jueves, 5 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 5 Jueves


El día no abre sus puertas, sino más bien son derribadas por el empeño de la ahora terca ventisca. El aire de septentrión ha llenado de fresca transparencia la mañana, y dibuja alocado sobre la superficie del mar móviles e inquietos arabescos. En la distancia, hacia el horizonte, se ven encrespadas las aguas, se asoman las espumas de las olas alejándose, buscando las costas de África.

Las gaviotas se refugian en la ensenada en enorme multitud hoy. La bandada de pequeños puntos blancos ocupa casi la mitad de la bahía. El mar sostiene como puede sus traviesos y fugaces azules que huyen incesantes de un lado a otro.

La playa solitaria, sólo el calor y la luz del sol la llena. Apenas una inexistente ola sobre la arena.

Son días estos en los que caminar es llenarse de rumor de hojas, de la sonoridad de las palmeras cimbreantes, del siseo misterioso de voces ocultas en la fuerza del viento. El paseo se inunda de pequeños dátiles abatidos, los peatones hoy caminan menos decididos y resueltos.

Sin embargo la excepcional belleza cristalina de la mañana, la inmensidad azul repleta de brillos y destellos del mar, el hipnótico añil del limpio cielo, el oceáno de luz solar incontenible, es suficiente para colmarme de un júbilo secreto. Uno asiste abrumado y suspenso al primer día de la creación redivivo y eterno.
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El parque se cubre de hojas caídas, ramas por los suelos, vegetación abatida por la continua avalancha del vendaval que señorea la incipiente tarde mientras voy camino del trabajo. Cuando termino éste, sobre el firmamento planea una nubosidad imprecisa.

Con tan sólo 17 grados centígrados de temperatura, y ya sin apenas sol, hay que andar deprisa para calentarse. Y detenerse un momento, a degustar algo tan español como un chocolate a la taza bien caliente, con crujientes churros recién hechos, que una merienda hoy se necesita, apetece y entona.

Las últimas luces del crepúsculo llenan de rosado marfil el celeste espacio. Sobre el mar espejea en incansable danza el cromatismo final de la tarde, en agitada mezcolanza con los plateados azules que el soplo del aire mueve sobre el agua.

Han podado las palmeras, y los abundantes mirlos apenas encuentran soporte en las escasas palmas que quedan. En pocos instantes las alas de la noche cubren con su protectora oscuridad a los mirlos y a la playa, mientras dos cruceros atracados en el muelle refulgen de luces e incandescentes faroles y bombillas rodeados de negrura y sombras.



© Acuario 2009

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