algunas, la fuerza de la ventisca arremolinada ha tenido fatales consecuencias. El tupido penacho de dos de ellas han sido tronchados y abatidos sobre el camino más arriba de la orilla marina. Las caidas palmeras con sus dátiles, ostentan un porte fresco y vivo por el agua recibida, desconocen alegres que viven sus momentos últimos. Mejor es dejarlas ignorantes y felices, sin nada decirles.

En las primeras horas de la tarde el sol ha conseguido aunque de forma incompleta abrir el día. A veces se vela, otras regala su luz sobre la mar calmada, llenándola de reflejos y estrellas doradas que palpitan vivazmente. Las aguas tienen hoy azules, grises, cremas, verdes, según se cierren o entornen los cielos sobre ellas. Apenas una brisa inaparente e imprecisa de ignota dirección hace estremecer la superficie marina.
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Cuando voy hacia el trabajo veo a la ciudad estrenando ufana calles y aceras, limpias por el chubasco de ayer. El aire asimismo dispone de una cualidad radiante, distinta, renovada. A la vuelta, cuando camino lindante a la rada del puerto diviso en lontananza la lejanía azulada de los montes que enmarcan la bahía por su derecha. Las grises nubes han hecho suya la cima, escondidas así las cuspides parecen haber espigado y crecido.

Termina el día, y pese al roto y fragmentario celaje nuboso, - en su base iluminado por los reflejos de la ciudad en salmón o naranja pálido -, la noche se presenta sin luna ni estrellas.

Pero con ágil amabilidad, los aviones que despegan del cercano aeródromo prestan a las sombras con sus luminosas balizas una alegre y festiva intermitencia de luceros traviesos.



© Acuario 2009

martes, 20 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 20 Martes


Le es imposible ocultarse tras un escaso celaje de nubes al sol, la humedad condensada sobre las aguas en el horizonte le insufla nuevos fuegos, dándole al dorado astro una ficticia y enorme desmesura. A poco nuevos refuerzos nubosos logran medio encubrirlo, algunos nimbos deshechos que acuden a formar ellos también parte del alba. La inicial mañana se dulcifica asimismo con un cielo blanquecino, bajo él la nubosidad construye sus amarillentas cometas, juega con delirantes castillos en el aire.

El lángido sosiego del mar ofrece generoso del firmamento su mágico y hoy pálido y blanquecino azul, una acuosidad argéntica reviste a las coloidales y adormecidas olas. No parece apreciarse ni siquiera una reducida brisa.

Sobre el paseo hay miles de pequeños dátiles negruzcos que de la poda de las palmeras han caído, sus huesos hacen inestable el paso, su aceitosa pulpa se extiende pegajosa en el camino.
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Protegidos tras el rompeolas de levante, tres enormes cruceros. De uno de ellos, una escasa columna de humo se eleva recta y precisa, sólo al adquirir cierta altura se inclina sutil denunciando el sentido del carente e inapreciable viento, hoy sureste.
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El mediodía apenas puede deshacerse de su techo de nubes, una confusa luz solar intenta dibujar débiles sombras. La playa emerge desde una desolada añoranza, nadie en la orilla vacía y apagada.

Comienza a tomar densidad sobre la ciudad un gris poderoso y bien perfilado, el aire de nuevo dubitativo no toma dirección alguna, quizá él también abatido de ánimo y sin brío, frente a una tarde meláncolica e indefinida.
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Cuando vuelvo, el mar se ha revestido de un aspecto metálico, verde y plomizo azul, con un parvo oleaje inquieto, bajo una algo más animada ahora brisa de levante. No se ha descargado precipitación alguna, con celeridad las nubes comienzan a apagarse y tomar un aspecto sombrío, el día finaliza.

En la calle, desatendidos por los viandantes, olvidados y desoidos, los gorriones, los mirlos, proclaman con sus trinos las luces del paraiso.



© Acuario 2009



lunes, 19 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 19 Lunes


Desde primeras horas el sol oculto se divierte en arrebolar los perfiles de las abundantes nubes que danzan silenciosas frente a él, algunas sobre la lontananza del horizonte marino derramando las acuosas líneas de la lluvia. En la playa ausente, el mar no encuentra a nadie. Las contenidas olas abaten sus espumas con cierta melancólica nostalgia bajo la mitigada luz sumisa. Un débil viento sur acude sin ganas.

Pese a todo, la ciudad se estremece en actividad diligente, con la celeridad que la embriaga, haciendo de la prisa su ley. A un lado del paseo el tráfico continuo, al otro la lenta inmovilidad del dormido confín de nubes, que sueñan deslizándose sobre un mar apenas estremecido, de infinita ceniza azulada.

Vuelvo hoy despues de hacer la compra por un dédalo de pequeñas calles medio ocultas, abandonadas y sin apremios de vehículos. Solo mis pasos intentan ocuparlas. Hay algunos jardincillos, de los que sobresale derramándose un bien crecido jazminero. Sus diminutas y níveas flores caídas llenan la acera, mientras la sutil fragancia que emanan acaricia la soledad del camino.

Más allá, los crecidos álamos, las yucas, las palmeras, los enormes ficus, los sauces, parecen esperar en silencio y pacientes, bajo la suave claridad nubosa, la tan deseada por ellos benéfica lluvia.
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Empero hacia el mediodía el sol abonanza el firmamento, su calor y su luz se animan a darse un chapuzón, las arenas cobran nueva vida, los escasos bañistas que han logrado vencer al desaliento hacen suya la feliz abundancia luminosa, las aguas ganan un verde abierto en la orilla, y un azul profundo en las aguas de la bahía.

La tarde dominada por la desenvuelta claridad solar, recibe la inquieta y bulliciosa brisa marina, un sureste fresco y ufano, que atempera la ciudad y su entorno.
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Cuando salgo del trabajo, a considerable altura, por encima de las azoteas de los edificios, vuelan planeando ingrávidas las gaviotas. Sobre ellas el cielo se ha velado apenas con un entramado escaso de nubes altas y estáticas. En el puerto, tras la arboleda de mástiles ligeramente oscilante de los balandros el ocaso tiñe los cirros de un marfil manchado de rosa.

La noche es siempre bienvenida, invitada por los cantarines mirlos acude tan de prisa que se ha olvidado la luna.



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domingo, 18 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 18 Domingo


Desde el inalcanzable naranja extendido por encima del confín de las aguas, al inasible limón amarillo, el horizonte sin nubes recibe al ojo de fuego, cíclope eterno de luz, carbón encendido del sol que asoma su sanguina mirada, llevando hasta la orilla su ardiente lava reverberando sobre el agua, nace el día.

La mar detenida y el viento inmóvil, la playa rebosa de vacío. La quieta superficie de la bahía se baña en argentado azul. Hay dos o tres navíos durmiendo abrazados a la distancia, esperando despertar todavía. Sobre la ciudad, a sus espaldas, intenta ser añil el cielo, mientras extiende un sedoso celeste iluminado sobre el piélago marino.

