lunes, 19 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 19 Lunes


Desde primeras horas el sol oculto se divierte en arrebolar los perfiles de las abundantes nubes que danzan silenciosas frente a él, algunas sobre la lontananza del horizonte marino derramando las acuosas líneas de la lluvia. En la playa ausente, el mar no encuentra a nadie. Las contenidas olas abaten sus espumas con cierta melancólica nostalgia bajo la mitigada luz sumisa. Un débil viento sur acude sin ganas.

Pese a todo, la ciudad se estremece en actividad diligente, con la celeridad que la embriaga, haciendo de la prisa su ley. A un lado del paseo el tráfico continuo, al otro la lenta inmovilidad del dormido confín de nubes, que sueñan deslizándose sobre un mar apenas estremecido, de infinita ceniza azulada.

Vuelvo hoy despues de hacer la compra por un dédalo de pequeñas calles medio ocultas, abandonadas y sin apremios de vehículos. Solo mis pasos intentan ocuparlas. Hay algunos jardincillos, de los que sobresale derramándose un bien crecido jazminero. Sus diminutas y níveas flores caídas llenan la acera, mientras la sutil fragancia que emanan acaricia la soledad del camino.

Más allá, los crecidos álamos, las yucas, las palmeras, los enormes ficus, los sauces, parecen esperar en silencio y pacientes, bajo la suave claridad nubosa, la tan deseada por ellos benéfica lluvia.
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Empero hacia el mediodía el sol abonanza el firmamento, su calor y su luz se animan a darse un chapuzón, las arenas cobran nueva vida, los escasos bañistas que han logrado vencer al desaliento hacen suya la feliz abundancia luminosa, las aguas ganan un verde abierto en la orilla, y un azul profundo en las aguas de la bahía.

La tarde dominada por la desenvuelta claridad solar, recibe la inquieta y bulliciosa brisa marina, un sureste fresco y ufano, que atempera la ciudad y su entorno.
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Cuando salgo del trabajo, a considerable altura, por encima de las azoteas de los edificios, vuelan planeando ingrávidas las gaviotas. Sobre ellas el cielo se ha velado apenas con un entramado escaso de nubes altas y estáticas. En el puerto, tras la arboleda de mástiles ligeramente oscilante de los balandros el ocaso tiñe los cirros de un marfil manchado de rosa.

La noche es siempre bienvenida, invitada por los cantarines mirlos acude tan de prisa que se ha olvidado la luna.



© Acuario 2009

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