jueves, 7 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 7 Jueves


Toda la noche el repiqueteo del agua cayendo y el viento soplando. Fuerte levante, que azota las palmeras, que sacude con ráfagas de lluvia los cristales. Es tan intensa y cerrada la tormenta que se podría decir que no amanece. Las distancias se esfuman, ni asomados a sus iluminadas balizas logran hacerse evidentes los buques anclados en la bahía.

El mar se agita con oscuro oleaje, abrumado y confuso. Sólo se oye el fragor del agua desplomándose desde un cielo gris plomizo, revuelto e irascible, opaco y denso. Las gaviotas vuelan tranquilamente en este abismo enloquecido, blancos puntos emergiendo de la oscuridad y la nada, volviendo de nuevo a la nada y a la oscuridad de nuevo.

De pronto una súbita descarga electrica. Un deslumbrador rayo que anuncia con su encendida ira el inmediato y casi atronador estampido del trueno, y se inicia el día mientras el cielo se desfonda incontenible, sucumbiendo en cataratas de agua y lluvia que braman con desesperada furia.

Es imposible hacer nada, salvo tomar el desayuno y desconectar la red electrica y el cable de la toma de antena de televisión y radio. Sobre la playa corren en torrenteras las delirantes aguas buscando la orilla. Asombrosamente la demencial máquina limpiarenas sigue deambulando de un lado a otro, tropezando y a duras penas eludiendo los abiertos cauces que evacuan los turbios arroyos formados casi de inmediato.

Pero el viento cede, y poco a poco, la mañana lentamente, como puede, se va levantando. Rola el aire a norte suave, va cesando el aguacero. El mar, verde ceniza oscura, se ve invadido por dos enormes lenguas de roja tierra que van creciendo, que van entrando hasta más allá de la bahía. Como parece que es ya posible salir un rato, animadamente el paraguas y yo, nos ponemos en marcha.

Hoy no hay que eludir charcos, sino ríos y caudales en la acera, pero cuando paso todo se ha evacuado. Piratilla sale de su guarida cuando le silbo, algo mojada, pero sin perder nunca el apetito, mientras en la rompiente el mar ruge levantando espumas turbias.

Con el mediodía se van abriendo los cielos, el sol anuncia con su luz el final de la atmosférica batalla. Derrama su esplendor en tromba, pero de reflejos sobre la superficie marina, que se va aplacando, iluminándose de verde turquesa, mientras cada vez más dentro de la bahía, prosiguen entrando y creciendo las dos inmensas y terrosas lenguas rojas de las torrenteras.

Con el norte frío y liviano, el aire aparenta tener menos densidad y peso, se ha hecho grácil, distinto y nuevo. Los buques anclados muestran un aliviado aspecto, han aproado enfrentando al viento, mientras se calientan agradecidos bajo el sol de la tarde. Un azul magnético ocupa el cielo, mientras algunas nubes blancas simulan ser inocentes sin serlo.

Cuando termino mi trabajo, vuelvo rodeando el fondeadero del puerto. Sobre los montes al oeste se ha instalado un rojo panel de nubes, que llena con líquidos espejismos de rubíes las coloidales aguas de la caleta, mientras éstas van lentamente oscureciéndose en silencio.

La noche es fría, rutilante de estrellas. Bajo una limpia bóveda que muestra un azabache negro y aéreo. Pleno de solidez y eterno.




© Acuario 2010

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