miércoles, 11 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 11 Miércoles


Impecable, excelente, diáfano, bajo el inconmensurable palio diamantino y de magnético añil del cielo. El día abre así sus puertas. Como no podía ser más, ni de mejor manera ni de otra forma, viniendo de mi Serva la Barí, del interior y corazón de Andalucía, gracias al incesante viento del noroeste, seco, limpio, terral.

En esta plena desmesura de luz el goce de los sentidos es la única norma natural e inmediata que acude a la razón, para luego dejar a ésta las más de las veces atropellada en la locura de los excesos. Paradojas que el sabio sentir popular conoce, en esta tierra en la que el saber estar es suma y compendio de la ciencia de la vida.

Pero nada de eso impide a la mañana su belleza adolescente y nueva, ligera de equipaje, abierta, serena. El mar sobrecogido de admiración quiere cortejarla con sus mejores e iluminados cromatismos de líquido topacio azul y refulgente zafiro. Bajo el sol, único dueño de toda la luz y el asombro del cielo, el camino de la playa entre el tibio calor y la radiante presencia marina, es también hoy un inesperado regalo.

Entre el pequeño grupo de palmeras cercano al refugio de la gata en la playa hay siempre una bandada de palomas poco más o menos esperando mi paso. Al acecho, casi no me dejan seguir, vuelan y se plantan delante mía. La costumbre de llevarles el pan sobrante del día anterior me ha perdido. Son los palomos éstos, auténticos bandoleros al asalto de los caminantes con migas en los bolsillos. Siempre al saqueo se añade algún picaruelo y ágil gorrión que escamotea atrevido alguno de los trocitos que arrojo.

Al mediodía el viento rola, decide darse la vuelta, girar sobre sus pasos, tornar alrededor de su eje, se hace levante imprevisto, viento del este, que construye en poco tiempo un cielo a su manera, celeste azul, blanquecino. En la soleada arena apenas nadie se ha dado cuenta, una escasa media docena de bañistas tumbados y adormecidos, en otro mundo.

La tarde cuando salgo del trabajo es hoy más agradable que ayer, el distinto aire proveniente del Mediterráneo tiene siempre alguna tibieza, aún en otoño o invierno. Veo comenzar a la noche, sombreando cautelosa y a su modo el parque lleno de los sonoros trinos y los cantos de las aves. La dimensión de su mágico mensaje siempre pasa desapercibida por los peatones que van y vienen. Pareciera que los viandantes recorren en oculta condena otros desconocidos caminos, sin otro destino que alejarse de ellos mismos.

Un noche todavía sin luna, llena de sonrientes luceros titilantes. El mar ha reencontrado sus olas, agradecido al levante no cesa de salmodiar su alegría llevando a la orilla de la playa el blanco rumor de sus espumas. Las estrellas parlanchinas no cejan de hablar entre ellas con su silencio.



© Acuario 2009

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