Hoy la mañana es ligeramente fresca, el sol se agradece. Más que con insomnes peatones, la desmantelada soledad de las calles se llena sobre todo de incombustibles corredores y afanados deportistas. En la playa, la orilla silenciosa e inerme, desprovista de olas todavía sueña. Sobre el caldeado sendero de arenas, sin aire que las meza, las palmeras simulan ser altivas y contundentes arquitecturas.

El mediodía parece eterno. Apenas nada se ha movido, ni el mar, ni el aire, sólo de vez en cuando pasan los coches de caballos, llevando el acompasado golpeteo de sus cascos recorriendo pausadamente la calle. La playa es toda del sol, los bañistas y la arena se han fundido en feliz y única amalgama. En parejas las palomas vuelan para bañarse en los charcos que alrededor de las duchas se han formado.

Una tarde dorada y cálida comienza. En la lejanía, entre la oxidada herrumbre flotante, entre las ocres y metálicas quillas de los navíos, surca la bahía el blanco grácil de una vela. El mar dibuja celestes meandros en el cobalto líquido de sus aguas.

El crepúsculo es solo un pretexto infinito para el suave viento sur, que esboza diminutas filigranas de blanca espuma sobre las reducidas olas, mientras éstas acuden de su mano a la orilla, empapada ahora de incesantes murmullos.

A través de su oculta salmodia acallada en la distancia, en su secreto cántico, se enredan los ecos dormidos y rebeldes de la voz única.

Que incesante se ofrenda y en tu palabra se hace tuya.




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sábado, 17 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 17 Sábado


Luego de esgrimir una espátula de colores, - rojizos sutiles, leves amarillos y naranjas -, enfrascado en su juego pictórico con las inestables y movedizas nubes que la mañana trajo a un lado de la bahía, el sol ha abierto por completo el firmamento para solo él, único señor sobre el mar y el cielo.

Apenas como pueden escondidas, a uno y otro lado de la ensenada abierta al mediterráneo, sobre los montes que la enmarcan, han quedado unas resignadas nubes cremosas de perfiles imprecisos.

El viento de levante ha devuelto la vida a las aguas, el oleaje alegre y desordenado rezonga y reclama la orilla. El azul terminante del mar se inunda de miles de reflejos que palpitan, de líquido metal bullente. En las aguas hierven doradas estrellas de oro y plata que el sol regala.

Entre el calor y el animado aire, la playa se mece adormecida. Los bañistas se han diluido en el sueño de sus mentes, solo quedan sus cuerpos, toallas y sombrillas salpicando de color la arena calcinada de luz, la espaciosa ribera marina.

Del puerto sale primero despacio un crucero, una planeadora. Fuera ya de la dársena, a toda máquina. Con la velocidad adquirida eleva el casco sobre las aguas, y surca en un momento la bahía. Dejando atrás una curiosa bandera propia, negro arriba, blanco abajo. El blanco de la espuma de sus propulsores, y por la chimenea de sus motores una oscura fumarola.

Al principio de la tarde amaina el aire, torna a brisa ligera y amable. El rumor de la olas en la playa se hace más comedido, el sol concede sus cálidos favores y nadie logra recordar que el verano terminó ya hace tiempo. Las horas transcurren bajo una calma lenta, propicia, iluminada.

En un dorado ensueño declina lentamente la luz, el mar se agota, cede la aérea corriente que insuflaba empuje a sus olas y las aguas se calman. Algunos pescadores, - dicen que los peces con el levante entran y se acercan a la orilla -, han echado sus cañas, han lanzado sus sedales, a la espera, con atento y expectante mutismo.

Lentamente la mar con sus murmullos, con los ocultos perfiles de sus secretas voces va trasminando su silencio.




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viernes, 16 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 16 Viernes


Desde primeras horas del amanecer, el sol irrumpe de vez en cuando, entre los suaves ocres rojos y los cremosos amarillos, de un incompleto abigarramiento de movedizas y desenvueltas nubes. El horizonte último sin ellas, es una franja anaranjada que enmarca el oscurecido y quieto azul dormido del mar.

Con el estático e inexistente viento, la superficie laminada de las aguas va ganado luminosidad, pero permanece inmóvil, sin olas, inerte. Es ya la mitad de la mañana, cuando a toda la nubosidad del cielo, hace desaparecer con extraño sortilegio, en su chistera de incendio y fuego el sol. Al día lo hace totalmente suyo, vuelve a jugar con las sombras y escribir con ellas su lenguaje de calor y misterio. Sólo en los azules montes, como pueden sobre ellos encaramados, siempre orgullosos con sus volutas de blancos enfáticos y altivos, algunos nimbos hay allí prendidos.

Hoy están podando las palmas agostadas y vencidas de las palmeras. Subido a un brazo articulado el operario maneja una sierra mecánica, dejando caer al suelo la seca vegetación, y tambien la no tan seca. Se abaten asimismo palmas verdes y espléndidas, como quien en la peluquería para que le dure el pelado se hace cortar al cero.

Hacia el mediodía acudo a bañarme a la solitaria playa, apenas una veintena de personas en un litoral de muchos y sobrados centenares de metros. Fresca, entibiada y sin oleaje, ligeramente traslúcida, palpitando con diminutas y móviles estrías, verde con un matiz de ceniza azulada se encuentra el agua. Reluce con un manto de brillos, bajo el sol cálido e íntegro con un tenue cromatismo dorado.

Cuando principia la tarde, se inicia un viento de levante, que mueve espumas y olas nerviosas, pequeñas pero rápidas hacia la orilla. Por encima de la ribera se extiende el atezado y claro tapiz del arenal seco, que muestra las líneas que deja el rastrillo de la máquina de limpieza marcadas, asi como el rosario de pisadas, estrellas de cuatro puntas, de las palomas que lo recorren andando.

La tarde va finalizando mientras vuelvo del trabajo por las calles apenas transitadas del centro, cerca del puerto. Su trazado es de vias rectangulares, se cruzan perpendiculares unas a otras. Algunos de sus edificios conservan aún los estucados y adornos en sus balcones, las cenefas florales con caras asomándose alrededor de sus ventanas. Son casas de estilo modernista de principios del pasado siglo. El tiempo las ha dejado olvidadas, bajo un aspecto desolado y vencido, imaginando pretéritos irrecuperables y distintos.

El cielo se despide vacío, blanquecino que torna poco a poco a gris cada vez más intenso. A la playa continuan llegando inquietas pero reducidas olas. Movidas por el levante que persiste animoso. El horizonte oscurece de prisa, deja solo cuatro o cinco luces perdidas en la distancia, como caidas estrellas de un cielo sin luna, todo sombra y negrura.

El mar apenas murmura, oculto, cansado, quizá sueña imposibles también él mismo



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jueves, 15 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 15 Jueves


El sol espera oculto bajo el horizonte que la mañana le entrege completa la dorada luz del alba, el mar se viste de oro y calla. Apenas alguna ola murmura en la orilla. El viento apagado y quieto. Sobre la desnuda y solitaria playa solo la quejumbrosa máquina que limpia la arena, de un lado a otro, con sus faros encendidos como ojos de luz insomne, arrastrando sus metálicos ruidos y lamentos desde la oscura madrugada. Una mínima luna, escasa y delgada raja de melón, se ha quedado olvidada y ya sin estrellas en un cielo vacío. Hoy el firmamento no encuentra nubes en las que reclinarse y echar su última cabezada.

