viernes, 6 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 6 Viernes


Los más espléndidos e inquietos ríos de cobaltos y turquesas exhibe orgulloso el mar desde primeras horas de la mañana. Aunque amainado ya en buena medida el viento, éste no ceja desenvuelto y juguetón de remover insistente la superficie del agua, que el sol inunda de innumerables y agitados reflejos, de deslumbrantes e iluminadas, primorosas alhajas palpitantes y vivas. De un lado a otro el soplo vivaracho y enredador del aún potente aire dibuja evanescentes escalofríos que trasmutan en incesantes batiburrillos los bulliciosos y magníficos azules de la bahía.


Han acudido a visitar al sol algunos ampulosos y enfáticos nimbos acompañados de evanescentes e inmóviles cirros. Vienen en escaso número, sin cerrar la abierta luminosidad del día, que luce completa y vivífica sobre las filas de palmeras, agitadas por la animosa ventisca hoy también, a lo largo del paseo marítimo. Como hace menos fresco el camino se hace con más agrado, y más despaciosamente.

A la vuelta la playa ostenta con satisfacción indisimulada a unos pocos bañistas todavía, no todos han abandonado a unas espléndidas arenas a las que el calor solar corteja con su cálido abrazo. Uno sólo se ha atrevido a entrar en el agua braceando con manifiesta energía para defenderse así quizá de la más que probable escasa temperatura marina.

Poco a poco el viento se tranquiliza, se va serenando, mientras hoy también continúa la poda de palmeras en las manos de operarios suspendidos a la altura precisa, gracias a una pequeña grúa móvil articulada. Hay algún extenso y delgado cirro suspendido sobre el firmamento que vela ligeramente la luz del mediodía.

La tarde se ha hecho relajada, un punto indolente. Ayer con el apremio de la ventisca malvivía zarandeada y acuciada, hoy se deja caer a su aire, tomarse su tiempo de suave desidia feliz. Cuando termino el trabajo, sobre el puerto y la ciudad planean extensas nubes que cierran el crepúsculo con un apagado matiz ceniciento. Sólo en la lejanía, a través de algunos resquicios las últimas luces del día pincelan con un etéro ámbar algunos rincones abiertos en el nublado cielo.

La noche no aguarda. Toma la iniciativa y decidida esconde como puede al mar bajo su corazón de sombras, pero en la orilla el incesante rumor de las olas revela travieso a la luna el escondrijo de las oscuras aguas.



© Acuario 2009

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