domingo, 15 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 15 Domingo


Sobre la casi completa extensión marina detenida e inmóvil, el crepúsculo derrama generosamente un iluminado marfil que llena el silencio de la mañana. Sin nubes en su camino el sol toma generosamente y hace suyos todos los espacios del día. En la calle la soledad pasea con calma, en ocasiones se sienta en un banco frente al abierto mar, frente al horizonte que extiende su infinito lleno de luz y de azul distancia.

Con lentitud los escasos peatones pasean a sus perros, que deciden tomar al asalto los olores de las esquinas, las farolas. Con indeclinable interés los canes olisquean todo lo que a su paso encuentran. Las palmeras aún bostezan.

Tomo mi ligero ejercicio de paseo diario con ánimo y resuelta alegría en los bolsillos. Al verme venir la gata de la playa se asoma de su agujero, y mientras le pongo algo de comida dentro de su refugio, ella se anima a tumbarse al sol, un rato lamiéndose por aquí o por allá. A nuestro lado no dejan de pasar corredores arriba o abajo, felices en su incesante trote.

No hay caminos para el viento dormido, anclado, desaparecido. El mar permanece sin olas, callado en la orilla, extiende redes de cobalto oscuro en la lejanía, mientras en la bahía se reviste de plateado azul.

Con el mediodía una fina estameña de nubes endulza y vela ligeramente la luz solar. Las sombras desvanecen sus perfiles, el día toma una ensoñación amable e inesperada. Sobre las palmeras se ven algunas parlanchinas y ruidosas cotorras rebuscando amarillos y maduros dátiles que a veces medio comidos caen sobre los viandantes que pasean. La playa se anima de juegos, bicicletas, gritos.

La tarde parece estival, el viento sigue olvidándose de acudir, sólo la dorada claridad del sol llena el tiempo blandamente, sesteando a sus anchas. En una lenta progresión inexplicable, cede despaciosamente su aúrea extensión de luz a la mágica pincelada de rojizo marfil que desciende sobre las aguas, desde las escasas nubes ya al final de la tarde. El cielo y la mar se funden en un solo celeste irisado, en un nácar plateado aéreo y líquido, mientras el horizonte desaparece en su mutuo abrazo.

La noche es silenciosa, el mar suspendido, quieto, sin murmullos en la orilla. La ensenada en penumbra es un oscuro espejo de negro azabache, sobre el que los reflejos de las luces de los barcos se extienden en interminables caminos. No se mueve una brizna de hierba, ni una hoja. Las palmeras son estatuas buriladas en las sombras.

La luna en ninguna parte, no sabemos dónde está, y las estrellas sonrien pero no saben...... o no quieren decirme nada.



© Acuario 2009

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