martes, 10 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 10 Martes


Cuando el alba se va inundando de color, durante unos instantes el rojo flamear del horizonte inunda de fluídas llamas la superficie del mar, pero en breves momentos luego se pasa del anaranjado líquido, al claro amarillo limón. El día se desayuna pues con dos zumos, de naranja y de limón. Queda por hacer la tostada, a la que el sol seguramente querrá solícito prestarse para dejarla bien crujiente.
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Este descuidado otoño lleno de luz dorada, a cada momento pierde las nubes y ya no las encuentra.

Sólo acude a dialogar con la ciudad aún despertándose el viento norte, hoy al menos sin la obstinación y la fuerza de días pasados. Ya a media mañana hay una docena corta de personas sobre la arena, pero en la playa no hay bañistas. Al menos de manera estricta, es decir, nadie se baña en las heladas aguas enfriadas por el viento septentrional. Pero todos acuden a inundarse del calor solar y del silencio rumoroso de una mar de perfecta turquesa que refulge en la generosa claridad ilimitada del mediodía.
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La luz, hoy como ayer, es el único océano concluyente y real que todo lo inunda
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Después de un rato tumbada entre sus piedras calentándose y soleándose, al lado del ventanal y sobre su pequeña piscina, Aurora la tortuga decide esconderse y refugiarse en un oscuro rincón que ha escogido bajo una librería. Quizá mañana ya no salga más, y su período de hibernación callada y quieta haya comenzado definitivamente anunciando así la próxima llegada del invierno.
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Según trascurre el día, el calor se hace más agradable. Las horas iniciales de la tarde son gozosas, tranquilas, sólo absortas en sí mismas. Inclinadas como siempre a la sencilla desidia. Hay algunas bocacalles por las que el viento enfila atrevido y sorpresivo acudiendo travieso a sobresaltar a las palmeras. El acompasado y rítmico ruido de los cascos de un caballo señala el paso lento y sosegado de un coche de tiro.

Al terminar el trabajo, hay aún algunas horas de luz vespertina. A la vuelta paso cerca del recinto portuario. Sobre la verja que lo circunda se ven las quietas grúas, y las metálicas moles y arquitecturas de los navíos mientras algunas gaviotas los sobrevuelan. El atardecer vacío de nubes se reviste sólo de un inestable amarillo postrero.

La noche se cierra sobre las luces dispersas por la extensión del mar, sobre las balizas de barcas y navíos. El viento ha cesado finalmente.

Agua y cielo, eternos amantes en la noche, se funden en un solo abrazo, en amoroso encuentro que las sombras velan y protegen.



© Acuario 2009

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