Con la tostada y el café tras una ducha tengo ya la cuerda dada. O las pilas puestas, que ahora los artilugios mecánicos no tienen resortes, ni espirales, ni muelles a los que dar tensión y energía. El camino y la calle siempre tienen las puertas abiertas, hoy soleadas bajo una mañana agradablemente fresca. Los aportes de arena a la playa continuan, y también en el camino los riegos sobre la arena y tierra asentándolas, medio enfangándolo todo además. La gata en su habitáculo como ayer, o asustada o dormida, no sale cuando se la llama. Pienso seriamente en cambiarle el nombre y llamarla Cobardilla.

Como el viento hoy no levanta cabeza, nada se mueve. Las palmeras aparecen inmóviles, descansando al fin, con una serenidad insólita en ellas. El cielo quiere ser añil, pero solo consigue un bello azul eléctrico, que hace suyo todo el espacio aéreo, nada se le opone. Una gaviota solitaria volando lo intenta, pero desiste ante la inmensidad del victorioso infinito.
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En la playa, apenas docena y media de bañistas asoleándose, frente a unas adormecidas aguas. Solo un ligero temblor recorre inquieto la superficie, con un opalescente turquesa que ansía ser verde, en ocasiones parece respirar elevándose pausadamente. Quizá fresca, no fría, permite nadar un buen rato. El calor del sol al mediodía ayuda a secarse bien luego.

La tarde es dorada y dulce como uva de otoño. La ciudad se entrega a su luz desenvuelta y cálida, bajo un cielo con todos sus caminos abiertos al azul que los recorre evasivo.
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Todavía en sus últimas horas, cuando vuelvo, resplandece el día. Con unas migas acuden, al verlas, las palomas. Su sencillez abierta, su candor animal me envuelve mientras bulliciosas rivalizan por conseguirlas, ante el banco en que me he sentado en el parque. Al otro lado, tras una larga verja el puerto, y más allá a su entrada el blanco faro, por último el mar.

Que se llena finalmente de platas azuladas y diversas, mientras el crepúsculo regala sus efímeros violetas y rosas. Los mirlos ocultos, anuncian el fin del día con sus heterogéneos silbos .

La noche respira de forma intangible, mientras en las sombras la mar se adormece con una calma oculta, indefinible, distinta.



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miércoles, 14 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 14 Miércoles


Sobre el cielo de la mañana, limpio cristal abierto, el sol se desliza a sus anchas, ni una nube sale a recibirlo. A la orilla de la playa acuden lentas, espaciadas, continuas olas de levante, que extienden sus espumas y su rumor húmedo y profundo, cadenciosamente. El mar parece entregado a un oscuro e inexplicable monólogo consigo mismo, la arena calla escuchándole. Hay una ligera brisa de tierra al comienzo del día que rola luego a poniente suave. Todo es luz.

Hoy por la vía de servicio de la playa llevando aportes de arena suben y bajan camiones, alguno regando el camino, asentando las arenas con agua y reafirmándolas para facilitar el paso de los transportes. Con todo ese trajín y ruido, ni las palomas se atreven a pasear hoy a la rebusca y no hay quién haga salir a la miedosa Piratilla de su escondrijo, por más que se la llame con silbidos. Le dejo un poco de comida dentro y continúo andando. Si tuviera que dedicarse realmente a la piratería esta gata cobardica no se comía una rosca.

A la vuelta, en el paseo las palmeras alegres se bañan de sol. Hay la habitual animación, corredores, peatones a su aire, ciclistas, patinadores, canes y amos, algún barrendero, y no faltan turistas deslumbrados y casi levitando de satisfacción, inundados por la claridad suave y agradable de la soleada mañana.
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El pertinaz mediodía insiste en seguir ofreciendo una luminosidad sin límites. Mientras, indiferente dentro su propia ausencia, extiende su cobalto en la distancia el mar, en tanto que verdes y azules se mezclan jugando en la cercanía de la costa. En la orilla batida cada vez más por las níveas espumas las aguas son ambarinas, densas y turbias.

A primeras horas de la tarde sobre la atezada esmeralda de los pinos, en las cercanas alturas detrás de los edificios, el firmamento es añil casi. Solo hay algunos jirones de nubosidad enganchados en lo más alto de la torre de la catedral, rotos y deshechos por la veleta solitaria en el cielo.

Al volver del trabajo paso por el parque, las plantas en su olvidado mundo muestran sus perfiles en el claroscuro de los últimos rayos solares. Con sus nuevos brotes, de un joven verde claro, la abundante hiedra intenta alcanzar altura subiendo por los troncos de los arboles y de las palmeras.

En la ensenada el oleaje ha disminuido, el mar tiene un aire agotado, murmura con lenta parsimonia mientras el cielo le regala su postrero cromatismo.

Acude silenciosa una cerrada noche sin luna, que las estrellas se adueñan.

Extraviado en la distancia y las sombras hay algún navío escondido, pero siempre, - el no lo sabe -, sus luces le delatan.



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martes, 13 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO


OCTUBRE 13 Martes


Con torva y oscura mirada asoman las nubes sobre los montes a la izquierda de la bahía desde primeras horas de la mañana.

Amenazas que me obligan a proveerme de un paraguas para iniciar el diario camino bajo una luz mortecina, el mar sin olas, apagado y quieto. Hay algún claro en la distancia en el techo cerrado del cielo, por la que el sol derrama su potente luminaria sobre el mar, solo entonces allí bajo su mirada reviven las aguas mortecinas, acotadas en el foco de su torrente de luz.

Como es sabido, nunca llueve si se coge el paraguas. Así pues tras la salida de mi habitual compra, a la vista de mi artilugio portátil han huido las amenazas de precipitación, y éste se me convierte en un trasto simpático pero inútil entre las manos.

El firmamento ha suspendido operaciones de lluvia, y se deslizan unas nubes blanquecinas y algodonosas sobre el mediterráneo dejándole una superficie de una tersura luminosa, con un suave gris perla iridiscente.

A media mañana, todo ha cesado, un ligero levante comienza a estremecer la tranquilidad de las aguas, el sol se adueña de sus espacios propios, la playa ofrece sonriente su reposada soledad a los escasos bañistas. Solo unos hermosos nimbos enfáticos y ampulosos coronan con su falaz nieve las montañas que se asoman sobre la bahía.

El agua es de un verde opalino y cobre, translúcida y fresca, la superficie picada y ligeramente nerviosa por el viento, con unas alegres y pequeñas olas que dibujan un blanco espumeante y móvil en la evanescente orilla.

Mientras, entibiado por la brisa, ayuda a secarse luego el calor solar. En su atemperada relajación todo parece detenerse, tiempo, y pensamiento si todavía queda alguno.

La tarde es abierta, limpia, luminosa. Al volver después del trabajo por el parque el sol parece pasear conmigo, entrando por los caminos de tierra, jugando caprichoso a deshacer las escondidas sombras.

Se termina el día, y el crepúsculo se llena de nuevo de nubes y nimbos, que comienzan a oscurecerse lentos y dormidos, tras relumbrar por instantes con algunos rosas imprecisos, con un azafrán amarillento y fugitivo.

