miércoles, 20 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 20 Miércoles


Viajero incesante, el sol emerge esquivando sutilmente a la noche, sumida en su oscura tibieza, abstraída en la ensoñación de su oculto misterio sin misterio. Superfluo es otear hoy algún vagabundo navío, en el horizonte de indescifrable dimensión lejana, en la mañana sumida con certera habilidad en un inhabitable silencio. El sol no espera asumir la inseguridad del orden ni la ausencia de alguna densa tormenta. Bastan unos escasos jirones de imprecisas nubes para deshacer con su leve seda rosa el arcano azul que todo lo domina. Sobre las enigmáticas alas de la aurora, el cielo pasa del precario asidero del naranja, hasta los solubles matices turquesas que ascienden para desaparecer en deíficos e iluminados celestes exquisitos.

El mar es un lago que ha recuperado toda su profundidad, mientras respira la brisa que desde el noroeste levemente le acaricia. A su paso tiembla estremecido su líquido acero. Las gaviotas volando incesantes en alargadas formaciones dibujan caprichosas eses y volutas sobre la bahía. Un luminoso cántico avanza sobre el muro que inerva el rumor de la vida.

En campo de infinitos se ha transmutado la playa. Sobre el sendero de arenas la olvidada lluvia todavía dormita anhelante, mientras mis pasos por él me llevan. Definiendo a unas aguas indolentes y sin olas se dibuja una precaria línea de murmullos bajo la inextricable soledad de la mañana.

A la vuelta la luz solar se ha entibiado. Con renovadas fuerzas el firmamento ha desplegado el ligero rostro de una alta, blanca y extensa flámula de nubosidad estática. El viento renovador motiva fresco y animoso a soñar sin pulsiones de drama, no es necesario buscar perfiles que construyan un yo, no se precisa la invisible fé en ningún otro.

El mediodía se envuelve en el abandono, ha cedido al empuje silencioso de un pletórico y abigarrado abanico de nimbos que ofrendan una paz de blanca luminosidad callada.

Las horas de la tarde asumen su vuelo y su tiempo. Han resuelto en tranquila cercanía el aparente cansancio de la ciudad mientras reanudo mis tareas diarias.

Con el crepúsculo se desploma toda la orquestación cromática de un indeciso cielo. La superficie marina inmóvil se reviste de marfiles añosos, encubiertos oros, olvidados rosas.

Ni luna ni estrellas. La noche esconde en sus opacos caminos la luz ilimitada, quizá mística, tal vez errónea, que sin embargo la guía.



© Acuario 2010

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