viernes, 2 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 2 Viernes


La mirada del sol, inicial roja ascua de ardiente sangre, se asoma incontinente sobre un mar dormido, emerge sobre el viviente espejo del Mediterráneo, enjoyado y satinado en azulada y celeste plata por el plácido alborear, viejo y sabio orífice.

Desde el horizonte luego, en cegadora ignición se vierte generosa la dorada luz. El sol signa con su rutilante tinta de fuego sobre el folio azul y turquesa de las aguas. Escribe con hirvientes reflejos azufres y gualdas hasta la humilde orilla su saludo a la ciudad asombrada y sobrecogida.

La playa en solitaria meditación y abandonada, respira ajena con inmóvil descuido, mientras una barca con lenta osadía interrumpe y surca las aguas, quebrando atrevida el camino de líquida lava del sol hasta la adormecida ribera marina.

Simplemente, un nuevo día.

El viento de tierra trae, algo dulcificados, los añiles de los cielos del interior, y los mezcla con el pálido celeste que la humedad del aire sobre el mar propicia. La paleta del firmamento tiene por el terrestre lado norte azules rotundos y blanquecinos hacia el sur marino.

Hay que batallar con las cosas y las horas, hago y deshago la caminata por las arenas, y compras, y visita, - incluido desayuno - , a la nueva gatita Daisy Dosojitos, porque tiene uno celeste y otro miel. Cada uno con su color, sanos y videntes. Ya empieza a tenerme confianza, y hoy me ha recibido con maulliditos cascajosos y entrecortados pero amistosos.

El mediodía es algo sofocante. Las palmeras disimulan pero se vé que disfrutan con fruición de la soleada temperatura. En la playa el agua es un frío cristal, mientras el viento cincela ráfagas de móviles y distintos azules en la quieta y plácida superficie marina.

Cuando termino el trabajo enfilo hacia el centro de la ciudad, busco y compro en una librería un libro:
L´amant. Al salir veo en una acera asediada a un lado y otro por el tráfico a una paloma solitaria. Le lanzo unas miguitas de pan al lado de unas inmensas y espectaculares raíces, - verdaderos tentáculos penetrando poderosos bajo la tierra - , de un gigantesco álamo, y con sorpresa veo que una ratoncita como mi pulgar, sale de algún resquicio bajo el árbol, acompañada de su pequeña prole, cuatro ratoncitos más chicos que medio meñique, todos desenvueltos y apenas tímidos, a compartir y llevarse con alegría a su agujerito una sabrosa cena.

Vuelvo caminando por el parque. En algún estanque el espejo de sus aguas ofrece serenamente embellecida la imagen de la arboleda que lo circunda.

Al llegar a casa, la bahía tiene diseminados copiosos puntos blancos, grandes y chicos, sobre las aguas. Los grandes son una docena larga de pequeños veleros que compiten en la rada, y los chicos, las bandadas de gaviotas quietas y posadas en la mar calma.

Al rato, mágica y curiosa, a mirar el atardecer que se despide con sonrosado rubor, acude la luna.
El cielo le presta algodonosos velos de finos hilos con los que ella se acicala un punto frívola.



© Acuario 2009

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