lunes, 25 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 25 Lunes


Como no sé dar otra respuesta que el silencio del alba, el sol intenta a su modo iluminar la mañana. Y consigue obstinado encontrar un camino de luz y destellos, que llena con su exceso de líquido oro, hasta alcanzar la tímida soledad de la playa.

Viajero sin saberlo, en todos los lugares y en ninguno, sin advertirlo, he ido dejando mi olvido. ¿ Como puedes argüir que no hay lugar ni destino ?

El mar indiferente desde su sombrío verde ceniza nada desea. Ha dejado abierto el escenario de sus espumas, y porta la rumorosa caracola de ancestrales sueños que sus olas incesantes anuncian sin esperar ya respuesta. Una revuelta atmósfera de nubes se enlazan y destrenzan mientras el sol atraviesa con su rayo los ocultos secretos de las aguas. Una sorpresiva catarata de luz cayendo en torrentes desde el desorden y las aberturas del roto cielo, que transmuta en breves instantes a los asombrados espacios marinos en líquidos estallidos de mercurio refulgente.

La mañana se anuncia a sí misma, desde la osadía atónita de todas tus palabras. Sobre la delicada filigrana de luz acabada y perfecta, bañada en las extensiones de irisados azules y grises luminosos, de mil matices y consistencias. En el cielo entrevisto las gaviotas planean.

Desde cualquier lado del mundo el camino sigue su propia senda. Aún sin pasos que lo recorran nunca es otro, fiel a sí mismo brinda su distancia en silenciosa y peremne entrega. La orilla acompañándolo a su lado, siempre está dispuesta. Hoy el horizonte tiene como ayer de observadoras a las largas e inacabables filas de palmeras. El mar pide siempre imposibles, nuestro estar es irnos, y no se da cuenta.

El mediodía es amable, discreto. Un imperceptible poniente, liviano y grácil que gira invisible uno a uno los goznes del tiempo con todas sus puertas. La ciudad se reviste de la seda, perfumada de mar, que la tarde le ofrenda.

Trabajo y juego, palabra y vida, se mezclan en mis quehaceres diarios. El edén, ya sin flamígera espada que lo ocluya, es una abierta sorpresa para quien se ha desnudado al fín del personaje que era su carcelero.

El crepúsculo sugiere sus rojizos ocres a las nubes cansadas de las últimas horas, mientras sobre la bahía oscureciéndose, el mar ha decidido no irse, y permanecer todavía esperando a la noche hasta que venga. Una ligera y silenciosa lluvia ofrece su anhelo y el agua de sus voces encubiertas.

La noche escribe en sombras con luz perfecta.




© Acuario 2010

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