sábado, 31 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 31 Sábado


Nadie sospechaba la sorpresa reservada para hoy.

El amanecer es despejado, limpio cristal para la luz inacabable del sol, sonriente y alegre en su feliz algarabía. El mar apenas muestra signos de actividad, reposa detenido, fabula en cerrados sueños sus inaccesibles anhelos.

Si acaso podríamos creer que hay un imperceptible viento que quiere pasar desapercibido. Apenas se inclinan hacia el este las ligeras columnas de humo de los tres inmensos paquebotes atracados en el muelle de levante. Las palmeras amodorradas y quietas, sus palmas caen desmadejadas, entregadas por completo a la luminosidad y al suave calor de la mañana.

En el cielo, un delicado dibujo blanquecino apenas visible concede al caminante un agradable alivio al velar mínimamente la generosa radiación solar de este verano que aún no quiere irse

Cuando vuelvo de acarrear víveres, lo que apetece es refrescarse. La playa está bien animada, el excelente tiempo se ofrece espléndido, el agua luce sus mejores azules.

Me entretengo un poco tomando una cerveza y leyendo, y cuando pasado el mediodía bajo a la orilla, veo venir lentamente una oleada de blanca y baja niebla impulsada por una suave brisa del oeste, que va borrando poco a poco la enorme arquitectura de los buques en el puerto. Sus altas chimeneas asoman como pueden la cabeza por encima de su espeso y níveo velo. Los barcos son ahora sólo metálicos cilindros por encima de la densa neblina, mientras que intentando ver algo las espigadas grúas afloran sobre la tupida bruma sus pináculos de mecano articulado. A un lado y otro de la bahía, los montes, las orillas han desaparecido.

Aprovecho el claro de sol que aún conserva la playa y nado un cierto rato, en las hoy sí completamente cristalinas aguas, vigilante ante el cercano cierre de la niebla. Me da tiempo para luego secarme al cálido medio sol que consigue llegar a la orilla.

Así comienza la tarde, todo se lo va engullendo la imperiosa niebla. En sus mágicas y difusas luces apagadas las palmeras se dibujan como un estallido de sombras. El mar se ha quedado solo, y se queja lastimero y tierno, murmura con mínimas olas sobre la arena ahora desnuda, oscurecida y solitaria. Apenas nadie pasa, en la distancia ululan de vez en cuando las sirenas de los navíos intentado navegar pese a la dificultosa visibilidad reducida.

En la confusa atmósfera con que finaliza el atardecer las aves conquistan todo el denso espacio opalescente, un vencejillo vuela frente al ventanal y vuelve de tarde en tarde a posarse sobre los toldos recogidos, mientras escondidos hoy doblemente los mirlos deciden con sus melódicos silbos contar todo lo que piensan.

El crepúsculo y las primeras luces que la ciudad enciende dan a la niebla un tono violáceo, y al final anaranjado, mientras el aire húmedo es hoy el manto de la noche y las sombras.

Otoño, al final llegaste a tu cita.



© Acuario 2009

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