viernes, 2 de octubre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Empeñada en silenciosa lluvia, la mañana inicia un nuevo día. Nadie se ha apercibido ni ha podido oír la suave y callada llovizna, ni tan siquiera Susanito que acude mojado, empapado de felicidad, cuando se le llama para el desayuno. Las gatas han sabido guarecerse y cuidadosas se han puesto a cubierto. Evitando disputas, les dejo algo a cada uno de los bichejos, mientras comienzo mi camino, bajo una fresca mañana húmeda de abril.

Las ruidosas máquinas golpeteando en la acera, en la calle, han alejado a los gorriones de los lugares suyos habituales, pero camino solo un poco más allá y los encuentro impacientes y decididos a comerse todas las migas, peleando entre los lentos palomos y evitando sus picotazos. Las pequeñas, rápidas y listas avecillas saben sobremanera eludir sus amenazas, y casi siempre consiguen llevarse los trocitos de pan en liza con las palomas.

La suave luz del día, tamizada. El sendero de la playa tan solitario como ésta.

El paraguas concede bajo su abierta y mínima bovedilla un lugar agradable para el paseante. El oleaje es un rumor insistente, asediado por un tesonero poniente que empuja grises nubarrones sobre un mar verdoso y ensombrecido.

Pues la lluvia no le gusta, Piratilla asoma su cabeza cuando se le llama con un silbido, desde el fondo casi de un recodo. Protegida en lugar seco por otro agujero del muro, cegado e inútil como desagüe, pero espléndido para dormir sin humedad para una gata lista. Hoy le toca pastilla, para evitar que el celo le empuje a crearse más problemas con más descendencia sin futuro. Mientras le pongo su comida en un cuenco se entretiene en querer cazar a una paloma que ronda curioseando a nuestro alrededor.

El mediodía poco a poco va deshaciéndose de las nubes, y el viento sopla con decisión para conseguirlo completamente. Cuando al principio de la tarde enfilo hacia el trabajo, nimbos iluminados por el sol me acompañan. En el puerto, la mar picada, aguas cobreoscuro, inquietas, hacen cabecear a los buques que tensan las maronas de los norays con sordos crujidos.

Frente a la salida/entrada del puerto, el tráfico detenido, molesto, gusanera de hojalata cargada de nervios y ruidosa, pretende avanzar a golpes de bocina.Todo se queda atrás cuando las calles del centro me acogen con su silencio vacío. De momento, ningun trabajo para comenzar, todo acumulado al final. Cuando consigo poner fin a la jornada, las piernas recuperan alegres la vuelta apresurada. Por el parque, parejas, turistas, algunas ramas caídas por el viento.

Mientras escribo, la noche muestra su sonrisa. Una luna desaparecida, pero las estrellas la esperan. El viento se empeña inútil en llevárselas sin conseguirlo. En silencio, la mar se va adormeciendo y sueña.




18 Abril 2008
© Acuario 2009

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