martes, 19 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 19 Martes


Una suave bruma vela ligeramente las distancias, mientras la luz del alba intenta iluminar la mañana sin conseguirlo plenamente. El sol se encuentra con la sedosa fascinación de unas evanescentes y delgadas nubes que cubren como una pátina lechosa toda la atmósfera sobre la ciudad y el Mediterráneo.

Hoy se ha olvidado el firmamento de ser celeste, y se viste de un blanco uniforme y completo, iridiscente y pálido. El mar sin olas apenas, no consigue ser nada más que dormida superficie plateada.

Entre la neblina azulada los buques fondeados se medio ocultan, mientras los montes que enmarcan a ambos lados la bahía han perdido su base de tierra y rocas, sólo tienen a sus pies una dulce sonrisa de azul lejanía que los levita ingrávidos.

Todo es distinto bajo la media luz de este sol, un enorme conglomerado de apagados rayos, que apenas alcanza a dejar tras las palmeras esbozos mal perfilados de sombras que quisieran serlo. Uno parece sentirse así tal vez también transformado sin poder entender la sutileza del cambio. Se inicia un ligero poniente animándose entonces un escaso oleaje, que en la orilla va dejando en murmullos un oculto diálogo. El rumor apagado de una ola en la rompiente recibe la respuesta de otra abatiéndose sobre la arena mas allá o más lejos, a lo largo de toda la extensión de la playa.

Con el mediodía el sol consigue quizá medio abrirse paso entre la nubosidad delgada pero persistente. Sobre las aguas de líquido estaño caen tenues esbozos de mantos de reflejos, débiles estrellas que parpadean, que se desplazan incesantes o que se apagan, que se mueven a un lado u otro. Un crucero atracado en el muelle de levante asiste a todo ese movimiento de luz sobre el mar con atención y extrañado.

La brisa del oeste hace todo lo posible por pasar desapercibida, mientras empieza la tarde sin atreverse a trastocar la delicada magia que recibe del cielo. La ciudad se mueve a su ritmo, desapercibida de todo, afanándose en tareas y trabajos, olvidándose de ser ella misma incluso.

Cuando salgo del trabajo, hay algunos espacios celestes abiertos entre unas nubes que comienzan a tomar desvanecidos tonos de rojiza crema, que intentan desplegar con fingida indiferencia sus amarillentos sueños. El crucero en el puerto larga amarras calladamente, sus sirenas no saludan a nadie al irse, y con lentitud va perdiéndose entre la escasa bruma. Las luces de sus amuras temblorosas en la lejanía, desde la distancia poco a poco se van apagando.

La bruma sobre el mar se ha disuelto cuando llega la noche, pero ésta se ha olvidado de traer sus estrellas. El horizonte en tinieblas se llena de luces que parpadean, que oscilan y se estremecen. Son las barcas pescando.

Con las luces de la ciudad, hoy son los únicos destellos que la pobre y abandonada noche ostenta.




© Acuario 2010

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