miércoles, 4 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 4 Miércoles


Con mimética armonía el día imita al precedente.

El mar sin olas, mágica hoja en la que escribe el viento, no desiste de presentar la polifacética gama de sus agitados azules, que la acometida del aire soplando sobre las aguas encrespa y transforma, llevando a ellas un fugaz estremecimiento y colmándola de variados reflejos plateados y móviles.

Las gaviotas han hecho suya la ensenada y al abrigo del viento en la rada flotan sobre la superficie en bandadas, aportando sus humildes puntos blancos a la mezcolanza de turquesas y verdes azulados que se mueven de un lado a otro sobre el manto acuático.

El viento que desde ayer persiste, componente norte, va trayendo sin cesar, con su fresca terquedad, cada vez un poco más al renuente otoño. La playa muestra un soleado abandono de bañistas, sólo algunos adictos perseveran obstinados y han acudido pese a todo a sumergirse, ya que no en el ahora frío mar, en la iluminada belleza del día. Sobre ellos, el sol regio, y algunas escasas pinceladas blanquecinas, altos estratos inmóviles y exiguos, endebles, perdidos en la limpia atmósfera de vivos azules que corona el día.

Hoy tengo parte de la mañana ocupada, no sólo en mi animada y bonancible caminata diaria, también he de ocuparme de la sustitución de la batería del coche. El mecánico tiene su taller detrás de mi vivienda, y con un pequeño carrito llevamos el nuevo acumulador de carga al garaje donde tengo aparcado el vehículo, y en un santiamén lo sustituye y ya tengo el problema resuelto. Total, ¿ para qué quería cien euros de más en el bolsillo ?.

Cuando al iniciarse la tarde acudo al trabajo, flamean a todo trapo las banderas situadas en la cresta del parador que culmina el collado, tras los inmuebles que forman el barrio. El fuerte empuje de la ventisca no cesa de zarandear las enseñas. Hoy es necesario proveerse de cierto abrigo, cuando concluya la tarde, a la caída del sol la temperatura también se irá a paseo en las manos del viento.
.
A la vuelta, la arboleda del parque se mece insistente y bulliciosa. Un enorme ficus de casi cincuenta metros de altura y extensas ramas, expuesto al ventarrón y solitario en una isleta del tráfico, revuelve de un lado a otro sus hojas, toda su arbolada estrutura, parece cobrar vida, agitarse en desesperada emoción, en inconsolable y atormentado desconsuelo.

Sobre el puerto hay un doble techo de nubes, unas altas, estáticas, blancas, mientras que las otras, bajas, móviles, recibiendo los últimos rayos solares más sesgados, tienen un color rojizoamarillento, casi salmón. Cuando llego a casa, la situación es inversa, son ahora las situadas más arriba las únicas a las que el sol despide con tonos rojizos, mientras que las bajas muestran un sedoso gris irisado.

Mi querido vencejillo solitario ha hecho suyo los toldos recogidos y enrrollados. Desde ellos va y viene lanzando en ocasiones algunos breves y débiles, agudos chillidos.

La luna aún no ha venido, pero algunas olas de poniente en la playa, rumorosas e incesantes la llaman.




© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario