lunes, 11 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 11 Lunes


Desde ayer y durante toda la noche ha estado lloviendo. Una fina lluvia, pausada, silenciosa, lánguida. Pero con la madrugada las nubes han emprendido camino, y han dejado alboreando al cielo, solitario y adormecido.

El sol naciente llena de luz las humildes aguas de los charcos, y por unos momentos las transforma en cristal diamantino, mientras el mar se atiborra incontenible de todo el fuego líquido que en abierta catarata cae sobre su tranquila ensoñación turquesa, sobre su abierta extensión sin oleaje apenas.

Todavía húmedo y oscuro por la lluvia caída, nadie hay en el oscuro arenal de la playa. En su vacía soledad abandonada, el equívoco y apagado, el quedo murmullo de algunas escasas olas. Mientras, destilando su fresca calma de silencioso cristal aéreo, se desliza con callada discreción una ligera brisa. El aire es agradable y atemperado, no hace frío.

Escondida bajo los butacones de mimbre de la terraza de un bar aledaño al zaguán de mi edificio está Vicky esperando, ya que esa es la zona más soleada por la mañana, y esta gata es algo friolera.

La energía para caminar surge hoy sola, con la agradable compañía del amable calor solar sin limitaciones. El ánimo se hace desenfadado y resuelto. La alegría de la luz abre siempre los espacios interiores de la mente, llenándolos de impulso y vida. Las palmeras asienten a mi perorata, y un tanto solapadamente se sonríen pícaras y escépticas, mientras siguen a lo suyo, solazándose apaciblemente.

El camino está empapado todavía, con las palomas bañándose en los abundantes aguazales al sol. El horizonte es una sonrisa sin límites, mientras el mar se muestra iluminado y radiante. El tiempo a veces debería detenerse.

Con el mediodía algunas nubes curiosean sin atreverse a romper el diáfano sortilegio de luz que el día ofrenda. El viento se anima, pero sin exceso, y aunque nororeste, es templado.

La tarde entrega con delicadas manos su relajado tiempo, unas horas doradas y leves, que discurren en secreta armonía interna, en inapreciable y rumoroso cauce. Cuando termino mis tareas, el cielo se estremece entre el blanco marfil de las nubes y el celeste bañándose de rosa del firmamento. Sobre los montes al oeste, la nubosidad interpreta un resplandeciente y silencioso himno de color y fuego, que las estáticas aguas del puerto imitan en líquido delirio de rutilantes reflejos.

En la bahía el mar toma un azul oscuro, la noche se anuncia. La ciudad prende sus miles de luces que en la distancia oscilan y tiemblan. Sobre el horizonte enfrentando al viento de tierra, se ven, señalados por sus intermitentes balizas, a los aviones descendiendo, planeando hacia la pista del aeropuerto.

Con apacible sencillez, la noche se abre al infinito. Constelada de esclarecidas estrellas, nos ofrenda el tiempo inasible de los primeros momentos del universo.




© Acuario 2010

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