domingo, 27 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 27 Domingo


Alborea pausadamente, abriéndose sin premura las sombras de la madrugada. Con la ausencia de nubes el cielo parece más profundo, más amplio e infinito. El sol es recibido con arrobada expectación ansiosa. Tras días de sombras y penumbras, la ciudad se reencuentra a sí misma. Las aves lo celebran con un concierto de asombrados trinos, de escalas y gorjeos entusiastas. El aire húmedo y fresco comienza a entibiarse. Los charcos van desapareciendo. Hoy las palmeras respiran soleándose gozosas.

Vicky está siempre por la mañana a mi acecho. Salir y detectarme, y comenzar los maullidos para pedirme su desayuno es cosa de una rapidez digna de mención. Un viento norte comienza a dejar al mar sin olas, a remover alegre las palmas que encuentra.

El camino está al fin en su sitio, transitable, con un aire nuevo y distinto. La orilla ha soportado como ha podido tanto embate, pero las aguas revueltas de torrenteras y vaguadas han arrastrado cañizos y troncos que el oleaje ha terminado por devolver a la orilla.

La bahía se extiende iluminada, recuperando su olvidado azul cobalto, deshaciéndose de los ocres terrosos, del ámbar sucio y opaco de días pasados. El horizonte se resalta con una suave franja amarilla sobre las limpias aguas.

Hoy todo el mundo está en la calle, en el paseo, en el sendero de arenas recorriéndolo. Deportistas a la carrera, bicicletas, perros paseando, palomas a la rebusca.

Con un silbido asoma la gata Piratilla casi al instante. Los abundantes remojos que se ha llevado encima la han dejado bien limpia. Su pelo negro reluce al lado de su pechera blanca y nívea. Contenta acaba con su ración casi en un momento, y luego se pone a intentar pillar a alguna paloma, claro, sin conseguirlo.

Hacia el mediodía el firmamento se cubre de nubes, pero no dura mucho tiempo, la tarde se inicia a pleno sol. Cálida y majestuosa, ofrenda a la superficie marina un reflejo de líquida plata, mientras la luz solar baña a las aguas de fuego. El viento ha cesado. El tiempo se extiende amablemente cercano y al mismo tiempo infinito. Alguna vela lleva al humilde blanco de su lona a pasear por la bahía con una lenta y distendida felicidad.

El crepúsculo se anega de una paz suave, mientras avanzan las sombras. La noche es toda de una luna que va creciendo silenciosa, haciéndose poco a poco más llena y redonda.

Con cierto frío, tiemblan las pobres estrellas. En la completa negrura asoman las luces y balizas intermitentes que señalan los extremos de los diques del puerto. Tres veces se encienden, y luego una larga pausa.

En la orilla el mar respira también él, acompasado y cadencioso, iluminando como puede apenas sus espumas en la vacía playa.




© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario