jueves, 15 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 15 Jueves


El sol espera oculto bajo el horizonte que la mañana le entrege completa la dorada luz del alba, el mar se viste de oro y calla. Apenas alguna ola murmura en la orilla. El viento apagado y quieto. Sobre la desnuda y solitaria playa solo la quejumbrosa máquina que limpia la arena, de un lado a otro, con sus faros encendidos como ojos de luz insomne, arrastrando sus metálicos ruidos y lamentos desde la oscura madrugada. Una mínima luna, escasa y delgada raja de melón, se ha quedado olvidada y ya sin estrellas en un cielo vacío. Hoy el firmamento no encuentra nubes en las que reclinarse y echar su última cabezada.

Con la tostada y el café tras una ducha tengo ya la cuerda dada. O las pilas puestas, que ahora los artilugios mecánicos no tienen resortes, ni espirales, ni muelles a los que dar tensión y energía. El camino y la calle siempre tienen las puertas abiertas, hoy soleadas bajo una mañana agradablemente fresca. Los aportes de arena a la playa continuan, y también en el camino los riegos sobre la arena y tierra asentándolas, medio enfangándolo todo además. La gata en su habitáculo como ayer, o asustada o dormida, no sale cuando se la llama. Pienso seriamente en cambiarle el nombre y llamarla Cobardilla.

Como el viento hoy no levanta cabeza, nada se mueve. Las palmeras aparecen inmóviles, descansando al fin, con una serenidad insólita en ellas. El cielo quiere ser añil, pero solo consigue un bello azul eléctrico, que hace suyo todo el espacio aéreo, nada se le opone. Una gaviota solitaria volando lo intenta, pero desiste ante la inmensidad del victorioso infinito.
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En la playa, apenas docena y media de bañistas asoleándose, frente a unas adormecidas aguas. Solo un ligero temblor recorre inquieto la superficie, con un opalescente turquesa que ansía ser verde, en ocasiones parece respirar elevándose pausadamente. Quizá fresca, no fría, permite nadar un buen rato. El calor del sol al mediodía ayuda a secarse bien luego.

La tarde es dorada y dulce como uva de otoño. La ciudad se entrega a su luz desenvuelta y cálida, bajo un cielo con todos sus caminos abiertos al azul que los recorre evasivo.
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Todavía en sus últimas horas, cuando vuelvo, resplandece el día. Con unas migas acuden, al verlas, las palomas. Su sencillez abierta, su candor animal me envuelve mientras bulliciosas rivalizan por conseguirlas, ante el banco en que me he sentado en el parque. Al otro lado, tras una larga verja el puerto, y más allá a su entrada el blanco faro, por último el mar.

Que se llena finalmente de platas azuladas y diversas, mientras el crepúsculo regala sus efímeros violetas y rosas. Los mirlos ocultos, anuncian el fin del día con sus heterogéneos silbos .

La noche respira de forma intangible, mientras en las sombras la mar se adormece con una calma oculta, indefinible, distinta.



© Acuario 2009

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