jueves, 31 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 31 Jueves


Con un rebujito de sol y lluvia, un revoltijo de nubes pizpiretas y luz completa y abierta, la mañana ha ido divirtiéndose y retozando entre sorpresa y chaparrón, entre abiertos cielos que luego al instante se cierran, entre traviesos aguaceros y firmamentos sonrientes y luminosos casi seguidos.

El mar no sabe qué vestido ponerse, su extenso verde oliva o su profundo azul oscuro, y al final opta por ambos. Ligero levante inicia el día aunque el oleaje de poniente persiste, continuo, cadencioso, llenando de rumor la orilla de la playa, jugando con las blancas espumas entre las arenas solitarias.

Hace una temperatura sorprendente, suave, espléndida. Emprendo mi paseo con entusiasmo y animada energía. El recuento de charcos es interminable, cada vez más extensos, cada vez más obstinados, instalados con resuelta decisión de permanencia.

La hierba bajo las palmeras está exultante, los continuos remojones le han dejado un color vivo, aterciopelado, fresco. Los paños de césped se extienden llenos de trébol, y de oportunistas y desconocidas especies alegremente nacidas bajo tanta lluvia. El camino serpentea con tranquila soledad mientras lo recorro sin prisa. La rompiente tiene hoy ganas de contar historias de marinos y sirenas, su animado rumor me acompaña, mientras su reflujo va y viene sobre la arena.

El mediodía es soleado, el cielo se abre con un azul lleno de vida. Nada más escritas estas palabras hay que reescribirlas de nuevo, con insólita rapidez los cielos se cierran, y la lluvia nos juega otra de sus innumerables bromas. Llueve hasta con sol, llueve de repente y de improviso, y cuando abre uno el paraguas, se para. Bajo las nubes a lo lejos se ven caer sobre el mar las gotas de agua, como una niebla que uniera los nubarrones y la superficie marina. El horizonte recibe los chubascos con solapada ironía.

Un viento de poniente pasea moderado y discreto por la bahía, a ratos en sombra, y luego inundada de luz. Cuando el sol se abre transmuta en refulgente mercurio las aguas, en deslumbrante y líquida plata el mar. Si se cierran los cielos, la ensenada marina parece sosegarse con un azul verdoso, mientras las torrenteras y vaguadas la llenan con orillas de ocre ámbar. Atracado en el puerto un crucero asiste sorprendido a este desajuste de sol y agua, de lluvia y resplandecientes cielos.

La tarde se lo toma con calma. Medio soleada, sin lluvia, con algunas nubes quietas. Acuden a jugar unos pocos chavales a una playa secándose, a unas arenas que muestran gozosas una renovada imagen. Casi sin darme cuenta, anunciado por un pálido color malva bajo las escasas nubes, el sol cierra el crepúsculo y el año recuerda que se termina.

No se lo cree la luna, oronda, ufana, completa. Toda ella luminosa, abre una noche rutilante de estrellas, mientras llena de suave luz al blanco e intenso oleaje de espumas que murmura requiebros a la orilla, en tanto que el viento norte ahora, sacude y estremece de frío a las palmeras.

Con un silencio de siglos, un nuevo año comienza.




© Acuario 2009

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