La noche llega arrastrando, por la orilla del mar, un tumulto sonoro de olas de levante, que interpelan sin descanso al silencio.

Pero la respuesta se la lleva entre las sombras el viento.




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lunes, 12 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 12 Lunes


Como hoy es festivo, la dorada soledad del astro de la mañana no encuentra a nadie.

La playa palpita lentamente dentro de su vacío. Bajo el signo de una sosegada mansedumbre el mar revive, y de nuevo algunas olas entrega complacido a la arena solitaria. No hay más que su manso murmullo conversando con el sol apenas creciente. El cielo limpio.

Por el terroso camino, a medias tierra y arena, en el que culmina la playa bajo el paseo peatonal de palmeras, suben y bajan, grupos variopintos de atletas a la carrera, incesantes, asperjando su contagiosa alegría, provocando quizá cierta asombrada envidia a las inmóviles y calcinadas datileras.

En el silencio iluminado, marfíl aéreo de la mañana, a la entrada del puerto un crucero detenido, espera.

El horizonte aún duerme en la distancia, neblinoso e impreciso.

Cuando bajo a la calle el sol aprieta. Hace un medio verano atrevido al que saludan alegremente las dicharacheras cotorritas, encaramadas en las palmas indolentes y detenidas. No hace viento, apenas una inexistente brisa del este acude para, inútilmente, atemperar el progresivo calor matinal. El tiempo nos ofrenda un otoñal estío.

De su agujero en el muro no sale, tal como ayer, la gata Piratilla cuando la llamo. Tiene la costumbre de dormir de día, y si me retraso termina amodorrándose dentro de su seguro refugio en feliz ausencia. Le dejo algo de comida, y vuelvo de mi paseo buscando la sombra en las calles aledañas al mar.

Los altos álamos tras su poda de otros días tienen un aire cariacontecido. Hay pocos peatones, las calles desocupadas intentan aparentar ser más grandes. La mañana descansa en una vacía dimensión tranquila y recogida.

A primeras horas de la tarde llena de luz, con las arenas ya bien caldeadas, acudo a nadar un rato. El mar parece respirar adormecido, late con unas ondas tenues, lentas y elongadas, en una calma conmovedora y turquesa, de una tibieza translúcida ligeramente fresca. Invita a confiarse en su líquido abrazo lleno de vida.

Tras quitada la sal con la ducha, la luz cálida y ambarina del sol acude solícita, con un templado y acogedor acierto.

La tarde es un meandro detenido del flujo del tiempo. El murmullo de la escasa rompiente de olas la arrulla.

Con una lentitud inapreciable la claridad va menguando silenciosa, ensombreciéndose bajo un cielo que se llena de un último color violeta. La bahía comienza a brillar de reflejos y luces. Alguna impaciente estrella se asoma



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domingo, 11 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 11 Domingo




Desde una iluminada cualidad lactescente la mañana ofrece su fresca brisa de levante bajo un dosel de algodonosas nubes indefinidas que dejan gravitar una luz pálida, de imperceptible marfil.

El mar está literalmente desaparecido, totalmente blanquecino, invadido por la tranquila suavidad del cielo. Es tan incierto, inexistente e impreciso el horizonte que en él los buques, en su distancia, parecen flotar en el mismo aire, confuso y níveo.

La playa acoge una abundante presencia humana sobrecogida en la paz inenarrable que ofrece el día, la arena calla, el mar duerme soñando con las olas que alguna vez tuvo otrora.

Las nubes acaban ingeniando un panel único de claridad difusa, que el sol a media mañana casi logra atravesar en ocasiones, ofreciendo así entonces su tibia caricia, regalando leves sombras a las palmeras dormitando todavía.

Hoy se toma la decisión de almorzar en la playa, ensalada de pimientos asados y espetos de sardinas, alguna fritura y algo de cerveza. Las palomas entretanto recorren atrevidas el chiringuito de un lado a otro debajo de las mesas, buscando alguna miga de pan, en ocasiones disputando entre ellas. Algún niño intenta en ocasiones cogerlas.

Las primeras horas de la tarde son soleadas, agradables. En sol ha conseguido abrir la nubosidad casi por completo, sólo persiste un leve y uniforme, mínimo tapiz de vaho neblinoso que le da al cielo un tono de azul blancuzco.

Aprovecho esas horas de calor y decido nadar un rato. El agua tiene una superficie cálida, sin olas se ha entibiado durante el día, por debajo es fresca, agradable, tierna. Se ofrece a los escasos bañistas con un suave verde azulado, translúcida, callada y quieta.

La tarde finaliza totalmente despejada, solo la humedad del aire confiere a todas las distancias un imperceptible velo, al que el sol cada vez más ausente va dejándole sus más tiernos malvas, sus ensoñadores rosas.

El día acaba, en la calle algunos transeúntes dejan caer sus pasos indolentes, inundados de la calma del crepúsculo tan cercano como infinito.



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sábado, 10 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 10 Sábado




Desenvuelto y con tranquila resolución abre el sol las puertas del día. Un enorme manto dorado sobre el horizonte, con el que viste su desnudez de fuego, le otorga la humedad del mar. Las aguas se incendian solo con su mirada, las orillas están dormidas, sin oleaje alguno, en un silente letargo de luminosa seda.


Hoy los mirlos, tras su habitual polémica canora, se han puesto de acuerdo, se han callado. La mañana los observa con un punto de sorpresa, ligeramente asombrada.

Estos días iniciales de octubre son muy parecidos unos a otros en su comienzo, calurosos sin exceso, la mar en calma, el cielo sin nubes o apenas alguna, el viento quieto.

Parecen los rubios hermanos gemelos de una nórdica familia numerosa que ha venido de atrasado veraneo.

Dando hoy un poco más de vueltas, mi camino pasa hoy por la estafeta de correos, y luego bajo los altos álamos del antiguo edificio que fué audiencia provincial. Están podando sus ramas bajas, que cruzan casi al otro lado de las calles que se encuentran a su alrededor.

Las brazadas de hojas, los troncos cortados, por el suelo, tienen un aspecto de estoica desesperanza resignada.

Cuando vuelvo, en la distancia inmóvil de las aguas, con una parsimonia inenarrable un crucero enfila la entrada del puerto, a su lado, la barcaza del práctico lo escolta.

El mar aún no se ha despertado, no hay olas, Neptuno se ha olvidado de traerlas.

Hoy la playa está bien animada, los bañistas han vuelto a llenar de color la arena con sus alegres toallas y sombrillas. Los vendedores de refrescos vuelven a acordarse de nosotros, sus pregones andan de un lado a otro.

El mar es una extensión quieta, de una tibia superficie, bajo ésta, el agua es solo ligeramente fresca. Nadar es abandonarse en su agradable caricia. Incluso llega a adormecerte después de un tiempo braceando distraida y relajadamente.

Sobre el cielo, unas ligeras nubes deshechas, apenas velan el calor solar, haciéndolo aún más amable y benigno.

La tarde diseña un horizonte de media bruma, de líneas que encubren el límite de las aguas y se superponen en un pálido cromatismo, donde semiocultos los detenidos navíos esperan quizá volver a la vida y surcar los imposibles caminos del cielo infinito.

El aire se ha recluido en sí mismo. Hay una atmósfera estática, que deja intentar a la evaporación marina encaramarse sobre la ciudad, por la costa y bajo los montes en ensayo de dudosa neblina.

La luz se va reduciendo imperceptiblemente. Siempre asoma la blanca sorpresa de una vela que navega acariciando el agua.

Cuando el sol se retira va abandonando sobre el mar y el cielo un plateado azul del que surge un delirio violáceo, un rosa incomprensible y secreto.




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viernes, 9 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 9 Viernes





Con audacia plena y completa, bajo la tentativa creciente de coronarse de añil eléctrico el cielo, la mañana nace abrazada al ímpetu solar que derrama el astro de fuego.

El viento ofrenda su cristalina copa desde septentrión, el mar respira todo su azul líquido. Como el aire es fresco, el paseo se hace completo, equilibrado, perfecto. El calor se aminora y templa en los brazos de la brisa norte. La playa se abre, pese a su soledad o más bien, por ello quizás, en una dimensión indiscutiblemente bella.

El cielo y el mar hoy compiten por lograr el azul más eterno.

Vibrante de sol se estremece el camino, las palmeras salen a defenderlo, pero también ellas se entregan complacidas a la cálida mirada que logra conmoverlas y seducirlas en silencio.

Como voy a mi bola, no me entero de nada, y tras un rato no muy prolongado andando, el semáforo que cruzo me lleva a otro mundo. De resortes civilizados, - la diaria compra - , de luces vacías, de señales de humo, de esferas ocultas, de rostros y máscaras, del teatrillo del mundo.

A mi vuelta, el mar lleno de vida se agita inquieto con los fluidos reflejos hirvientes que el sol derrama.

Los navíos anclados en la interminable línea del horizonte, desde su oscuro perfil, indiferentes, a nada miran.

El viento no cesa de franquear calmosamente las puertas de su victoria, nada se le opone, todo es suyo.

Verde ligeramente aceituna, opalescente y fresca, no fría, el agua permite un prolongado y agradable baño. Ha cambiado el viento, y el poniente anima a unas pequeñas y alegres olas a nadar también conmigo.

El soleado mediodía en el abandono nostálgico de la playa, secándose luego , es sumergirse en un silencio lleno de luz, en un invisible oleaje sobre las arenas de ligero y apacible calor.

A primeras horas de la tarde llena de amable y otoñal verano, ligeramente cálida, en mi camino al trabajo, veo como la ciudad respira adormecida y gozosa en la brisa atlántica que viene a saludarla.

Cuando vuelvo a casa, hay animación en las calles. Los árboles del parque callan, guardan sus comentarios entre ellos en un silencio cómplice.

Sobre el cielo despejado solo alguna gaviota planeando majestuosa hace de volátil nube.

La noche acaricia con sus manos de sombras a la extensa cantidad de luces en la bahía que acuden a su encuentro. Con seductora habilidad las hace palpitar temblorosas, desvanecidas en su deleitosa compañía relumbran titilando estremecidas.




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jueves, 8 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 8 Jueves




El camino se despereza indolente y estira sus brazos de datileras palmas.

Luego, - bajo un también adormecido sol -, tras un bostezo leve de cristalina brisa de terral, el camino, arropado con un deshecho edredón de escasas nubes, se da una vuelta y vuelve a dormirse para soñar con el infinito al final de sí mismo.

Paso a paso, con cuidado para no despertarlo, llego al mercado. Hay que comprar pocas cosas, la lista es reducida.

En el espigón de levante, la escasa fumarola de un paquebote entre otros dos atracados hace hoy de veleta del puerto. El viento que la inclina suavemente es limpio norte, ligero viento de tierra, seco, que va iluminando con azules distintos el cielo, mientra éste ofrenda al mar el secreto de su vivo cobalto líquido.

Hay cruceros que venden una imagen de rápida navegación marina, con una chimenea inclinada en aerodinámico aspecto.

Otros muestran una tranquila y sosegada figura, con cierto orgullo presumen enseñando una torre/chimenea elevada, vertical, recta. Son generalmente enormes paquebotes, de siete o más pisos de camarotes sobre cubierta, en los que dejar descansar las horas y el tiempo, detenido por fin sin límites ni restricciones impuestas. No apto para rockeros adictos a la anfetamina.

Los más jactanciosos, los advenedizos buques nuevos ricos, se adornan con dos chimeneas estiradas, altas y erguidas, juntas e iguales, ostentando medios y poderío con altiva apariencia.

El viento de poniente, atlántico, se hace dueño del mediodía, y comienza a dar nueva animación al mar, regalándole un cierto oleaje grácil y amable, de relajadas olas. El agua es translúcida, el verde de sus algas se mezcla con el azul del cielo en un iluminado turquesa.

Somos tan escasos los bañistas en la playa que los vendedores ambulantes de refrescos, - ¡¡ el agua, la cerveza, la coca, oiga !! - , nos han dejado abandonados, a nuestra suerte.

Comenzando inseguros, ligeramente titubeantes al inicio, los dos largos bramidos de la sirena de uno de los enormes navíos de pasaje. Con ellos se despide de la ciudad y del puerto, larga amarras y leva anclas, lentamente enfila la bocana del puerto y se pierde navegando grácil sobre un mar que hierve en luminosos reflejos de plata.

Sólo el poniente agita su pañuelo de aire para decirle adiós cuando se marcha.

¿Que es la tarde? Terminar el trabajo, y reencontrarme con la callada magia de verde aceituna del olivo frondoso, - nadie lo varea - , en la isleta del tráfico que el poniente despeina, cuando paso por su lado de vuelta a casa.

Me adentro en calles del centro sin coches apenas. Todos unos de otros medio conocidos, los peatones somos parte del misterio que nadie ve, con el que nadie camina. El sol aún a esta hora lleva su silencio de luz a las aceras. Hay una atmósfera de discrección y calma. Las calles del centro tienen poca prisa.

El parque luego inundado de la oculta paz victoriosa de la vegetación que solo con los ojos de la vida nos mira.

El mar aletea en sus olas como un animal marino. La bahía titubea temblorosa en las expertas manos del viento. Bogando cerca de la playa va un lanchón con una grúa metálica surcando los rosados reflejos de las aguas.

Los mirlos deciden con multiformes silbidos explicarlo todo.



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miércoles, 7 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 7 Miércoles


Hoy bajo un firmamento hecho de vellones de blanca lana, que la luz de las primeras horas del día ilumina de rosado nácar. El mar inmóvil y quieto, - una lámina - , ocupado enteramente por los reflejos, marfil y crema, que desde las nubes caen sobre las aguas. Hay un pálido azul entreabierto en el techo nuboso.

El sol horada la bóveda de nubes, abriendo los focos de una escenografía marina, hasta que lentamente se van deshaciendo los nimbos por completo y logra tomar cierta posesión de la arena ahora iluminada.

Lo que aprovecho para bajar a la vacía playa, el agua algo menos fresca que ayer, con transparencia inacabada, conserva cierto matiz ceniza en el azulverdoso que la viste.

