viernes, 23 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 23 Viernes


No abre la mañana hoy el sol, la desborda. Ante él, solo es desnudez doblegada el vacío firmamento, sin una sola nube, las gaviotas no logran vestirlo con el sucinto ensueño de su blanco vuelo.

El viento norte, cristalino, ha hecho suya la madrugada, ha traído el galvánico añil resplandeciente para agasajar al cielo. Sobreabundante y torrencial, casi un vendaval, ha seducido con sus enigmáticas voces y siseos a la ciudad y la ha envuelto con el líquido grial del aliento de un aire de ilimitada transparencia, lleno de la dormida resonancia vegetal de las montañas que envuelven a la urbe.

Tras las lluvias caidas ayer, la luz en plena explosión de la mañana hace hoy exultar a las palmeras de gozo. La arena en el camino tiene un aire rejuvenecido. La mañana es agradable, el calor solar y el septentrión soplando se mezclan en combinación grata y equilibrada, ni hace calor ni frío. Si tuviera que creerme lo que pienso, diría que todo el mundo dispone hoy de un tono vital positivo.

El mediodía es la apoteosis completa para una playa radiante, soleada, con un mar sereno, sin olas, sosegado, reluciente como un diáfano zafiro fluido, esmaltado de miles de lucientes reflejos y húmedas estrellas llenas de vida, parpadeando bajo el sol único.

Sólo al iniciarse la tarde, rola el viento a poniente, y las palmeras cobran despeinadas una vida de agitación contenida en tanto que las aguas se visten de un suave verdeazul turquesa. En el rompeolas de levante hay atracado un gran velero de cinco palos, moderno, de automatizado velamen, blanco marfil, que exhibe tranquila complacencia y serenidad altiva.
.
Cuando finalizo el trabajo, vuelvo buscando el sol de la tarde. Bajo los altos álamos conozco donde habita una familia de minúsculos ratoncitos. Con unas migajas de pan se asoman entre las poderosas raices, olisqueando con un punto negro brillante y móvil que es su nariz. Curiosamente veo una miguita que sube y baja, y resulta ser una porfía por hacerse con ella entre dos de los más chicos, más pequeños que un meñique, cada uno agarrado a la misma miga y tirando de ella.

En el parque, la última luz es oro licuado, derramándose sobre la arboleda le dá una magia de atractiva esmeralda.

La noche surge con silenciosa presteza. Un alargado petrolero sale del puerto en la oscuridad más completa con su larga gusanera de luces señalando las amuras, mientras la luna, una raja de melón sobre las sombras, detenidamente lo observa.

Quizá extrañada cree ver, - eso parece -, un trozo de muelle, con su linea de farolas señalizándolo, que de improviso se ha soltado y flotando se aleja.



© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario