domingo, 10 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 10 Domingo


Bien animado y decidido el sol abre a sus anchas el día, pero como hace frío se busca una bonita bufanda blanca de nubes, y se adorna con ella. El mar sin olas apenas, recibe entonces una delicada filigrana de líquido marfil, de pálida crema que antes fué encendido naranja. Una brisa ligera de poniente esconde aviesa sus intenciones, que poco a poco sin embargo van apareciendo, al principio como leve e inocente, poca cosa, ligero manto de nubes blanquecinas, que ocupan el cielo en sospechoso silencio. La playa no recela nada, continúa adormecida, un leve murmullo de olas que el sosiego de la mañana acoge amoroso con oculta ternura.

La calle está algo desanimada, y son escasos los corredores por la arena, abrigados algunos con guantes y cubierta la cabeza. Las aves no titubean en manifestar con alegres y dicharacheros trinos su júbilo por el nuevo día, los gorriones aunque pequeños saben apreciar y expresar con gran entusiasmo su encuentro diario con la vida. Los mirlos son más filosóficos, silbido va y viene, ponen en solfa, a veces, tanto infantil arrebato, y modulan algunas canoras objeciones, que entre ellos repiten un tanto divertidos ocultos en la copa de las palmeras.

Es la media mañana, cuando me pongo en marcha, bajo la pálida luminosidad que el velo de nubes deja caer con descuido sobre el camino de la playa. La buena vista de las palomas es sorprendente, unas migas dejadas caer son casi de inmediato detectadas. La pequeña bandada alza el vuelo con premura, y antes de que pueda terminar de escribir estas palabras, ya están animosamente comiéndoselas.

A la vuelta, el frío que va cayendo es la señal predecesora de la lluvia. Comienza a caer con lentitud silenciosa una fina llovizna, el día se oscurece, y los pocos paseantes se esfuman mientras el agua llena de magia la ciudad y de soledad la playa. El viento rola a levante ligero, y con pesada parsimonia, con lentitud metálica y compacta la media docena larga de navíos y buques anclados en la bahía comienzan a enfilar el viento con sus proas. Por pesado que sea el carguero, el viento aún siendo sólo brisa acaba imponiendo su ley y su brújula.

El mar se cubre de sabia y vieja ceniza, verdosa, de una textura antigua y azul, eterna. La tarde extiende su vacío y su ausencia, en unas horas interminables y lentas. Un sol descuidado se abre camino apenas por unos momentos, pero el crepúsculo va cerrando inexorable la luz del día. La noche sobreviene en escasos instantes .

La boveda de nubes se colorea de un salmón turbio y revuelto que la ciudad y sus farolas encendidas le entrega. La negra densidad de las sombras es vencida por la abundante y encendida luminaria de las naves ancladas en la ensenada marina. El horizonte ha desaparecido llevándose todas las rutas y todos los caminos, de un mar asaltado por la sombría densidad de la noche.



© Acuario 2010

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