viernes, 30 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 30 Viernes



Primero anaranjado y sanguino, adormecido y quieto, el mar con un oculto e imperceptible estremecimiento interno se transfigura en ilimitado y líquido oro luego.

El amanecer espera a su iluminado dueño, eterno pasajero del espacio y desde más allá del tiempo. Asoma lentamente su rojizo y cíclope ojo bermejo, e incontenible después, blande y flamea hasta la inmóvil orilla apagada su invencible espada de fuego.

Desde su serena admiración, el dia se entrega a un veraniego y fingido otoño. Las palmeras siempre deseosas del agasajo del calor sueñan sonrisas olvidadas en la canícula, de nuevo hoy también rediviva. Aunque por fortuna hay una ungida sedosidad en la mañana. Pese al escaso levante, el calor es amable y llevadero.

Tras un rato andando abismado en el piélago de luz de la mañana el ánimo no es humano, roza lo sobrehumano ciertamente.

Gracias a que los pies tocan la telúrica tierra los desatinos se esquivan, ya que sin su geológica influencia las más inimaginables quimeras ocuparían las últimas perturbadas esquinas de la mente de cualquiera. Además si se tira de un carro de compra cargado entre otras cosas de ocho litros de agua, se evita la incontinente e indesable levitación quimérica.

Por todo ello, ejercicio y día despejado, sin nubes, a pleno sol, bajo a nadar un rato, me lo he ganado. Hoy el agua ofrece una transparencia casi completa, no se mueve, no se eleva, y ni ondula ni respira, incluso hay momentos en que no llega ni la más mínima ola a la orilla. De un tenue tono verdoso, tibia bajo el calor solar, fresca bajo la superficie. En la distancia un ligero velo regala matices de azul ensueño a los perfiles de los buques en el horizonte. Ante la no escasa afluencia de bañistas, los vendedores ambulantes han acudido de nuevo a la playa y anuncian alegres a toda voz sus pregones, ¡¡ el agua, la cerveza, la coca, oiga !!.

No es un mediodía, aunque nadie lo advierta, es el infinito.

La tarde recibe el regalo de un suave poniente, mientras con tres largos y profundos bramidos de su sirena un enorme crucero enfila la salida del puerto y se pierde parsimonioso entre la azulada bruma, sobre las templadas aguas, inmóviles en su sueño de luz inagotable y detenida.

Todo lo existente, todo lo inexistente, se funde en un único destello iluminado, en un solo aliento, en la fuerza de una sola llama única.

¿Hace falta manifestar su nombre?

Cuando vuelvo, el día ya finalizando, el sol se despide con su hálito de rojo fuego, incendiando la base de las nubes por poniente, ofreciendo sus ascuas a las coloidales y ausentes aguas de la rada del puerto.

Los vencejos han hecho sus nidos en los edificios cercanos. Incansables vuelan, van y vienen llevando sus ligeros gritos de un lado a otro.

Sobrevuelan incesantes, mientras la tarde declina en sus últimas luces.





© Acuario 2009

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