sábado, 23 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 23 Sábado


El fuerte viento de levante sisea en las ventanas mientras el mar levanta airado su queja en la orilla de la playa. El sol encuentra hoy sobre el horizonte un elevado dintel de nubes, y pese a que lo sobrepasa inicialmente, su iluminado rayo cede abrumado ante la incesante avalancha nubosa que viene arrastrando el continuo ventarrón.

La mar agitada y convulsa, verde ceniza metálica, viene abatiendo sus blancas crestas de espuma, hasta alcanzar una playa agobiada, desfallecida, totalmente solitaria.

La tormenta amenaza primero con algunas gotas de agua de aspecto inofensivo, a las que inicialmente no atiendo. El viento adquiere siempre una fuerza inaudita en la estrechez de las calles entre los edificios, y como decimos en broma, - tal es el empuje de los vendavales de levante en invierno-, hoy para no caer rodando por el suelo hay que llenar de piedras los bolsillos.

Pero como mejor se anda es sin dicho cargamento, y así arremeto contra el viento tal cual, como puedo, y en dos zancadas estoy ya en mi habitual y diario camino por la playa.

Las palmeras gimen y protestan con ruidoso e incesante entrechocar de sus palmas. Todas zarandeadas, parecen cobrar vida, aunque bien oscilante y agitada. La arena va de un lado a otro enloquecida, sin atreverse a alzarse demasiado del suelo. La rompiente es la protagonista canora del espectáculo. Mugen, rezongan, se desploman y caen, tropiezan una tras otra las olas, que jadeantes llenan de espumas y de continuo fragor la orilla.

Cuando ya estoy de vuelta, el aguacero comienza a caer en ráfagas, abruptamente. Las distancias se cubren de un pálido velo de lluvia y desaparecen ocultas en escasos momentos. No me hubiera movido más en todo el día, pero me resulta imposible. Tengo que coger el coche, y tras recoger una antena de radio que había encargado, intentar salir del inaudito atasco que es la ciudad, y acercarme hasta un pueblo costero próximo. Entre idas y venidas, me da tiempo para ver caer agua, y contemplar la ciudad desde todos lados, asediada por la tormenta, bajo la luz sedosa y gris de las nubes que la acosan.

La tarde es al fin un personal espacio de descanso, mientras el agua se abate dejando por todos lados abundantes charcos. Las olas han tomado más fuerza en el mar y cercano a la ribera toma un color terroso, que se extiende sobre el oscuro verde turbio de la bahía.

El crepúsculo es sombrío, y la mar cada vez más amenazadora y enojada. ¿Dónde ha quedado la suave inmovilidad pacífica de ayer hace apenas? De vez en cuando alguna ola bien alta se destaca derrumbándose en la rompiente con aún más fuerte e intenso ruido, mientras el contínuo estrépito de las demás continúa.

La lluvia deja caer sobre los cristales silenciosas lágrimas que la luz de las farolas iluminan. La soledad de la calle y de la playa, bajo la ventisca y el continuo chaparrón es absoluta. Todo el mundo ha abandonado a su incesante cólera a la noche, hoy bien enfurecida.



© Acuario 2010

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