lunes, 23 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 23 Lunes




Espléndida y fría mañana iluminada con generosa munificencia. El viento norte, desde tierra, ha estado toda la noche llevando su líquido y aéreo cristal sobre la ciudad y el mar. El sol encuentra un aterido amanecer que le aguarda friolero e impaciente. Pero nadie más, el aire limpio en la oquedad más absoluta, ni una nube, el horizonte perfilado con mano firme y precisa, sin brumas. Una única trilogía, el mar, el sol y el cielo, bastan para recrear el misterio: azul magnético abrazando al incontenible fuego solar mientras se derrama deslumbrante por el agua y el firmamento.

Hoy no me apresuro para salir, dejo que la mañanita se vaya templando y me tomo con lenta calma el ponerme en marcha. Una diáfana y límpida atmósfera aún fresca hace agradable el paseo cuando a media mañana estoy dirigiéndome ya a mis asiduas ocupaciones matinales. En la bahía se extienden sobre el mar los infinitos destellos rutilantes del sol llevando una agitada e ilimitada ignición a la superficie marina. Se escucha el rumor del aire agitando las secas palmas, cimbreando las palmeras deslumbradas. La arena removida por la fuerza de la ventolera ha hecho nuevo al camino de la playa borrando las habituales pisadas. La luz es tan intensa que parece irreal, tanto empeño tiene, tanta porfía, que termina haciéndose eje interior de la mente, fascinada por el incesante estallido de su resplandor.

Hacia el mediodía el viento se ha detenido y comienzan a llegar unas exiguas olas de levante. Es el anuncio de un cambio en la dirección del aire, que acude luego tras el oleaje que lo precedió como heraldo suyo. En la playa soleada algunos escasos bañistas, una roja sombrilla en la arena reta con su provocador colorido al mar que extiende en variado cromatismo azules pálidos, celestes, y también densos cobaltos en imprecisas y móviles pinceladas llenas de luminosidad y vida. La orilla comienza a dibujar unas mínimas espumas en la ribera marina, de nuevo bañada por las olas ligeras que el mar ha traido.

La tarde es señera, opulenta, soberbia, perfecta. Con la brisa equilibrada y el calor templado y exquisito. Un matiz dorado hace a la luminosidad más suntuosa y quimérica. Cuando mis tareas finalizan veo despedirse al crepúsculo abrazando con tenue sedosidad la intrincada arboleda del parque, mientras invisibles trigales extienden en los infinitos campos del cielo sus amarillos aéreos.

Una exacta media luna encaramada en el cénit sobre la ciudad encendiendo sus luces, y la noche abre su corazón de sombras y luceros, en tanto que el mar reitera en la negra playa una oscura salmodia inacabable, un ignoto encantamiento que habla de los hombres y su destino, desde más allá del origen del tiempo.




© Acuario 2009

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