Aunque mitigado levemente por una delgada hoja blanquecina en la atmósfera, secarse al sol es inundarse de otro oceáno.

A ambos lados de la bahía hay un leve velo de bruma que hace azules a los montes que la enmarcan, que parece hacerlos levitar ingrávidos con perfiles de ensueño.

La niebla al mediodía nos hace una corta visita, que la indiscreta luz solar interrumpe celosa al poco tiempo.


Cuando las tareas terminan, la claridad de la tarde en la calle es mansa, reposada, sin nubes.

La larga travesía del parque, casi medio kilómetro, muestra la interminable geometría vertical de las farolas alardeando de perfección de líneas frente a las desenfadadas palmeras, que toman con más resuelta actitud su libre disposición espacial, presumiendo de bellas palmas desenvueltas y versátiles.

Hay mucha animada afluencia de personas, de caminantes y peatones.
Cada uno con su cercana lejanía, o su aislada proximidad.

Sobre el puerto el sol se despide detrás de la escasa celosía de un frontispicio de nubes, desmenuzadas por una luminosidad ya agotándose.

Al llegar a casa, el mar presenta al irse la tarde dos excelentes azules, una extensa plata celeste en desmadejada extensión, y un irregular y dulce cobalto iluminado. Sobre las aguas hacia el este, dentro de la bahía, el precario y confuso tapiz de una exigua y traslúcida neblina, una escasa franja difuminando apenas las orillas, mientras los montes callados observan.

La noche es una negra autopista, sin arcenes, para los aviones que sobrevuelan la ciudad, buscando en las sombras su desconocido destino.




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martes, 6 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 6 Martes


El camino de arenas, bajo la oblicua y dorada luz de la mañana, espera con fidelidad acostumbrada la alegría de los pasos, o las carreras, de sus cotidianos usuarios matinales. En la periferia de las isletas de césped, que de trecho en trecho ocupan la retaguardia de la playa, se han instalados aspersores de agua para regarlos, que después de cumplir su cometido dejan algunas zonas empantanadas en el contorno de arenas alrededor de la hierba. Las palomas gustan de bañarse en esos aguazales, aleteando, y sacudiendo sus alas en ellos, instalándose allí por largo rato en grupos. De tanto en tanto se entretienen en competir por un lugar en los charcos, blandiendo la amenaza unas a otras de darse picotazos.

Hace calor en el paseo de palmeras cuando ya regreso tras la compra. Me detengo a la sombra de un cartel grande y me siento bajo su umbrío resguardo, en el pretil de piedra que se alza circundando el camino. Frente a un edificio de estilo modernista, antiguo Palacio de Justicia y anteriormente hotel, y ya hoy sin uso y cerrado. Detras de él, los aglomerados pinos de los cercanos oteros, encaramados y curiosos. Ofrendando el macizo de su arracimado verdor al cielo que lo corona.

El mar a mi vuelta invita a un baño. Tiene un color verde ceniza, ligeramente fresco, con cierto aire traslúcido que hoy no permite ver bien el fondo. Presenta una quieta e ilimitada extensión, no tiene olas, solo se le siente balancearse lleno de una oculta vida interna.

Nadar lentamente, abandonándose a su líquido abrazo mientras se avanza, casi adormeciéndose ambos, nadador y aguas...es mas algo más que bañarse,...se sale a la orilla con la sensación de haber renacido en oculta manera, de alguna desconocida forma.

El mediodía es leve y manejable, horas de suave dicha. Un ligero almuerzo y solo quince minutos luego de reparadora siesta son suficientes para hacer de mí otra persona, más civilizada desde luego.

La tarde se extiende sobre la ciudad con sosegado calor luminoso. El cielo muestra trazas de escasa nebulosidad imprecisa, que el sol desdeña.


Quizá debido a la humedad que el viento hurta a escondidas al mar, la temperatura en la calle es remarcable cuando termino el trabajo y salgo por la puerta del edificio, bajo un alto pino que intenta auparse para tocar un cielo medio enjalbegado.

El sol se despide en el parque dorando los caminos terrizos, revisando con un sesgado vistazo lo que durante el día escondieron las cerradas copas del bosque, vistiendo con una mirada de viejo oro los troncos de los arboles y los arbustos ocultos debajo.

Cuando la noche llega cierra las puertas del firmamento. Hoy mediante una ciega bóveda, opaca y tenaz a los escasos brillos constelados, solo se ve alguna estrella.

Iluminado por la oscuridad del camino acudo a dejarle alguna cena a Piratilla.

En la playa el mar salmodia y bisbisea una oculta letanía. Hay un rosario de reflejos, que desde las luces de las barcas de pesca llegan temblando a la orilla.

La luna ha comenzado a aminorar su paso y recoger su enorme y blanca vela desplegada días pasados. Pero como la noche es suya la preside desde un trono de gris azulada sombra.



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METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 6 ( 4 horas. a.m. )


Cuando despierto, en mitad de la noche, la madrugada se ha quedado vacía de luna, ésta ha desaparecido. Hay algún grillo desvelado, entretenido y cantarín, que la llama.

Los luceros en la limpia oscuridad semejan luces ciudadanas que se hubieran ido deslizando, escabullendo no se cómo hacia el cielo.

El mar no tiene sueño, rezonga una cadenciosa cantinela. Como no sabe que existen ovejas, para dormirse de nuevo, cuenta estrellas.

En el velo de las sombras nocturnas, las luces de los barcos anclados, con el velo de su propio enigma.

Hace una agradable temperatura, quizá algo fresca. La calle busca a alguien para sentirse acompañada, pero no encuentra a nadie.

Las palmeras silenciosas, quietas. No hay viento. La ciudad ella sí, duerme.

Nadie espera a la mañana. Todos se han olvidado de ella en los brazos seductores de la tibia madrugada de hechizante mirada negra.




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lunes, 5 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 5 Lunes


Es tal la intensidad y extensión del reflejo del cielo en la aletargada bahía, del interminable y único anaranjado amanecer, que podría dudarse de donde surge el color. Del firmamento a la espera del sol o de las mismas, quietas y eternas, dormidas aguas. Estremecidas, sólo por unos instantes, devueltas a la vida por el paso de una barcaza que acude a instalar su oscuro perfil frente a la playa silenciosa.

Luego, brevemente, antes de surgir el sol del horizonte, por unos momentos el color ha virado hacia amarillo limón sobre los distintos azules, dos, en la superficie de las aguas. La extensión de la bahía es de un cambiante aspecto, con pálidos celestes plateados, y líquido cobalto agitado allí donde la brisa serpentea apenas sobre el acuático manto del territorio marino.

En la distancia la metálica arquitectura detenida de un navío ensimismado bajo la luz creciendo.

Mi camino tiene hoy cierta prisa, sin saberlo. Una tras otra dejo atrás las palmeras, las arenas, y finalmente, carro de compra va y viene, ultimo la diaria compra. Sobre el paseo de vuelta, ya hay más animación y peatones, algún ciclista, otro corre, la fauna canina olisquea.

Al barrendero, rebosando de sol y bien surtido de joviales arrugas, se le han acabado las vacaciones, y el hombre se queja.

El mediodía dispone de un aura especial, sobre el lejano horizonte el firmamento es blanquecino, mientras, por encima de esa extensa franja, recupera el claro celeste indefinido, en tanto, con tonos, coloridos y densidades diversas, el agua se viste o desviste. Tiene calor.

Como el viento ha renunciado a serlo, olvidado de sí mismo, el fuego solar dispone, aunque algo contenido, de todos los espacios aéreos, se hace dueño de su propio destino.

Un sol que lo mira todo, sin la premura y violencia del verano, un poco tierno y nostálgico.

En la playa, los bañistas parecen transfigurados, distintos, sumergidos en las reverberantes aguas de un luminoso grial marino.





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METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 5 Lunes, ( madrugada)


Hoy la luna es brutal, violenta. Su luz, llena, saturada, ilumina el camino con una determinación que inquieta. Parece temible, especialmente si se la observa caer a plomo derretido sobre el opaco azul fluorescente del mar a sus pies de nuevo agitado, murmurando con agresividad sobre la playa. Las olas de levante se disponen a pasar una noche insomnes.

No hay casi nadie en la calle, algunos como siempre miran buscando en su propio mar de sombras. Todos en alguna forma parecen electrizados por alguna determinación que creen que es suya. La noche tiene su propia fauna humana. Algunas parejas viven ignorándose mientras se abrazan.

Pero mis pasos están en otro sitio, a veces reniego de ellos, hasta que súbitamente comprendo que no es necesaria tanta nostalgia, y me sonrío. Todo puede renovarlo una sonrisa, y eso quisiera, saber que nada nubla la tuya, que nada la estorba, que no hay lunas de acero, ni agitadas sombras, ni espacios de eclipse ciegos.

Las luces que enmarcan la bahía, las luces del puerto, parecen desde la penumbra mirarlo todo con ojos de fuego. En la calle se ha hecho un silencio roto, por el que alguien se ríe.

La madrugada mientras duerme sueña con antigua fascinación de niña.




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domingo, 4 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 4 Domingo


Amanece un día detenido, con una escasa brisa de levante que a veces se entretiene, quien sabe en qué.

La mañana muestra un mar tan calmo que se ofrece casi como espejo a los pies de los buques anclados en sus aguas. Los navíos inmóviles derraman su imagen en un Mediterráneo que ignora las olas que alguna vez tuvo.

Hace cierto calor, pero es apetecible, se nota en la animación resurgida de la playa, con cierta abundancia de visitantes y habituales. Las palmeras como siempre encantadas con la temperatura que les gusta, sin decir nada, a lo suyo. Sus escasas sombras son, tras andar un rato, un buen lugar para otear la distancia y tomar un descanso.

Hay una bruma azulada, más bien, un fluido vaporoso en la distancia que vela la arboladura de las embarcaciones, y que en sus capas más altas cambia de color, se hace violeta y luego se pierde por la atmósfera que lo sobrevuela en un rosa apenas perceptible.

El mar está hoy afónico. Pero sin tos.

En el mediodía es inútil hacer nada, el tiempo se desliza inadvertido bajo la luz estática y feliz. Son unas horas de lectura agradable, facilitada, absorta.

De vez en cuando, con el rítmico golpear de sus herraduras, los cascos de los caballos pasan por la calle. Desde los coches tirados por ellos los turistas pasan contemplándolo todo mecidos en su alegre paso. Lentamente su sonido se pierde y apaga al alejarse, pero no ceja en su persistente y acompasado entusiasmo.

Hay veces que no sé, si me he quedado dormido o nó, haciendo siesta. Hoy por ejemplo. Deduzco que sí, pero no podría precisarlo. Siempre me deja entonces una sensación inexplicable.

Por la tarde la neblinosa acuosidad sobre el mar se hace más extensa, pero no más densa. Sin llegar a ser un completo velo manifiesto, llena la bahía con un vaho de sueños, con su impreciso cromatismo celeste y violáceo.

Navegando en su interior hay un velero en la distancia.

A su lado no se vé ni horizonte ni agua ni cielo. El blanco impoluto de su lona no se sabe si navega o vuela.




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METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 3 Sábado noche


A la luna llena, mayestática, encaramada y solitaria en lo más alto del cielo, la noche no se atreve a ignorarla y vestir hoy también sus habituales lutos. Como sabe que en todo su esplendor la luna es poderosa y mágica, la noche se engalana y viste de azul, y convence al mar dormido para que se arrope él asimismo con un manto de asombroso, denso y enigmático azul profundo e insondable.

Andando a mi aire voy a dejarle a Piratilla algo de cena. Bajo la luz lenta e indescifrable el camino de la playa se llena de plata olvidada, difusa. Las palmeras derraman unas sombras apagadas y dormidas sobre las arenas. El mar se mece mientras, en lento murmurar tranquilo.

Siempre la gata me ve y reconoce de lejos. Viene en alegre carrerilla, surgiendo de su protectora oscuridad. Mientras come a intervalos vigilantes, mirando a un lado y otro, me quedo a su lado un rato. La línea del horizonte clarea levemente remarcándose en la distancia algo presumidilla.

¿ Se ha puesto brillo en los labios ?

Es simplemente el pálido reflejo en la atmósfera de las luces de la cercana costa de África, ocultas por la curvatura terrestre bajo la superficie de las aguas.

Adentrándose en mitad de la noche marina, sale del puerto un enorme crucero silenciosamente, transportando con lenta parsimonia sus miles de luces sobre su casco, derramando una lechosa claridad en las aguas que acuden de cerca a mirarlo.




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sábado, 3 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 3 Sábado



El tiempo ha empezado a adquirir la habilidad de realizar exquisitas obras de arte, - temporales eso sí - , con la materia que le es propia, el discurrir de los días y el de hoy es una excelsa, ¿ copia ?, del que le precedió ayer.

¿ O al revés ?, ¿ donde está el original del que el tiempo se hace dueño ?

Hoy reproduce el de ayer quizás incluyendo su logotipo de derecho de autor incluido [ © ]

Estos días iniciales de octubre son un bonancible y suavizado verano. La mañana despejada, ligera, flexible. Aún sin disponer de protectora sombra, ésta es innecesaria, ya que, debido al mitigado calor, pasear por la playa y aledaños es agradable.

Hoy la luz es otro mar, otro océano que impregna, empapa, infiltra y sobrevuela la ribera marina. Uno dispone de la sensación de vivir y caminar sobre las arenas atravesando un radiante fluido, disfrutando de una iluminada dimensión etérea que surge casi de sí misma, que adviene a cada instante creada ante tus propios ojos enceguecidos y fascinados. Se vive casi en un íntimo e inadvertido prodigio, que rehace secretamente los primeros instantes del mundo, y lleva a reconsiderar todos los artilugios mentales y verlos como absolutamente prescindibles.


Ocúpense otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
y ocupen sólo mis días
mantequillas y pan tierno.

Pues casi,
yo lo terminaría:

ocupen solo mis días
sol y luz todo el invierno.

Mientras voy caminando me cruzo con la máquina de limpiar la arena, un ya viejo tractor hidalgo, que parece andar con cierta petulancia, siempre altivo exhibiendo por delante elevada la pala mecánica de la que dispone, y que se pasea arriba y abajo con sus metálicos ruidos oxidados arrastrándolos y también además un furgón, un atolondrado escudero siempre detrás suya cerniendo la arena y dejándola peinada y rastrillada.

