viernes, 1 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 1 Viernes


Tras toda una noche y una madrugada de bribonzuelos petardos explotando sorpresivos en cualquier momento, el alba supone un respiro para la pobre playa ojerosa y medio insomne.

Sopla decidido, a pleno impulso el viento norte, zamarreando a conciencia a las indefensas palmeras, sacudiendo y entrechocando sus palmas que se lamentan con incesante rumor. El fuerte aire ha detenido casi el oleaje, apenas un rumor apagado llega desde la orilla, mientras por la superficie de la ensenada se extienden los móviles estremecimientos que el vendaval dibuja sobre las aguas.

Atraviesa el sol con firme decisión las entreabiertas puertas de algunas escasas nubes, abriendo un nuevo año y un espléndido día. El mar muestra un verde de diversos matices, azulados o amarillentos, que se mezclan inquietos al albur del viento y sus bufidos sobre la extensión marina. La soledad es absoluta ahora, el gorjeo de las aves no encuentra oyentes, nadie escucha las sonoras quejas de las palmeras vapuleadas por el enfadado ventarrón. En la ribera, al no tener a nadie que le oiga, se diría que el mar calla. Hace una temperatura asaz ingrata, si no fría.

Pero aunque nublada a veces, la mañana termina siendo soleada. El mediodía parece haber devuelto la actividad a la calle, algunos pasean a sus mascotas. Aunque se nota cierta deserción entre los deportistas. Hoy los corredores quizá corran, pero deben ser todavía otros los caminos.

Como llego mas bien tarde, Piratilla ataca su desayuno con decidido apetito. El empuje del aire barriendo la arena le ha dado a la playa un renovado aspecto. Las gaviotas en incontable número vuelan sobre la bahía en cerrado circulo, para al final posarse sobre un mar sin olas en estrecho y flotante aprisco. El cielo recupera hoy sus celestes infinitos.

La tarde se despliega ociosa, atemperada, luminosa, indolente. Los paseantes caminan con deleitosa lentitud, sumergidos en el tibio abrazo del sol, buscando lugares protegidos del norte, ahora más apaciguado.

El crepúsculo viene, ofrendando obsequioso a las aguas y al cielo un pequeño ramo de rosas y violetas. Las gaviotas han alzado el vuelo, sujetos por sus anclas no han podido hacerlo tres cargueros.

Con su refulgente manto de estrellas, la noche es siempre suya, de su luz de plata y sombra. De la sabia y callada Luna.






© Acuario 2010

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