jueves, 29 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 29 Jueves



Una confusa mezcolanza de nubes apenas consistentes encuentra el sol sobre el horizonte al iniciarse el día. Pero en escaso tiempo, impetuoso consigue, ser por completo el único señor de la mañana, sobre un mar detenido, apresado en sus sueños, luciendo una ligera plata blanquecina que el cielo le obsequia.
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Tanto empeño ha puesto el otoño en no serlo que lo va consiguiendo. Caminar hoy sin sombra es acalorarse de cierto, el escaso levante no logra atemperar la claridad impetuosa que sobre la playa se abate, delicia de turistas y de los afortunados asiduos que no se niegan un baño ni en invierno.
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Asi pues paseando a la sombra voy y por la sombra andando vuelvo, que para caminar, me sobran y bastan mis pensamientos, remedando al poeta, y eludiendo como puedo, por las calles del interior del barrio, la alta temperatura cercana a la soleada línea de la costa.
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El mediodía me encuentra instalado como un corcho flotando alegre, en la fresca delicia de un mediterráneo que sigue en apariencia dormido. Sólo de tarde en tarde una amplia e inapreciable, extensa elevación de las aguas apenas perceptible termina sobre la orilla, regalando un blanco boceto de espumas a la arena, con apagado y quedo resuello. El mar de un verde opaco tiene, debido al calor solar y a la ausencia de olas, ligeramente entibiada la superficie.

En ambos lados de la bahía, los montes que la enmarcan parecen querer esconderse tras un tenue y azul velo sin llegar a poder conseguirlo. Sobre el perfil marino, las lejanías se difuminan imprecisas, la cálida superficie de las aguas deja escapar un tenue vaho, una ligera e incierta neblina.

La tarde es toda luz, dorada, abierta, sin nubes. Al terminar ya de vuelta, el griterío de las aves escondidas en la arboleda del parque es toda una oleada de llamadas, mensajes, la viva expresión del gozo de vivir, de asistir al asombro de un crepúsculo que colma de un ilimitado e irreal amarillo a la limpia extensión del cielo.

En el puerto, la ensenada se mira presumida en el dorado traje con que el firmamento la viste mientras una enorme bandada de gaviotas en lo alto sobrevuela sus aguas.

Cae la noche y todo es distinto, todos los caminos se abren, todos los recorre una luna creciente que hace suyo el negro murmullo del mar oculto.

Sin nubes, todos los luceros acuden a verla y admirarla en secreto.




© Acuario 2009

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