jueves, 21 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 21 Jueves


Las alas de la noche volando hacia lo inevitable se desvanecen entre los sueños de un cielo indeciso. Desde un horizonte amarillo se encarama el artificio de un delicado espejismo turquesa, sobre el cual, con un iluminado celeste azul el firmamento pretende alzarse decidido, sin conseguirlo con plenitud, pues cae atrapado en las redes de una extensa y fina urdimbre de nubosidad, vestida ya por el impaciente sol de un alucinado rosa.

El mar se desconcierta. Sus hoy imperceptibles olas se revisten de confusos reflejos en los que la amalgama de los colores de la atmósfera pugnan y disputan por un lugar en sus aguas. Pero con apresurada lentitud va tomando un tono crema la delgada y evanescente lámina nubosa, y seductora, convence a la suave plata de la superficie marina, y empeñosa la transforma en la desinencia de un líquido marfil. El sol nace.

Desde todo su silencio sin nombre, la playa, y sobre ella el asterisco de la última estrella de la mañana. La primera página del día nunca tiene escrito nombre alguno, el remitente oculta el suyo, y tampoco puedo leer para quién lo ha escrito. No es fácil entender la respuesta del viento, ni el mar sabe cómo comprender a los mirlos, mientras estos silban escondidos: uhiii, uhooooo, uhiii, uhiii.

Sólo la arena a fuerza de acompañar durante siglos al incesante murmurar de las olas ha logrado entender el sueño de su errante espíritu. Así pues me adentro en el camino y sus distancias, a un lado las palmeras, el abierto horizonte al otro. A todos entrega su abierto enigma, con silenciosas palabras a todos íntegro se ofrece.

A media mañana, el sol comienza a extraviar mordiente, las nubes despliegan una banderola de victoria, y la luz solar se hace delicada, deleitosa y frágil. El aire es fresco, y el día concilia en armonía plena la clara tibieza lumínica y la estimulante brisa. Sobre el paseo voy arrastrando el carrito de compra, pero la cabeza se me ha ido a la estratosfera.

La tarde no quiere tomar en consideración apenas nada, se enreda en el magnífico desorden de las nubes, en su fugitiva presencia entreabierta, en los ocultos matices cromáticos que a veces ellas despliegan. ¿ Cómo podría transmutarme al par que ellas incesantes vuelan ? Sólo puedo construir mi torpe canción y brindársela en silencio a tu ausencia.

Cuando termino mis diarias ocupaciones, el crepúsculo se despide iluminando caprichoso las erráticas formaciones nubosas, sobre la bahía oscureciéndose. En la lejanía una vela latina surca la grisácea superficie del mar con el pequeño blanco humilde de su lona. Una gaviota viene a posarse sobre una alta farola del paseo, altiva y al mismo tiempo temerosa, observa atenta la humana vida bajo su atalaya.

Astarté, la fenicia diosa del manto de estrellas, se ha dormido. Dagón, mitad hombre y mitad pez, el fuerte y animoso Melcart, Tsaphon el dios de la tempestad y el rayo, ninguno puede despertarla. El almagesto vacío de la noche sólo tiene la esclarecida luminaria de su abierto infinito.

El mar indiferente a todo, respira apaciblemente dormido entre las sombras.



© Acuario 2010

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