lunes, 2 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 2 Lunes


El espacioso amanecer está solo. Antes de la llegada del rojo astro del día, debido a la humedad del aire, se ilumina casi en su totalidad de vaporoso oro. En ese manto regio de color amarillo, en sus límites, mezclado con el azul del cielo, se logran ver unos instantes de evanescente y fugaz, pálido verde. El mar espejea, quieto y sumiso, todo este ensueño de color sobre sus aguas.

Poco a poco la mañana toma caminos distintos. En las manos del terral la atmósfera ha ganado trasparencia, en las manos del seco y limpio viento noroeste. Con algunos nimbos algodonosos, blancos, va llenado la soledad ahora añil del cielo, va ensanchado casi los límites de la bahía, limpiándola de neblinas y brumas. El mar comienza de sí mismo a renovar sus aguas, sobre la superficie de la ensenada corren los vivos dibujos de plata que el paso del viento traza, sobre el oscuro cobalto de verde alma del piélago sin olas, sólo estremecido por la brisa.

La impresionante claridad del día anima prontamente sobre el paseo la presencia de peatones, corredores, ciclistas. El cristal de la mañana refulge bajo el sol único. A la vuelta de mi pequeña caminata diaria veo ya cierta afluencia en la playa. El agua todavía está sólo ligeramente fresca, se puede nadar un buen rato en su líquida lámina que el sol inunda de reflejos y brillos. Hoy los pescados me dejan compartir su mediterráneo sin asombrosos ataques imprevistos. Un rato secándose al calor luego mientras las escasas olas intentan llegar a la orilla, casi sin conseguirlo.

La tarde se llena de paz sencilla, de niños jugando mientras sus padres reposan en los bancos adormeciéndose al suave abrazo solar, bajo las cotorras gritonas que acuden a hurgar en los racimos de dátiles maduros de las palmeras estáticas, eternas. Sólo aquellas desprotegidas de los edificios y expuestas al soplo del aire cobran una vida distinta e inquieta, zarandeadas, agitadas, oscilantes y revueltas. En la mar, los barcos han aproado en la dirección del terral, señalando la ciudad y el noroeste. Los vencejos hacen suya la fachada, los ahora recogidos toldos, como centro de operaciones de sus casi continuos vuelos. De vez en cuando la Vida lanza un pequeño grito desde alguno mientras éste planea.
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El atardecer retira sus luces. La luna completa y asombrada, concluida y magnífica ha llegado por el este y está suspendida entre escasos jirones de nubes que el crepúsculo transmuta en perfecto rosa, sobre el zafiro denso y lleno, luminoso aún, del cielo. El mar recibe por unos instantes las mejores joyas del día y luego se baña de una lunar plata vieja, húmedas luciérnagas que bullen en la creciente oscuridad que se apodera de sus aguas.

Pero la luz de la redonda y entera luna es tanta, que hoy el manto de la noche no es negro, se ha llenado de sedosidad fosforescente, clarea. De la bóveda estrellada, del color de la noche se ha hecho dueño un denso, profundo, impenetrable e inaudito azul.




© Acuario 2009


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