miércoles, 9 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 9 Miércoles


La mañana es un jubiloso reencuentro con la luminosidad más absoluta. Desde un horizonte sin nubes algunas, el sol se extiende ilimitado, gozoso, llenando de dorada claridad inicial a este otoño que día tras día muestra evidentes deseos de no serlo. La playa y las arenas comienzan a olvidar las sombras de la madrugada y la humedad del alba. El viento no asoma su despeinada testuz por ninguna esquina, perdido en algún resquicio del tiempo. Nada zarandea a las palmeras, hoy se desperezan con calma mientras el mar muestra un iluminado silencio lleno de turquesa azul.

Los gorriones saben competir contra la feroz algarabía que las palomas montan por unas migas. Se posicionan cerca, y cuando una miga sale volando y cae a su alcance, hacen presa en la misma, y con ella en el pico vuelan al instante para comerla, a buen recaudo de sus inevitables competidoras. Como no llueve, los aspersores en funcionamiento proveen a la fauna volátil de una matinal ducha y de algún charquito templado donde batir alegres las alas al sol. La jornada laborable ha llenado las calles de coches y ha vaciado en parte de peatones el paseo marítimo.

Una apenas fresca temperatura hace más animado el paso. Al cabo de escasos momentos el estímulo vitalista se impone, sin pensar en nada, todo se ve distinto. La luz obra prodigios, el día sonríe a todo el mundo, y la mar sosegada y plena, lleva el anuncio de una paz infinita en la indescifrable dimensión de su vivo cromatismo.

Hacia el mediodía comienza a llegar un ligero viento del este, trayendo una neblina baja sobre el horizonte, que llena de perfiles de ensueño a los buques anclados en la bahía, que riza de olas ligeras las aguas y asalta con inquietas espumas la arena. Un hálito fresco parece venir a tierra, dulcificando el casi calor cenital del día. Algunos se han instalado al sol en la playa, pensando quizá en darse un chapuzón luego, de esos de entrar y salir. Unas pocas docenas de gaviotas se mecen sobre la superficie marina con las escasas olas.

La tarde se mueve grácil y fluída en las manos del viento amable y contenido. Bajo sus soleadas horas la ciudad se extiende en calma, olvidada la prisa. Cuando termino mis tareas, lentamente las sombras recuperan sus espacios urbanos en lucha con las encendidas farolas.

Despejada la noche, ha ofrendado un lugar en el vacío de su negra bóveda para todas y cada una de las estrellas. Aguardan impacientes a una luna que se hace esperar escondida, mientras las luces de los navíos se derraman temblorosas en iluminadas líneas, sobre la negrura impenetrable de la ensenada marina.




© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario