domingo, 22 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 22 Domingo


Como extensa pincelada sobre el horizonte las escasas nubes, alargadas tanto como la línea del confín de las aguas, permiten entre ellas al sol curiosear primero tímidamente y luego inundar con todo desenfado de dorada luz la bahía, la playa. Apenas sin olas, nada agita casi la superficie marina, el viento sopla desde tierra, y agota y deja sin fuerzas a cualquier movimiento del mar hacia la orilla.

Nadie hay en la calle a esta temprana hora, al despoblado amanecer sólo lo reciben algunas palmeras agitando sus brazos, las que dan a las calles por las que el viento encuentra camino expedito entre los edificios que protegen de este aire norte a la playa.

En esta soledad afortunada las aves, los gorriones, las palomas hacen suyos todos los espacios urbanos, sin nadie que estorbe su vagabundeo en busca de comida. Investigan y rebuscan en pequeños grupos con alegre regocijo. De tarde en tarde cuando alguien pasa, levantan el vuelo para acudir a otro vacío lugar de la calle. Algún perro que va a lo suyo, de un lado a otro olisqueando aparece con su amo. En el mar fondeada cerca de la orilla hay una goleta de tres palos.

Tras un desayuno me pongo en marcha, bajo la abierta claridad templada de la media mañana. Una cierta animación ya ocupa el paseo, el día soleado anima a salir y disfrutarlo. El mar se inunda de azules diversos, el aire sobre la superficie crea móviles matices, plateados celestes. El viento seco va haciendo ganar distancia a la perspectiva marina, el horizonte se ensancha y sin los velos de la bruma gana la mirada intervalo y recorrido. Un carguero de mediano tamaño navega hacia el puerto, mientras otro alejado y repleto de contenedores ha echado el ancla.

El mediodía es un cristal de transparente aire, una completa luminosidad inunda la ciudad y el paseo. Con alegre calma la gente acude a estirar piernas o a moverlas rápido, corredores por la arena no faltan. El tiempo se despereza bajo la luz sedosa y fluída.

Es una tarde dorada, lenta, infinita. El cobalto de las aguas está lleno de movimientos y vida. La orilla no encuentra olas, la arena no tiene hoy del mar caricias. Las gaviotas en quieta y extensa bandada flotan al sol, puntos blancos sobre el azul profundo. Sólo algunas escasas nubes sobre el límite marino.

La luna creciente acude a observar el crepúsculo, es la hora de los mirlos y de los incansables vencejos, que vuelan incesantes frente a los edificios. En el aire sus agudos chillidos se mezclan con los aflautados silbos, diversos y siempre distintos. Un violáceo rosa busca en el mar encontrar espacio junto al oscuro ahora azul de las aguas. En la orilla sólo han quedado algunos pescadores y sus cañas. El aire norte ha traido una atmósfera limpia y una noche fresca, mientras en la bahía han encendido sus balizas dos buques. Sobre ellos en las últimas luces del atardecer vuelan alto las gaviotas.

Hoy las pícaras estrellas disfrutan de todo el cielo para hacerse guiños entre ellas.



© Acuario 2009

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