miércoles, 14 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 14 Miércoles


Sobre el cielo de la mañana, limpio cristal abierto, el sol se desliza a sus anchas, ni una nube sale a recibirlo. A la orilla de la playa acuden lentas, espaciadas, continuas olas de levante, que extienden sus espumas y su rumor húmedo y profundo, cadenciosamente. El mar parece entregado a un oscuro e inexplicable monólogo consigo mismo, la arena calla escuchándole. Hay una ligera brisa de tierra al comienzo del día que rola luego a poniente suave. Todo es luz.

Hoy por la vía de servicio de la playa llevando aportes de arena suben y bajan camiones, alguno regando el camino, asentando las arenas con agua y reafirmándolas para facilitar el paso de los transportes. Con todo ese trajín y ruido, ni las palomas se atreven a pasear hoy a la rebusca y no hay quién haga salir a la miedosa Piratilla de su escondrijo, por más que se la llame con silbidos. Le dejo un poco de comida dentro y continúo andando. Si tuviera que dedicarse realmente a la piratería esta gata cobardica no se comía una rosca.

A la vuelta, en el paseo las palmeras alegres se bañan de sol. Hay la habitual animación, corredores, peatones a su aire, ciclistas, patinadores, canes y amos, algún barrendero, y no faltan turistas deslumbrados y casi levitando de satisfacción, inundados por la claridad suave y agradable de la soleada mañana.
.
El pertinaz mediodía insiste en seguir ofreciendo una luminosidad sin límites. Mientras, indiferente dentro su propia ausencia, extiende su cobalto en la distancia el mar, en tanto que verdes y azules se mezclan jugando en la cercanía de la costa. En la orilla batida cada vez más por las níveas espumas las aguas son ambarinas, densas y turbias.

A primeras horas de la tarde sobre la atezada esmeralda de los pinos, en las cercanas alturas detrás de los edificios, el firmamento es añil casi. Solo hay algunos jirones de nubosidad enganchados en lo más alto de la torre de la catedral, rotos y deshechos por la veleta solitaria en el cielo.

Al volver del trabajo paso por el parque, las plantas en su olvidado mundo muestran sus perfiles en el claroscuro de los últimos rayos solares. Con sus nuevos brotes, de un joven verde claro, la abundante hiedra intenta alcanzar altura subiendo por los troncos de los arboles y de las palmeras.

En la ensenada el oleaje ha disminuido, el mar tiene un aire agotado, murmura con lenta parsimonia mientras el cielo le regala su postrero cromatismo.

Acude silenciosa una cerrada noche sin luna, que las estrellas se adueñan.

Extraviado en la distancia y las sombras hay algún navío escondido, pero siempre, - el no lo sabe -, sus luces le delatan.



© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario