martes, 27 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 27 Martes


Ni con uno ni con dos silbidos, la gata del fontanero del barrio no acude cundo la llamo. Pero cuando ya he andado veinte pasos y me encamino a las gestiones que hoy de mañana tengo pendientes, escucho sorprendido detrás mía su quedo maullido reclamando mi atención. Como su dueño hace días que no puede atender su negocio, procuro ayudar a la gata a salir del atolladero que le supone no tener alguna ración de comida de vez en cuando. Es una gata romana, larga, grande, viste calcetines blancos y tiene una pechera asimismo a juego, del mismo color que sus patitas, algo errática en su manera de ser, como te descuides hasta te atiza jugando un gañafón, pero lista como ella sola, y si tiene un buen día hasta cariñosa. La dejo disfrutar de su desayuno, mientras acudo a enzarzarme en combate papeleando un rato.

La mañana luce con casi calor y todo su sol cuando voy por la playa, con el mar detenido, apenas respirando con unas olas largas, lentas, que musitan su sorda letanía de murmullos calladamente sobre una orilla feliz y afortunada, sin nada que hacer, tumbada al desgaire, dormitando quizá todavía. Esos manchones blancos que alguna vez el cielo tuvo, ( ¿ nubes eran ?, - pregunta el cielo,- ¿ así se llamaban ? ), están olvidados y por algún remoto lugar han desaparecido.

Un suave y prolongado estío se hace dueño de todas las horas solares del día, sólo cuando cae la luz por la tarde, el otoño recupera algo de su arrumbado destino, la temperatura se hace más fresca y se necesita algo de abrigo. Pero entretanto, la mañana está desbordada de luminosidad. Empapados de sol y agua, los venturosos bañistas están absortos ante el azul interminable, sereno, abismal con el que hoy disputan la mar por un lado y por otro el cielo, intentando cada uno por su parte hacerlo más admirable y fascinante que su adversario.

El mediodía ha desaparecido, ni las palmeras lo encuentran, quizá esté paseando un rato, negligente, tranquilo, olvidado de todo y de sí mismo. Como no hay viento que pueda ir corriendo a encontrar al mediodía, el firmamento otea por todos lados buscándolo con su mirada abierta, infinita y profunda.

Al volver por la tarde, unos libros que compro me entretienen el tiempo suficiente y la noche llega mientras camino por la larga avenida que bordea al parque. Las ciudad muestra vanidosa y satisfecha sus luces, mientras el crepúsculo a mi espalda con los últimos amarillos sobre el azul postrero del día articula una paleta de verdes y aéreas aguas en el cielo.

En el puerto, sus balizas, sus luces, asomadas a la ensenada, se derraman como flamígeras cometas de reflejos en las coloidales, reclusas, oscuras aguas. En su espejo los navíos deliran viéndose mágicos y fantásticos, miríficos.





© Acuario 2009

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