miércoles, 7 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 7 Miércoles


Hoy bajo un firmamento hecho de vellones de blanca lana, que la luz de las primeras horas del día ilumina de rosado nácar. El mar inmóvil y quieto, - una lámina - , ocupado enteramente por los reflejos, marfil y crema, que desde las nubes caen sobre las aguas. Hay un pálido azul entreabierto en el techo nuboso.

El sol horada la bóveda de nubes, abriendo los focos de una escenografía marina, hasta que lentamente se van deshaciendo los nimbos por completo y logra tomar cierta posesión de la arena ahora iluminada.

Lo que aprovecho para bajar a la vacía playa, el agua algo menos fresca que ayer, con transparencia inacabada, conserva cierto matiz ceniza en el azulverdoso que la viste.

Aunque mitigado levemente por una delgada hoja blanquecina en la atmósfera, secarse al sol es inundarse de otro oceáno.

A ambos lados de la bahía hay un leve velo de bruma que hace azules a los montes que la enmarcan, que parece hacerlos levitar ingrávidos con perfiles de ensueño.

La niebla al mediodía nos hace una corta visita, que la indiscreta luz solar interrumpe celosa al poco tiempo.


Cuando las tareas terminan, la claridad de la tarde en la calle es mansa, reposada, sin nubes.

La larga travesía del parque, casi medio kilómetro, muestra la interminable geometría vertical de las farolas alardeando de perfección de líneas frente a las desenfadadas palmeras, que toman con más resuelta actitud su libre disposición espacial, presumiendo de bellas palmas desenvueltas y versátiles.

Hay mucha animada afluencia de personas, de caminantes y peatones.
Cada uno con su cercana lejanía, o su aislada proximidad.

Sobre el puerto el sol se despide detrás de la escasa celosía de un frontispicio de nubes, desmenuzadas por una luminosidad ya agotándose.

Al llegar a casa, el mar presenta al irse la tarde dos excelentes azules, una extensa plata celeste en desmadejada extensión, y un irregular y dulce cobalto iluminado. Sobre las aguas hacia el este, dentro de la bahía, el precario y confuso tapiz de una exigua y traslúcida neblina, una escasa franja difuminando apenas las orillas, mientras los montes callados observan.

La noche es una negra autopista, sin arcenes, para los aviones que sobrevuelan la ciudad, buscando en las sombras su desconocido destino.




© Acuario 2009

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