El mar está inmóvil, esperando e invitando a un baño con su agua translúcida de verdiazules conmovidos y distintos. Hoy está solo levemente fresca, deseando ser tibia sin conseguirlo. La escasa concurrencia de bañistas le añade a la playa una cierta oculta melancolía.

A primeras horas de la tarde rola el viento a intenso poniente, que levanta algunas olas y espumas, las blancas crines de los tritones marinos, ictiocentauros inquietos bajo la ahora nerviosa superficie de las aguas. El viento sorprende a varios balandros y veleros en la bahía, y les obliga a volver a la rada del puerto zigzagueando, ganando barlovento.

La siesta ha sido demoledora. Me despierto sin tener ni idea del día ni de la hora en que sobrevivo. Tras una taza o dos de té, y en la compañía de un poco de música de cámara, los cuartetos 6 y 7 de Leif Segerstam en Radio Clasica, entro en aparente razón y quizá pleno entendimiento.

En la playa el sol se retira, alejándose con delicada y seductora nostalgia, en una afable despedida de luz dorada.



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AEROSTASIA DEL TIEMPO

*


Revueltas y mezcladas en distintas combinaciones, desde el blanco al oscuro gris, hinchadas o tenues, abriéndose y cerrando, las nubes han conformado la mañana. Desde ellas, desciende la fina lluvia, intermitente, caprichosa y traviesa, secreto y feliz enigma, ofrenda silenciosa de una primavera plena de generosidad.

Boquerones para Susanito, y sardinas para mí, aunque también reparto alguna para Pitufa y Vicky. Pero como son muchos boqueroncillos, me acerco al tenducho del fontanero, para dejarles algunos a las dos gatitas que ha tenido Vicky allí. Ya tienen mes y medio, la negra Tina y la romanita Nati, divirtiéndose todo el día, escondidas tras los anaqueles de tubos diversos y estanterías de herramientas desvencijadas, dando inesperadas carreras y escapándose para intranquilidad de la madre al jardincillo que tienen a escasos metros de la puerta.

Hoy tenemos reunión para hablar y medir válvulas, pero de electrónica, con mis amigos y para calibrar el aparato de medidas, para observar y admirar piezas imposibles de encontrar, algunas incluso con componentes internos fabricados en oro en la lejana mitad del pasado siglo. Tras dos horas largas y mediciones diversas, se confirma mi sospecha, las 300B compradas a mitad de precio estan en buen estado, pero con parámetros ligeramente por debajo de los que una nueva debería dar. No obstante, tienen una larga vida útil, y disfrutable. Pese a todo una todavía buena adquisición.

Una siesta ligera, y por la autopista más allá de la ciudad, por la costa, apenas veinte minutos. Celebramos aniversario en casa de mi hija que hoy cumple 29 años. Todos esos han pasado. Era mediodía, cuando con ella en brazos, pequeñita y menuda, salía del paritorio a mostrarla con orgullo de padre a sus abuelos en la sala de espera. Mas de un cuarto de siglo, mi vida se ha quedado en los últimos dos. ¿Mañana? Caminar nuevamente, otros destinos, hacia otra luz.


Con ocultos pasos el día se aleja, anunciando a la noche. Las estrellas escondidas tras las nubes, la mar murmurando en oscuro silencio con desolado lenguaje, entre sombras.




19 Abril 2009
© Acuario 2009
Fin de la aerostasia del tiempo

AMULETUM VITAE

.




Solo mi silencio, mis propios pasos
son suficientes para mi pobreza.

Mi palacio ni una sola teja,
mi reino
ni un palmo de tierra.

Allí donde no arde ningún fuego,
allí donde no sopla ningún viento.

Ese es mi jardín secreto.

Aunque todos los caminos se crucen a mi puerta
mi camino es ninguno.

Mi tiempo es ya no tiempo
y cada mañana me brinda el infinito
todo el suyo




© Acuario 2009

viernes, 2 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 2 Viernes


La mirada del sol, inicial roja ascua de ardiente sangre, se asoma incontinente sobre un mar dormido, emerge sobre el viviente espejo del Mediterráneo, enjoyado y satinado en azulada y celeste plata por el plácido alborear, viejo y sabio orífice.

Desde el horizonte luego, en cegadora ignición se vierte generosa la dorada luz. El sol signa con su rutilante tinta de fuego sobre el folio azul y turquesa de las aguas. Escribe con hirvientes reflejos azufres y gualdas hasta la humilde orilla su saludo a la ciudad asombrada y sobrecogida.

La playa en solitaria meditación y abandonada, respira ajena con inmóvil descuido, mientras una barca con lenta osadía interrumpe y surca las aguas, quebrando atrevida el camino de líquida lava del sol hasta la adormecida ribera marina.

Simplemente, un nuevo día.

El viento de tierra trae, algo dulcificados, los añiles de los cielos del interior, y los mezcla con el pálido celeste que la humedad del aire sobre el mar propicia. La paleta del firmamento tiene por el terrestre lado norte azules rotundos y blanquecinos hacia el sur marino.

Hay que batallar con las cosas y las horas, hago y deshago la caminata por las arenas, y compras, y visita, - incluido desayuno - , a la nueva gatita Daisy Dosojitos, porque tiene uno celeste y otro miel. Cada uno con su color, sanos y videntes. Ya empieza a tenerme confianza, y hoy me ha recibido con maulliditos cascajosos y entrecortados pero amistosos.

El mediodía es algo sofocante. Las palmeras disimulan pero se vé que disfrutan con fruición de la soleada temperatura. En la playa el agua es un frío cristal, mientras el viento cincela ráfagas de móviles y distintos azules en la quieta y plácida superficie marina.

Cuando termino el trabajo enfilo hacia el centro de la ciudad, busco y compro en una librería un libro:
L´amant. Al salir veo en una acera asediada a un lado y otro por el tráfico a una paloma solitaria. Le lanzo unas miguitas de pan al lado de unas inmensas y espectaculares raíces, - verdaderos tentáculos penetrando poderosos bajo la tierra - , de un gigantesco álamo, y con sorpresa veo que una ratoncita como mi pulgar, sale de algún resquicio bajo el árbol, acompañada de su pequeña prole, cuatro ratoncitos más chicos que medio meñique, todos desenvueltos y apenas tímidos, a compartir y llevarse con alegría a su agujerito una sabrosa cena.

Vuelvo caminando por el parque. En algún estanque el espejo de sus aguas ofrece serenamente embellecida la imagen de la arboleda que lo circunda.

Al llegar a casa, la bahía tiene diseminados copiosos puntos blancos, grandes y chicos, sobre las aguas. Los grandes son una docena larga de pequeños veleros que compiten en la rada, y los chicos, las bandadas de gaviotas quietas y posadas en la mar calma.

Al rato, mágica y curiosa, a mirar el atardecer que se despide con sonrosado rubor, acude la luna.
El cielo le presta algodonosos velos de finos hilos con los que ella se acicala un punto frívola.



© Acuario 2009