domingo, 18 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 18 Domingo


Desde el inalcanzable naranja extendido por encima del confín de las aguas, al inasible limón amarillo, el horizonte sin nubes recibe al ojo de fuego, cíclope eterno de luz, carbón encendido del sol que asoma su sanguina mirada, llevando hasta la orilla su ardiente lava reverberando sobre el agua, nace el día.

La mar detenida y el viento inmóvil, la playa rebosa de vacío. La quieta superficie de la bahía se baña en argentado azul. Hay dos o tres navíos durmiendo abrazados a la distancia, esperando despertar todavía. Sobre la ciudad, a sus espaldas, intenta ser añil el cielo, mientras extiende un sedoso celeste iluminado sobre el piélago marino.

Hoy la mañana es ligeramente fresca, el sol se agradece. Más que con insomnes peatones, la desmantelada soledad de las calles se llena sobre todo de incombustibles corredores y afanados deportistas. En la playa, la orilla silenciosa e inerme, desprovista de olas todavía sueña. Sobre el caldeado sendero de arenas, sin aire que las meza, las palmeras simulan ser altivas y contundentes arquitecturas.

El mediodía parece eterno. Apenas nada se ha movido, ni el mar, ni el aire, sólo de vez en cuando pasan los coches de caballos, llevando el acompasado golpeteo de sus cascos recorriendo pausadamente la calle. La playa es toda del sol, los bañistas y la arena se han fundido en feliz y única amalgama. En parejas las palomas vuelan para bañarse en los charcos que alrededor de las duchas se han formado.

Una tarde dorada y cálida comienza. En la lejanía, entre la oxidada herrumbre flotante, entre las ocres y metálicas quillas de los navíos, surca la bahía el blanco grácil de una vela. El mar dibuja celestes meandros en el cobalto líquido de sus aguas.

El crepúsculo es solo un pretexto infinito para el suave viento sur, que esboza diminutas filigranas de blanca espuma sobre las reducidas olas, mientras éstas acuden de su mano a la orilla, empapada ahora de incesantes murmullos.

A través de su oculta salmodia acallada en la distancia, en su secreto cántico, se enredan los ecos dormidos y rebeldes de la voz única.

Que incesante se ofrenda y en tu palabra se hace tuya.




© Acuario 2009

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