jueves, 22 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 22 Jueves


Enmarcado entre bien desarrolladas nubes el sol apenas encuentra hueco para esparcir su luz y su refulgente mirada sobre las aguas, hoy nerviosas, con un oleaje ligero de poniente. Pero cuando se abren los movedizos y blancuzcos nimbos, el mar respira un instante empíreo, un celestial momento de viva y radiante luminiscencia. La playa se ha resignado a su desamparo y abandono, solo acompañada por la inquieta línea de móviles espumas en la orilla.

Una ligera lluvia que apenas ha dejado unas gotas en el camino inicia el día. Las palmeras rotas por la ventisca de ayer han sido retiradas, su ausencia deja un hueco de oculta añoranza entre sus colindantes y aún enhiestas vecinas. Los porfiados tocones se han quedado plantados en la arena intentando comprender lo sucedido. La máquina limpiarenas que pasa a su lado intenta contarlo pero su ruidoso y oxidado lenguaje impreciso se pierde tras ella que sigue adelante sin pararse y detallarlo

Cuando termino mi diaria compra salgo a la calle y un alegre chaparrón que comienza me dá la bienvenida. Nos hacemos amigos en seguida, bajo mi ancho paraguas veo bullir a los charcos de vida. Las gotas de lluvia que en ellos caen forman instantáneos y pequeños circulos que se esconden tan rápidamente como se expanden en la superficie del aguazal. En el largo y extenso paseo peatonal de vuelta, nos hemos quedado solos, el camino, el feliz aguacero, las palmeras y yo.

En la lejanía la tranquila precipitación extiende un tenue velo oscureciendo las distancias, difuminando el horizonte. Por toda la extensión marina, verde ceniza agitada, se ve un matiz deslustrado, una esmeril movilidad debida a las salpicaduras que le llueven incesantes encima.
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Empero al mediodía todo ha acabado, el sol entreabre los cielos, el mar se viste de todos los colores, a la salida de las torrenteras ambarino y verde, turquesa cercano en la orilla, bajo las nubes profundos y oscuros azules, y otros luminosos y eléctricos, casi nuevos, cuando la brillante luz solar cae sin límites sobre la bahía.
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A las horas inicales de la tarde, todo es luz, unos nimbos diáfanos, níveos, asombrados acompañan al astro de fuego. En la playa, sobre una cálida arena limpia y nueva, media docena escasa de afortunados bañistas, inmersos en el goce, fascinados y diluidos hasta el arrobamiento en el acogedor abrazo solar.

Aunque impetuoso cuando acudo al trabajo, el fuerte viento norte es templado. Una primavera otoñal sedosa y bonancible respira la ciudad. Sobre ésta, el aire y el cielo vibran felices en sutil armonía.
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Por los pequeños senderillos del parque, en sus lindes, bajo los bancos, donde nadie los pisa, hay pequeños paños de verde musgo que han resurgido con nuevos bríos y verde aspecto gracias al abundante remojo de esta mañana. Toda la vegetación tiene sus hojas acicaladas, exultantes. El macizo vegetal está dichoso, ronroneando en silencio, mecido por el persistente aire.

En la ensenada marina, las gaviotas se han asentado flotando tranquilas sobre la superficie, dejando sus blancos racimos de puntos entre los azules plateados de las al fin, quietas y sosegadas aguas, que casi de inmediato el crepúsculo torna en alucinados rosas, en fascinantes violetas desde el ahora abierto cielo.

Hoy de seguro la noche vendrá presumida con su chal de negra seda rebosando rutilantes estrellas.




© Acuario 2009

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