miércoles, 6 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 6 Miércoles


El viento norte viene jaranero y bullicioso, irrumpe y se entromete entre los edificios soplando y bufando fuerte. Palmera que pilla en su camino, frío y desabrido la pone a caldo. En el discreto mutismo de la mañana sólo se oyen de los gorriones algunos trinos, y las protestas de las batientes palmas entrechocando y quejándose. El sol está entretenido, leyendo un abierto periódico de pálidas nubes delgadas sobre el horizonte, y enfrascado tras ellas no se le vé. Las aguas esperan pacientes a sus pies, mientras se visten con dorados suaves y plateados azules que el viento estremece y agita.

La soledad es gloriosa, el cielo muestra añiles y celestes iluminados, mientras la enteramente vacía playa bosteza. Rebuscando entre los bancos las palomas muestran una indomable voluntad terca. La calle solitaria, comienza a recibir un sol tranquilo y parsimonioso. El firmamento se descubre de sus nubes y ofrece ahora una agradable sonrisa a todos abierta.

A la media mañana el paseo ya tiene animación, peatones y corredores. Un enorme y bien elevado crucero, casi doce pisos de camarotes por encima de cubierta, aporta nuevos visitantes matutinos, que andando sin prisa se solean. El mar ha tomado un verde oliva lleno de viveza, mientras incesante, el viento sobre la bahía dibuja móviles temblores sobre la superficie marina sin olas y quieta.

El mediodía es sol, sol, sol sin límites, pese a los intentos del norte, sopla que te sopla. En la ensenada, dentro de su silencio envueltos, seis grandes cargueros parecen pensativos. Algún arrojado e intrépido bañista hay en la playa que se lanza a bracear valiente y solitario en las frías aguas. Los más sólo sestean tumbados al calor abierto que generoso el astro rey regala.

Con el poniente se inicia la tarde, que va trayendo algunas nubes, que dejan caer una pálida luminosidad bajo la arborescente arquitectura de su blanco celaje. Y sin aparente dilación, el tiempo se va llevando los sueños que alguna vez vinieron, y las horas que parecieron eternas. El crepúsculo abre las puertas a la noche.

Los mirlos asustados huyen volando de los estampidos de los petardos que hacen explotar los chavales en la playa mientras las luces de la ciudad crecen una a una. Es una noche más bien fría, algo desangelada. La playa ha quedado vacía. Sólo de vez en cuando una extensa línea blanca de espumas en la orilla, y se oye el murmullo relajado del ligero oleaje entre las sombras.

Rodeadas de opaca negrura las balizas iluminadas de los buques anclados en la bahía, dentro de un inexplicable y oculto enigma....




© Acuario 2010

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