domingo, 29 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 29 Domingo



Sobre la línea del horizonte nuboso ha quedado un largo resquicio por el que la mañana anuncia, con amarilla bandera y roja enseña, la inminente llegada del sol, dorada explosión silenciosa, que en breve asciende y las extensas nubes hoy ocultan. El mar en calma, apenas un viento norte parece acudir desde tierra. Y con una paz sosegada, lenta, unas gotas primero escasas, más animadas luego, la lluvia hace acto de presencia. Todas las gamas de grises, blancos e iluminados, oscuros y amenazadores, lejanos e imprecisos, pálidos y difusos, con todas las formas, nimbos de fantásticas configuraciones, imitando grotescos animales en lenta danza, largos e interminables estratos, cenicientos e uniformes tapices, el cielo se llena de todas las arquitecturas posibles.

Hoy hace fresco, por el camino no voy andando, más bien, entre aguazales y charcos chapoteando. La playa no solitaria, sino desolada, parece más grande en toda su extensión vacía. El mar, extensión ceniza enmudecida ligeramente verdiazul, sin olas, acude silencioso a la orilla para escuchar maravillado el apagado rumor de la lluvia, que inunda con su sosegado mantra la difusa claridad de la mañana. El aire renovado, deja sus frescos perfiles de estimulante frío, y anima el paso.

Apenas me cruzo con nadie a mi vuelta por el paseo de palmeras. Hay que tener cuidado con el cercano tráfico de vehículos, pasando por encima del empantanado asfalto, levantando salpicones que llegan a todas partes, peatones incluidos.

Con el mediodía cesa el chaparrón. El cielo persiste gris, extensión de todas las mezclas posibles de blancas y oscuras nubes, que ahora parecen detenidas, descansando. Las palmeras chorrean agua, limpias, con sus troncos húmedos. Hay alguna cotorra gritona que alegre come dátiles subida en los maduros racimos. Un único pescador desafía soledad, lluvia y frío, con una infinita y callada paciencia en la orilla.

Al iniciarse la tarde, el velo de la lluvia vuelve a dejar sus brumas en la distancia y sus rumores en la calle, insiste en llenar los charcos y vacía la calle casi en absoluto. No hay más colores que los de dos globos, un niño con un globo azul, y una niña con otro rojo que vuelven con sus padres quizá de algún cumpleaños. El paseo asombrado les abre toda su desierta calzada, mirándoles con agradecida ternura sorprendida.

Un ligero poniente anima a unas escasas olas que rompen sesgadas su blanco rumor sobre la playa sin nadie, ya oscureciendo. El cielo se ha hecho uniforme y denso gris, mientras continúa el aguacero.

Alrededor de las farolas ya encendidas las gotas de la lluvia cayendo se iluminan como fugaces perlas de luz. Una pequeña maravilla que con su negro decorado logra destacar el escenario de sombras de la noche.

Mientras, las luces de los barcos perdidas en el confín de las aguas abren el corazón de la negra oscuridad a todas sus ignotas añoranzas.





© Acuario 2009

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