domingo, 8 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 8 Domingo


Cuando el sol se asoma sobre el horizonte encuentra ante él un variado caballete de nubes. Frente el lienzo de diversos blancos que ante sí tiene, sabe encontrar en su paleta de delicados matices una irisada gama de tenues amarillos, pálidos cremas rojizos e iluminados rosas. Pero inconstante, a poco se deshace de cuadro y pinceles, y toma curso ascendente sobre la línea de la mar inundada de nuevo con una impaciente, precipitada y septentrional ventisca.

El mar no toma cartas en el asunto, no vá con él la ventolera. El torbellino decide articular sus olas más allá de la quieta y todavía adormecida bahía. Con la azulada serenidad mágica de sus cobaltos e iluminados turquesas, las aguas se extienden infinitas y amorosas entregando a los dos navíos anclados en la rada todo su corazón de interminables caminos y ensoñadoras aventuras y distancias.

Mostrando la dormida lentitud inicial característa de un día festivo la ciudad, las calles comienzan a ofrecer su tranquilidad silenciosa, que el sol va entibiando, pero en las que el viento busca propicios cauces para asomarse alocado y llegar a la playa y a la ribera marina. Allí por donde se asoma con impetuoso ánimo las palmeras se despeinan, se balancean, se quejan.

Afortunadamente, el camino de la playa, soleado y protegido del viento, ofrece sus abiertos brazos para un agradable rato de paseo. Piratilla espera asomada a su escondrijo, tomando con el lento reposo que caracteriza a una gata un poco del calor de la mañana. Las noches ya refrescan y el apetito de la hora del desayuno aumenta.

Un mediodía lleno de risas y juegos de los niños en la playa, mientras en la arena algún nostálgico del verano intenta ser bañista. Deseo que las ahora frías aguas dejan en solo éso, un humano deseo. Una regata de pequeñas y blancas velas aprovecha que el aire ha rolado a poniente a media mañana. Las gaviotas en su multitudinaria reunión flotando sobre la superficie marina a nada atienden, solo sestean.
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La tarde es un lugar de encuentro, en la alegre compañía de una ya sólida amistad, con la que la charla se distiende y expande a lo largo de unas horas bañadas en la lenta y relajada luminosidad vespertina. Para conversar también con nosotros el asombroso panorama del crepúsculo acude, con su silencio sapiente, con sus potentes nubes que nos sobrevuelan y juegan fascinantes entre los últimos destellos y colores del día.

Hasta que la ciudad se abre esplendorosa en miríadas de luces.

Mientras tanto y cada vez más, con su bayeta de negras sombras la noche poco a poco, a todas las vivarachas luces les va sacando renovados brillos con discreción amorosa, consiguiendo así hacerlas relucir aún más mágicamente.




© Acuario 2009

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