domingo, 1 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 1 Domingo


La mañana asoma su sonrisa de nubes, suaves y cremosas, de un lado al otro del horizonte. Amanece sin niebla y sin sol, pero aún dormido nada sabe de eso el mar. Sin olas, su líquido caudal azul de apagada ceniza se extiende hasta la orilla apenas rumorosa. Una luz ambarina desciende amable sobre la ciudad.

La playa sólo encuentra hoy su vacío. El aire sin saber a donde ir se ha quedado quieto, no hay viento. La noche ha dejado una atmósfera húmeda, pero franca, con un bullicioso frescor estimulante. Por la arena alguno que otro corre haciendo ejercicio pese a la temprana hora. La calle en silencio, de su soledad se lamenta y rezonga, pero nadie puede escucharla.

Con lenta determinación el sol va abriendo la nubosidad y el mediodía comienza a ser luminoso. Tras mi diario paseo, ya hace cierto calor, y acudo a bañarme en la ahora soleada ribera marina. Sólo habrá una docena larga de personas sobre la extensión de la arena, y quizá para hacernos compañía un ligero poniente concurre sosegado y apacible.

El agua es un fresco cristal, suavemente tonificante, de un azul jaspeado con una leve sombra de nácar gris. Cuando después de nadar un rato voy saliendo, un pequeño pez, no más grande que una sardinilla, empieza con valiente agresividad a ¿morderme?, en la piel noto sus intentos de ¿asustarme?. Debo haber entrado en su territorio de puesta de huevos, o es un defensor intrépido y a ultranza de su mar y de su espacio. A pesar de apartarlo con la mano, vuelve fiero y decidido, haciéndome entonces sonreir realmente.

La tarde es blanda luz de seda dorada, que se va haciendo de lento color rosa cuando el sol regala su última mirada desde poniente. Una línea violeta sobre la lejanía del horizonte sin nubes, mientras la noche comienza. Enorme, la luna desde lo alto del cielo asiste observadora y curiosa. Todas las distancias de la bahía se colman de brillos, mientras, ofrenda de la luna llena, un burbujeo de incesantes estrellas y destellos de plata juegan y se bañan en la oscura orilla. Tranquila, la mar suspira y murmura entre la opaca negrura. Hay un buque en lontananza, sus amarillentas luces recorren temblorosas sobre las tenebrosas aguas un inacabable camino hasta tocar la arena dormida.

La noche abre siempre, hoy también, el corazón de sombras de su tabernáculo para ofrecerte en su limpia sencillez una pura llama de luz amiga.




© Acuario 2009


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