jueves, 8 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 8 Jueves




El camino se despereza indolente y estira sus brazos de datileras palmas.

Luego, - bajo un también adormecido sol -, tras un bostezo leve de cristalina brisa de terral, el camino, arropado con un deshecho edredón de escasas nubes, se da una vuelta y vuelve a dormirse para soñar con el infinito al final de sí mismo.

Paso a paso, con cuidado para no despertarlo, llego al mercado. Hay que comprar pocas cosas, la lista es reducida.

En el espigón de levante, la escasa fumarola de un paquebote entre otros dos atracados hace hoy de veleta del puerto. El viento que la inclina suavemente es limpio norte, ligero viento de tierra, seco, que va iluminando con azules distintos el cielo, mientra éste ofrenda al mar el secreto de su vivo cobalto líquido.

Hay cruceros que venden una imagen de rápida navegación marina, con una chimenea inclinada en aerodinámico aspecto.

Otros muestran una tranquila y sosegada figura, con cierto orgullo presumen enseñando una torre/chimenea elevada, vertical, recta. Son generalmente enormes paquebotes, de siete o más pisos de camarotes sobre cubierta, en los que dejar descansar las horas y el tiempo, detenido por fin sin límites ni restricciones impuestas. No apto para rockeros adictos a la anfetamina.

Los más jactanciosos, los advenedizos buques nuevos ricos, se adornan con dos chimeneas estiradas, altas y erguidas, juntas e iguales, ostentando medios y poderío con altiva apariencia.

El viento de poniente, atlántico, se hace dueño del mediodía, y comienza a dar nueva animación al mar, regalándole un cierto oleaje grácil y amable, de relajadas olas. El agua es translúcida, el verde de sus algas se mezcla con el azul del cielo en un iluminado turquesa.

Somos tan escasos los bañistas en la playa que los vendedores ambulantes de refrescos, - ¡¡ el agua, la cerveza, la coca, oiga !! - , nos han dejado abandonados, a nuestra suerte.

Comenzando inseguros, ligeramente titubeantes al inicio, los dos largos bramidos de la sirena de uno de los enormes navíos de pasaje. Con ellos se despide de la ciudad y del puerto, larga amarras y leva anclas, lentamente enfila la bocana del puerto y se pierde navegando grácil sobre un mar que hierve en luminosos reflejos de plata.

Sólo el poniente agita su pañuelo de aire para decirle adiós cuando se marcha.

¿Que es la tarde? Terminar el trabajo, y reencontrarme con la callada magia de verde aceituna del olivo frondoso, - nadie lo varea - , en la isleta del tráfico que el poniente despeina, cuando paso por su lado de vuelta a casa.

Me adentro en calles del centro sin coches apenas. Todos unos de otros medio conocidos, los peatones somos parte del misterio que nadie ve, con el que nadie camina. El sol aún a esta hora lleva su silencio de luz a las aceras. Hay una atmósfera de discrección y calma. Las calles del centro tienen poca prisa.

El parque luego inundado de la oculta paz victoriosa de la vegetación que solo con los ojos de la vida nos mira.

El mar aletea en sus olas como un animal marino. La bahía titubea temblorosa en las expertas manos del viento. Bogando cerca de la playa va un lanchón con una grúa metálica surcando los rosados reflejos de las aguas.

Los mirlos deciden con multiformes silbidos explicarlo todo.



© Acuario 2009

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