viernes, 13 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 13 Viernes


Durante la noche pasada, poco a poco, un ligero levante ha ido trayendo dispersos velos de imprecisa neblina que desdibujan los perfiles del alba, que en la distancia del horizonte esconden el encuentro del mar con el cielo. Un solo igneo y rojo amanecer líquido y aéreo, nadie puede discernir donde están los límites del agua con el firmamento. El mar se extiende relajadamente de un lado a otro de la bahía, parece que ha olvidado el mágico conjuro que le dió Neptuno para cincelar olas, la superficie marina inmóvil se pierde entre retazos de ligeras brumas en la distancia.

Por la arena húmeda aún del relente de la noche sólo pasa incesante arriba y abajo a lo largo de toda la playa la agotada máquina de limpieza arrastrando como puede sus cansados ruidos. Hay siempre algún corredor matutino persiguiéndose a sí mismo. Entre tanto con lenta parsimonia, el barrendero toma el sol de la mañana, mientras en la acera va barriendo las sombras. Sobre el cielo hay débiles y blanquecinas, largas y distraídas nubes o que pretenden serlo. En el aire flota una suave humedad invisible olvidada por la noche al irse.

Como hace un agradable fresco, andar es la mejor y excelente forma de comenzar el día. Mientras la ciudad despierta y el mar sigue aún dormido, la arena se va entibiándo bajo el apenas velado sol en la escasa bruma. Mi casi solitario camino serpentea sin apremio, entretanto, a tan sólo cien metros de él sobre el asfalto, el progreso lucha y compite entre vehículos y prisas. En la prehistoria de nada más que con mis piernas andando, la paz es un tesoro por la civilización perdido.

LLega el mediodía blandamente, y aunque en exiguo número, los bañistas son dueños de todo el sol y todo el tiempo del mundo. La neblina sobre el horizonte se ha teñido de un tono violáceo, en tanto que en la distancia los montes flotan sobre un pedestal de blanquecina bruma. Una barca faena, la siguen, sobre ella volando en círculos, dos gaviotas, esperan pescar estas al menos el descarte de la morralla. Hay una luz atenuada y flexible que dora suavemente los perfiles del día.

Cuando vuelvo por la tarde, en el parque bajo los árboles todo parece hacerse uno, las parejas, las aves canoras, el agua de las fuentes, la luminosidad apagándose del crepúsculo. Por el oeste suave crema, en el este rosa magnífico. Al llegar a casa el mar se muestra por unos instantes endiosado de violeta y azul rojizo.

Sobre la noche desciende, sigilosa y casi de improviso, un manto cerrado de niebla que presta un aura de esplendor desconocido a las luces de las farolas, que renueva todo con el ensueño de un mundo perdido, mientras el encubierto mar desaparece escondido en la oscuridad de las sombras húmedas y confusas.



© Acuario 2009

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