sábado, 9 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 9 Sábado


Sin demora alguna, conquista la anaranjada extensión que le ha precedido, el despejado y espacioso cielo es un abierto y expedito camino para el sol, que alza el vuelo, arrollador e incontenible, sobre el horizonte, sobre unas aguas inmóviles y aletargadas, también quizá confusas. El mar desposeído de olas y fuerza, se ha entregado como inabarcable espejo al refulgente resplandor del cielo, y se deja invadir de platas difusas y líquidas evanescencias doradas.

Los silbadores mirlos han hecho suya la soledad fresca y vacía de la mañana, que se va soleando lentamente. Desde sus ocultas atalayas saludan al día, mientras con clara elocuencia el frío monologa consigo mismo, rememorando sus peripecias entre los montes y los neveros, desde los que le trajo en la madrugada el viento, ahora apenas una brisa, para luego irse y dejarlo solo. El septentrión ha abandonado durante la noche en las calles a la glacial respiración del invierno, aunque poco a poco el sol tomando la iniciativa va consiguiendo vencerlo.

Pese a todo cuando salgo la manaña es bien fresca. No desatiende ni un minuto mi silbido Vicky la gata, hay buen apetito, y el desayuno se precisa. Andar es sobremanera agradable, la baja temperatura incita a hacerlo. El cielo muestra un azul inconcebible, preternatural, sobrecogedor, enigmático. Pareciera poder tocarse con las manos, añil intenso y turbador, en él los pinos de los montes cercanos recortan el apretado y nuevo verde de sus copas, entregándolas como oculta caricia al firmamento. Arrobado con sólo mirarlo encima suya, el camino parece alegrarse.

Ante la estrecha puerta o resquicio de su madriguera, Piratilla, la gata de la playa está tomando el sol cuando llego. Olvidándose displicente de las palomas que cerca suya rebuscan sobre las arenas, bajo el muro del paseo. Levanta el rabito y viene cuando me vé, casi ronroneando a mi encuentro. En la ribera apenas sin olas, el mar levemente murmura. Flotando o tal vez levitando sobre los destellos y reflejos de la luz en las aguas, algunos cargueros recortan sus metálicos perfiles en oscuro contrapunto frente al horizonte ilimitado.

Pasado el mediodía acudo a recoger un componente de electrónica que le he comprado a un amigo. La cita es en un almacen que tiene lleno, atiborrado, de viejas radios unas sobre otras apiladas. Todas silenciosas y expectantes, esperan pacientes ser compradas, mostrando sus diseños y formas llenos de años, a medias desempolvadas. Palpita todavía una antigua ternura depositada en sus diales y botones por miles de, ahora, invisibles manos.

La tarde adormecida, intemporal, cálida, es un aúreo oceáno de luz. Las gaviotas han fingido una nevada sobre la bahía, flotando sobre la superficie marina con sus blancas figuras, en agrupada e incontable bandada.

El crepúsculo regala un azul luminiscente a las aguas, y funde en mágico crisol aéreo los colores del cielo, ofrendando un melancólico violeta tan irreal como incierto. El frío asoma como silencioso paseante por una playa que se sumerge en crecientes sombras.

La noche ha traído una bóveda trémula de luceros. Atravesando con su resuelta y alegre fosforescencia la hipnótica negrura del cielo, las estrellas refulgen hoy con una radiante y cercana presencia. El aire es tan glacial y limpio, que un extraño sortilegio las ha hecho accesibles y casi nocturnas e íntimas amigas.




© Acuario 2010

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