martes, 13 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO


OCTUBRE 13 Martes


Con torva y oscura mirada asoman las nubes sobre los montes a la izquierda de la bahía desde primeras horas de la mañana.

Amenazas que me obligan a proveerme de un paraguas para iniciar el diario camino bajo una luz mortecina, el mar sin olas, apagado y quieto. Hay algún claro en la distancia en el techo cerrado del cielo, por la que el sol derrama su potente luminaria sobre el mar, solo entonces allí bajo su mirada reviven las aguas mortecinas, acotadas en el foco de su torrente de luz.

Como es sabido, nunca llueve si se coge el paraguas. Así pues tras la salida de mi habitual compra, a la vista de mi artilugio portátil han huido las amenazas de precipitación, y éste se me convierte en un trasto simpático pero inútil entre las manos.

El firmamento ha suspendido operaciones de lluvia, y se deslizan unas nubes blanquecinas y algodonosas sobre el mediterráneo dejándole una superficie de una tersura luminosa, con un suave gris perla iridiscente.

A media mañana, todo ha cesado, un ligero levante comienza a estremecer la tranquilidad de las aguas, el sol se adueña de sus espacios propios, la playa ofrece sonriente su reposada soledad a los escasos bañistas. Solo unos hermosos nimbos enfáticos y ampulosos coronan con su falaz nieve las montañas que se asoman sobre la bahía.

El agua es de un verde opalino y cobre, translúcida y fresca, la superficie picada y ligeramente nerviosa por el viento, con unas alegres y pequeñas olas que dibujan un blanco espumeante y móvil en la evanescente orilla.

Mientras, entibiado por la brisa, ayuda a secarse luego el calor solar. En su atemperada relajación todo parece detenerse, tiempo, y pensamiento si todavía queda alguno.

La tarde es abierta, limpia, luminosa. Al volver después del trabajo por el parque el sol parece pasear conmigo, entrando por los caminos de tierra, jugando caprichoso a deshacer las escondidas sombras.

Se termina el día, y el crepúsculo se llena de nuevo de nubes y nimbos, que comienzan a oscurecerse lentos y dormidos, tras relumbrar por instantes con algunos rosas imprecisos, con un azafrán amarillento y fugitivo.

La noche llega arrastrando, por la orilla del mar, un tumulto sonoro de olas de levante, que interpelan sin descanso al silencio.

Pero la respuesta se la lleva entre las sombras el viento.




© Acuario 2009

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